Miércoles, 20 de abril de 2011 | Hoy
EL PAíS › CARLOS LEONARDO FOSSATI, QUIEN NACIó EN LA COMISARíA QUINTA DE LA PLATA, DIO AYER SU TESTIMONIO
En el juicio por el plan sistemático de robo de bebés, el hijo de Inés Beatriz Ortega contó que nació durante el cautiverio de su madre y fue entregado a un matrimonio que lo crió “de buena fe”. A los 28 años recuperó su identidad.
Por Alejandra Dandan
Leonardo Fossati vivió durante toda la vida en un radio no mayor a las diez cuadras de la comisaría quinta de La Plata, el centro clandestino donde nació él, donde estuvieron secuestrados sus padres, datos que recién conoció a los 28 años. “Es paradójico –dijo–: mi familia paterna también vivió muchos años muy cerca, a cinco o seis cuadras y yo iba a jugar a la misma plaza donde mi familia iba a tomar mate.”
Carlos Leonardo Fossati nació en la cocina de la comisaría quinta de La Plata, después de un día de trabajo de parto. Su madre estaba secuestrada desde el 21 de enero de 1977; se la habían llevado de Quilmes con siete meses de embarazo. A Inés Beatriz Ortega le decían Inecita porque en los grupos en los que estaba solía ser la más chica, tenía 17 años, era estudiante secundaria, militaba en la UES. Su padre tenía su mismo nombre, le decían La Chancha porque siempre fue ancho y petiso. Era estudiante de Historia, militante de Montoneros, y el día del secuestro iba al mismo bar con su madre. A los dos se los llevaron a la comisaría quinta. Leonardo supo muchos años después que el baño del centro de exterminio tenía una ventanita por la que sus padres algunas veces se comunicaron. Que su padre siguió así el embarazo. Y festejó a los abrazos con sus compañeros el día que escucharon su llanto.
“Yo nací el 12 de marzo de 1977 en ese centro clandestino de detención estando mi mamá atada de pies y de manos ante las personas que la tenían secuestrada y que en ese mismo momento la insultaban”, dijo Leonardo de corrido apenas empezó a hablar. Se sentó en la audiencia de los Tribunales de Retiro, durante el juicio por el Plan Sistemático de Robo de Bebés. Apenas había empezado cuando un defensor interrumpió:
–¿No es que los testigos deben hablar de cosas que hayan conocido a través de sus sentidos? –le inquirió a la presidenta del Tribunal Oral Federal 6 María del Carmen Roqueta que lo paró y le dijo sencillamente que iban a dejar hablar al testigo. “¿Entonces, ¡vamos a escuchar todo!?”, insistió el abogado. “Sí doctor –dijo ella–, vamos a escuchar todo.”
“Lo que sé lo sé porque una de las sobrevivientes, Adriana Calvo, participó y ayudó en el trabajo de parto de mi mamá en la celda.” Adriana estaba secuestrada, y un día antes del parto empezó a llamar a los guardias para pedirles un médico porque el niño iba a nacer. “Fue en ese momento que la llevaron a la cocina –dijo Leonardo–. Y una vez que nací la llevaron conmigo a la celda donde estuvimos aproximadamente entre uno o dos días hasta que uno de los guardias entró diciéndole a mi madre que ‘el coronel me quería conocer’ y a partir de ese momento nos separaron para siempre no sabiendo mi mamá a dónde me iban a llevar, ésas fueron las circunstancias de mi nacimiento, digamos.”
Leonardo trazó su historia organizada desde el principio hasta el presente en el sentido perfectamente inverso al que la conoció 28 años más tarde.
“El 20 de marzo a mí me anota como hijo propio la familia que me crió”, dijo. Y subrayó la idea de que también los habían engañado a ellos. La familia estaba intentando adoptar a un niño. Ese 20 de marzo supieron a través de una compañera de trabajo que una partera de La Plata tenía en su casa a un varón. Había nacido supuestamente ese día, y les dijo que era hijo de una estudiante cordobesa que había llegado a La Plata. “Obviamente que no fue una adopción con todos los trámites de la ley, pero sí fue de buena fe. A partir de ahí me criaron”, explicó.
Leonardo no supo que había sido adoptado. Pero toda la vida dudó de su identidad. Había cosas tangibles que lo hacían sospechar como los parecidos físicos. No era ni como los supuestos padres, ni como la hermana, nacida en el ’72, también adoptada. Esos padres tenían la edad de los abuelos de sus compañeros de escuela. En la casa había fotos de cuando eran niños pero no de los embarazos. “O había otras muchas sensaciones –dijo él– que son muy difíciles de explicar pero que me acompañaron durante toda mi vida.”
En 2004 se acercó a Abuelas con buena parte de esas dudas presentes. Algo había cambiado cuando nació su hijo. “Es un momento en el que las cosas internas empiezan a cambiar y entre ellas estaba mi origen y mi identidad, creía que era importante conocer la verdad y entonces me acerqué a una tía de crianza para preguntar.” Por ese camino, conoció la historia de la partera y la estudiante y habló con quienes aparecían como sus padres. Tiempo después llegó a Abuelas. “Me acerqué pensando que bueno, yo había nacido en el año ’77 en La Plata, una de las ciudades más castigadas por la dictadura militar, no tenía muchos más datos, sabía que me podían dar una mano y ayudarme aunque –dijo– tenía muy pocas expectativas sobre mi origen.”
Leonardo dudaba. No creía que pudiera ser hijo de desaparecidos. “Siempre asocié a los jóvenes con una identidad falsa a las familias que pertenecían a las fuerzas militares, los poquitos casos que conocía generalmente eran así. Como ése no era mi caso –explicó– creía que no tenía ese origen. En agosto de 2005 pude conocer la verdad y saber quién soy, quiénes son mis padres, que mi familia me estuvo buscando 28 años.” Y dijo: “Pude restituir mi identidad y a su vez a mi hijo y para mí eso fue fundamental en mi vida y es fundamental en la vida”.
Desde entonces, viene conociendo la historia de sus padres. Del centro clandestino. Intentó recuperar eso que los nietos esperan encontrar cuando saben la verdad: el tiempo perdido. Pero eso, dijo Leonardo, es algo que no se recupera nunca. “Y es por eso que estoy acá –explicó–: para dar mi testimonio y para demostrar que esto fue verdad, no fue al azar y que fue un plan que estuvo premeditado y en el cual toda mi familia, al igual que el resto de las familias, fueron víctimas y seguimos siendo víctimas porque mis papás siguen desaparecidos y yo los sigo buscando.”
En el piso de arriba, casi vacío, un policía estaba de pie petrificado, escuchando. Abajo estaban sentados los integrantes de los organismos de derechos humanos y entre ellos hijos de desaparecidos y nietos recuperados. Horas antes de empezar Leonardo se encontró por primera vez con uno de los compañeros de su padre, una de las personas que acaba de conocer entre esos datos que sigue buscando. En estos años supo que su madre tenía una hermana gemela. Que ella quedó embarazada el mismo mes, que después del secuestro de Inés pasó a la clandestinidad y se exilió en Suecia. Que la familia de su padre siempre vivió a unas cuatro o cinco cuadras de su casa. Que la comisaría quinta estaba a la misma distancia. Que la partera permaneció siempre también ahí.
“Para mí es muy importante estar acá”, dijo al final de la audiencia. “A mi familia le arruinaron la vida, este último terrorismo de Estado les quitó a sus seres más queridos y los que quedaron vivos algunos sufrieron torturas físicas, pero otros las torturas de las pérdidas y de la incertidumbre durante muchísimos años y el hecho de que hasta hoy en muchos casos no haya habido justicia para mí es algo increíble.” Por eso agregó que esto, que el juicio, lo que significa para él es entre otras cosas la posibilidad de volver a creer en la Justicia. Que esto es además no sólo su problema, sino que es un problema de todos.
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