EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
“No estoy muerta por ser presidenta” es una frase con muchas más resonancias que su significado. Es una metáfora para decir que no está desesperada por ser presidenta nuevamente. Pero también lo dice, está en la letra, que está viva a pesar de ser presidenta. Con el telón de fondo de la muerte de Néstor Kirchner que, de alguna manera, murió por ser presidente, por las responsabilidades y sinsabores de la presidencia propia y la de su mujer, que hicieron polvo su salud, la frase se abre en muchos significados latentes en la presidenta Cristina Fernández de Kirchner que la pronunció.
La Presidenta quiso decir lo que dijo. Ella no improvisa, prepara sus mensajes a pesar de que no los lee. Quiso advertir, más que decir, que si no ve las condiciones ni los respaldos reales suficientes, no tiene por qué buscar otro período presidencial. Pero lo hizo con una frase que surgió de su interior que dejó entre líneas una imagen interior, propia, pero que muchos también perciben, la de un Néstor Kirchner que se entregó a una responsabilidad a pesar de saber que era su sacrificio final. Está esa imagen de Néstor Kirchner en la idea de que la presidencia puede significar la muerte. Y no es una imagen arbitraria ni alocada.
Hay allí también una forma de ver la responsabilidad de la gestión. No existe la siesta, es como una locomotora lanzada a todo vapor, con presión las 24 horas. Casi no hay delegación en las decisiones cruciales en una lucha contra el tiempo y los obstáculos para alcanzar objetivos. La idea del poder está relacionada con la responsabilidad. No es el emperador o emperatriz recostado/a en su poltrona. Es una épica de la gestión que se asume como gesta y paso por la historia, más que como una burocracia de la gestión. Esa es la presidencia que puede ser letal. Y no hace falta señalar que no siempre los presidentes argentinos han tomado así su trabajo.
Por esta frase, por los tonos, por el contenido general, el discurso del jueves provocó tanto revuelo y agitación, que pudo detectarse en el bombardeo de facebook, tweets, mails y cartas de los lectores. Muchos se preguntaban si pensaba renunciar, si había sido espontáneo, por quién lo habría dicho, si no quería presentarse a la reelección. En las redacciones se repitió con minuciosidad el discurso. Para la oposición fue sorpresa y al mismo tiempo escepticismo y expectativa por si surgía un flanco débil. Para los simpatizantes de la Presidenta, una carga de angustia que se descargó “on line”.
Hay otros significados latentes. “No estoy muerta por ser presidenta” también lleva implícita el “estoy viva por ser presidenta”, lo que abre otro abanico de emociones y posibilidades. Puede ser lo que sienta o piense la Presidenta, pero sobre todo es lo que sintieron y percibieron de la Presidenta quienes la escucharon, se trata del efecto que produjeron sus palabras. “Estoy viva por ser presidenta” quiere decir también que es una forma de encontrarle un sentido a la vida e incluso a la vida y a la muerte de Néstor Kirchner. Por un lado, en esa frase de su discurso está la mujer que rechaza esa carga y por el otro, aquella que la necesita, que la vive como una meta vital o como un karma. Cuando dijo esa frase se escuchó la respuesta de la multitud que gritó su nombre adosado al maldito sustantivo: “¡Cristina presidente!”.
Fue un discurso que resonó como trueno para el ciudadano común. Para los más orgánicos de la política, los dirigentes y activistas y para los analistas mediáticos y consultores estuvo lleno de nuevos códigos. La mayoría dio por descartado que no hubo emotividad espontánea, sino expresión de parte de la estrategia del oficialismo para las elecciones.
Hubo lecturas para los dos casos. Es cierto que el discurso generó cierta confusión incluso dentro del oficialismo, porque, si bien hubo críticas fuertes a los dirigentes de la oposición “que nunca arriesgan y sólo juegan para ganar”, las frases más llamativas estuvieron referidas a desbordes sindicales y a un campo del propio equipo, definido por la “lealtad”.
El tema de la campaña electoral es el escenario donde todos juegan. Un sector del gremialismo y los agrupamientos sociales saben que es el momento más vulnerable de los oficialismos y salen con los tapones de punta. Algunos gremios en el sur, que son los que mejor ganan en todo el país, reclamaban entre 40 y 50 por ciento de aumento, declararon huelgas por tiempo indefinido y bloquearon la salida de las refinerías para provocar escasez de combustible. Se sabe que el origen del kirchnerismo está en Santa Cruz y siempre son los mismos gremios los que generan conflictos salvajes en momentos de elecciones. No es necesario establecer la etimología de la palabra extorsión. Es fuerte, es clara y da una idea de la energía con que se formula. “Ni explotación ni extorsión”, dijo.
Se da un proceso de paritarias al comienzo del proceso electoral. No es el mejor momento, pero así se dio. Es clara la intención presidencial de evitar que las dos cuestiones se mezclen, se exacerben los reclamos, se generalicen los conflictos y se extienda una situación de violencia con cortes y tomas indiscriminadas con reclamos imposibles. Si no se corta, esa espiral pone en riesgo a la economía. El Gobierno reconoce que existe un alza de precios controlada. Lo cual es real, pero también que es alta y una espiral sin fin de reclamos y conflictos puede impactar en ese flanco. Algunos eligen el momento electoral para redoblar sus reclamos por cálculos puramente económicos, otros lo hacen por intereses electorales. Y en general se dan las dos situaciones al mismo tiempo, a veces por izquierda y a veces por derecha.
Pero el caso de Aerolíneas Argentinas ameritó una mención especial, quizá la más clara y enérgica. La empresa reestatizada no termina de planificar el saneamiento de su administración por las peleas gremiales que pueden hacer fracasar el esfuerzo que significó la recuperación de la aerolínea de bandera. Sigue habiendo demoras o suspensiones de vuelos, la mayoría de las veces por encuadramiento gremial, como sucedió en estos días. No hay público que aguante ese maltrato y no hay aerolínea que sobreviva sin público. Para colmo, en ese caso, los gremios se dicen kirchneristas.
No parece que el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, estuviera en el centro de ese cuestionamiento, aunque la oposición lo eligió para ponerlo en ese lugar. La impresión es que más bien lo roza en algunos aspectos, sobre todo porque no lo mencionó para exceptuarlo. La preocupación no está referida solamente a los conflictos actuales, sino a los que se puedan crear hasta después de octubre. El reclamo de lealtad también se da en el marco de un proceso electoral, de elección de candidatos y armado de las listas. Los tironeos, primereadas y codazos van dejando heridos y contusos. La Presidenta puso su figura por encima de esas disputas.
Hay otra lectura posible y destinada al electorado de a pie. La Presidenta esbozó apenas una imagen de su ausencia. Y después hizo un fuerte llamado a que la ayuden, a una adhesión comprometida. En los distritos más importantes hay muchos votos cruzados que votan a la oposición en la provincia y a nivel nacional al oficialismo. Nadie sabe lo que pueda traccionar su imagen hacia los candidatos provinciales kirchneristas, pero gran parte de su campaña seguramente estará orientada en ese sentido.
Para algunos, el tono del discurso en general mostró a una mujer afectada en lo emotivo y en situación de debilidad. Sin embargo, un reclamo enérgico se hubiera proyectado como mandón y autoritario, lo que se hubiera sumado a un contenido de mucha fuerza. Es evidente que trató de evitar esa imagen. El contenido del discurso en sí fue el de una Presidenta fuerte desde el punto de su peso político. Estaba plantada en su representatividad para apretar tuercas y convocar adhesiones sin intermediaciones. Es probable que el del jueves haya sido su discurso más fuerte.
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