Lunes, 3 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
¿Cómo se acierta a descubrir la frontera entre apoyar a este Gobierno en su rumbo general y que eso no se transforme en el riesgo de perder capacidad de pensamiento crítico?
La pregunta está muy lejos de relacionarse con falaces pretensiones de independencia o neutralidad periodística. Siempre debió estar claro que no existe nada de eso, con excepción del rigor en el aporte de datos. Si éstos son fundamentados podrá cuestionarse al servicio de cuál postura se los brinda, pero nunca que se obró mediante engaño o displicencia respecto del fondo de una cuestión. El punto pasa por el cerco analítico que impone la oposición, en un sentido muy claro. Es tal la ineptitud de sus dirigentes; tal su abatimiento; tal su improbabilidad de formular una sola propuesta solvente acerca de cualquier materia; tal como todo eso continúa traduciéndose en una agenda fijada por los medios del ultrismo antikirchnerista, que las resultas son quedar adscripto casi inevitablemente a las posiciones oficiales por mero default de toda otra cosa. Un episodio de la semana pasada es muy ilustrativo. La Presidenta puso en marcha el tramo operativo de Atucha II, cuya capacidad energética es similar a los megavatios que consume Buenos Aires. Comenzó a construirse hace 30 años, se suspendió y Kirchner la reactivó en 2006. ¿Cuál es o podría ser una crítica medulosa, o al menos respetable, en torno del hecho? Apostar a la energía atómica, en primer lugar. Es un tema polémico reactivado tras Fukuyima; los aspectos de (in)seguridad juegan un rol prevalente con mitad de la biblioteca a favor y otra tanta en contra, y hay países centrales que anunciaron su renuncia a continuar por la ruta nuclear. También podría alertarse que la preponderancia de ese camino, aun con la suma de Embalse y Atucha I, no influye mayormente en un país de matriz energética dependiente del gas. Los conocimientos del suscripto no cotizan para inmiscuirse en el tema más allá del registro descriptivo. Pero sí para señalar que, en ningún caso, el eje de la noticia merece quedar atravesado por si Cristina la anunció “con tono de campaña”. Esa fue la advertencia con que Clarín abrió su título a toda página en la edición del jueves. Y junto con ello, un preciso artículo del colega Antonio Rossi que destaca el reflote de la actividad nuclear, el apoyo al desarrollo tecnológico y la generación de unos 1500 puestos de trabajo calificados; sin embargo, remata –a volanta, título y cierre– con los atrasos de la obra y los costos que se dispararon. En lugar de priorizarse el hecho que el propio periodista resalta, se privilegia la intencionalidad electoralista del anuncio y la sospecha por el manejo de fondos. ¿Es ésa una forma honesta de editar la información? La respuesta, antes o además que por el pudor profesional, pasa por el hecho de confirmar a los medios opositores como estructurantes de la oposición dirigencial propiamente dicha. Ninguna caripela de ese mamarracho tuvo algo para decir sobre el anuncio presidencial, sea cual fuere el juicio que les provoque. Debió señalarlo el periodismo militante adverso al oficialismo, para que ni siquiera se den por enterados conservadores padrinescos, hijos de, regenteadores de comarcas y místicas fenecidas.
La lista es emblemática. Y hay que armarse de paciencia para aguantarla, en vez de renunciar por agotamiento. Inventar que “Estados Unidos” no descarta nuevas sanciones financieras contra Argentina, cuando se trataba de las declaraciones pasillescas y tergiversadas de un funcionario de rango menor que, llovido sobre mojado, fueron desmentidas a las pocas horas. Otorgarle marquesina de portada (!!!) a un “crítico” informe por los vuelos de Aerolíneas Argentinas a Europa, revelado en el desarrollo noticioso como la falta de unos pernos y suplementos que no afectan en absoluto la seguridad de los vuelos. Esto último fue al día siguiente de que nada menos que el titular de la Organización Internacional del Trabajo, en nada menos que la reunión parisiense del G-20 (los países más desarrollados del mundo y los emergentes más importantes), hablara con admiración de las políticas sociales latinoamericanas de defensa del empleo y del particular ejemplo de Argentina. Imaginemos la inversa: el mismo funcionario, en marco idéntico, citando al país como modelo negativo. Todavía estaríamos aguantando un bombardeo mediático masivo, a propósito de Argentina como testigo del infierno esperable por ir a contrapelo de la comunidad internacional.
En el último número de la revista Debate hay una nota muy atractiva del politólogo Edgardo Mocca: “El mundo que la oposición se niega a ver”. Plantea la hipótesis de que “a un amplio sector de la política argentina le está costando mucho rehacer su lenguaje y su mirada del mundo. Sigue considerando los años del kirchnerismo como una desdichada anomalía que distanciaría a nuestro país de los grandes centros de poder mundial y nos expondría al castigo por la irresponsable osadía. Están encerrados en un pobre provincianismo. (...) El diagnóstico de las derechas mediático-políticas presenta a nuestro país como una expresión trasnochada de un tercermundismo setentista, incapaz de insertar (a Argentina) en el mundo actual. Fascinada por su propia fraseología, la derecha se resiste a reconocer que el mundo en el que cree vivir forma parte del pasado. (...) Sigue creyendo ver antagonismos con el gobierno de Brasil, justamente en el momento histórico de mejor funcionamiento de la relación bilateral. (...) Asume como propio el discurso de los gobiernos centrales, inmersos en una crisis de época. (...) Lo que está en la raíz de la debacle opositora (...) es la sistemática negación de la nueva realidad mundial, con una apuesta entusiasta a que todo lo que haga el Gobierno salga mal; aunque ese resultado comprometa el interés del país como comunidad política y, por lo tanto, de su pueblo”.
Bien que en sintonía directa con el razonamiento que expone Mocca, cabría intentar una precisión subjetiva. No es que la oposición se niega a ver un mundo que ya no se resuelve en la lógica de la Guerra Fría, ni que ese mundo no sabe qué hacer frente a “las consecuencias devastadoras de la descontrolada financiarización de la economía”. La derecha (la local, al menos) lo ve, lo sabe, se da cuenta, pero no le da el cuero ni para asumirlo ni, claro, para actuarlo. Porque de hacerlo, de reconocer que aplica raciocinios viejos para problemas nuevos, tendría que soportar(se) que lo mejor para enfrentar al desafío kirchnerista es admitir justamente la superioridad kirchnerista en este ciclo de crisis del capitalismo. Y la constancia de su liderazgo. ¿Quién reconocería eso? ¿El hijo de Alfonsín, el jeque de San Luis, el alicate multimillonario, el decrépito ex cacique de Lomas de Zamora? Y si se lo observa por sus reemplazos mediáticos, ¿les da el piné para algo así a corporaciones cuya vista no alcanza más allá de que les jodieron el negocio del fútbol y la cantidad de radios y canales que pueden tener? No. No los guía estatura mayor que la suscitada por el resentimiento.
De manera inercial, solamente, uno terminaría por pedirle a la derecha que cambie alguna pila. Que tenga cierta renovación de sus criterios ya anquilosados. Que canten el retruco con algún argumento serio. No paran de insistir con el ajuste, la “calidad de las instituciones”, las amenazas a la prensa libre y restantes sarasas que no se creen ni ellos. Reproducen en analogía los mismos errores y horrores de las visiones de izquierda ortodoxa, que condujeron a la implosión de sus íconos. Ya es aburrido, y hasta deprimente, esto de no tener retos. Mejor buscarlos dentro del Gobierno. En algún momento, cuando este modelo ofrecía dudas de recelo gorila, despuntó aquello de que “yo no quiero ser kirchnerista, pero los antikirchneristas no me dejan”. Ahora, ni eso. Ahora viene a ser que no sólo uno no duda por las dudas sino que, encima, está convencido.
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