EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Es como si los astros se hubieran conjurado para certificar el porqué de este clima electoral manso, anodino, del que apenas hay registro por unos spots de campaña espantosos. A propósito: viene comentándose la conveniencia de avisarle a la mayoría de los candidatos que las agencias de publicidad les robaron la plata. La horripilancia y el ridículo de esas piezas podrían haberse evitado con alguna pizca de ingenio profesional. Pero, al cabo, el marketing tampoco puede hacer milagros desde una construcción política que no existe.
Resaltó un tema que agrupa todas las explicaciones posibles sobre la ausencia de discusión mayor. Un invento. Una presunta reforma constitucional para que, antes de 2015, mudemos del presidencialismo al régimen parlamentario, con la idea central o subyacente de Cristina como primera ministra. El invento, o más bien el delirio, no consiste en que esa idea no ronde de ninguna manera por alguna franja del oficialismo. Lo increíble es haberse enganchado con este tema como si se tratase de un asunto prioritario colado por el Gobierno, y muy sobre todo el modo en que surgió. La única que lo dijo con todas las letras fue Margarita Stolbizer: “Carrió tira un bombazo en el medio y todo el mundo corre a su alrededor discutiendo cosas que no están en la agenda de nadie”. Señaló además que la trastornada ex dirigente de la Coalición Cívica denunció un “Pacto de Olivos II” para perjudicar a Binner. Es verosímil que lo haya dicho con ese fin, pero lo impresionante no pasa por ahí, sino por el decurso de los acontecimientos. Efectivamente, todo nace cuando a Carrió se le ocurre denunciar una negociación secreta, entre kirchneristas y socialistas, para forzar un cambio constitucional que garantice la continuidad de Cristina hasta el fin de los tiempos. Para ser rigurosos, Carrió se valió de la plataforma del PS en el punto que privilegia un sistema parlamentario. A partir de ahí, el encadenamiento es alucinante. Del programa de los socialistas se saltó a reuniones clandestinas, que ya estarían en marcha, entre Cristina y Binner. Y después, el suceso de todos los referentes de la oposición subidos al disparador de la camorrera del barrio; junto con el periodismo y los intelectuales aburridos de que no pase nada, en términos de noticias capaces de afectar gravemente al Gobierno. ¿Es cosa de Mandinga que no haya quien pare la mano y conteste que no piensa prenderse a las chicanas de una desvariada sólo sostenida por los medios? No, es cuestión de querer tomarse de cualquier cosa para protagonizar alguna. El último apunte de Carrió es que “ahora se viene la persecución y la cárcel para periodistas, sindicalistas de izquierda y políticos de la oposición”, a más de que Cristina es “Mariana Nannis, rodeada de 20 carteras” y de que “el kirchnerismo es menemismo de izquierda perfeccionado”. Hay que ponerse atentos, porque pueden estar al caer las grandes polémicas nacionales sobre los pogrom que prepara el Gobierno para linchar opositores; la esposa de Caniggia naturalmente indignada porque no tiene 20 carteras sino 1200, y hasta pensadores de bolsillo convocados a programas de cable para debatir acerca de “Menemismo de izquierda, ¿antítesis o realidad?”. Y si no es eso podrá ser la prosecución de las revelaciones pochocleras de la Casa Blanca sobre atentados iraníes que incluyen a la Argentina justo cuando se viene de tender puentes a Irán para avanzar en el esclarecimiento del atentado a la AMIA. Cabe recorrer la imaginación por ahí si se quiere otear por dónde se las gastarán la semana que viene. No todos los días aparece un ex presidente uruguayo contando que se preparó para la guerra por Botnia; que recién entonces se enteró de que su Fuerza Aérea tiene cinco aviones militares sin combustible, y que no le quedó otra que ir a pedirle la escupidera a Bush. Como escribió Granovsky en este diario, ni siquiera lo tenemos al gordo Soriano para hacer el cuento de los preparativos bélicos entre argentinos y orientales, con Diego Forlán y Zaira Nara, Ricardo Mollo y Natalia Oreiro, dos modelos distintos de final y las murgas de ambas orillas planificando retiradas.
El país afronta la semana previa a su elección presidencial bajo definiciones que, en cualquiera de las alternativas, sugieren que todo está dicho. Seguridad sobre el resultado. Indiferencia, debido a esa certidumbre. Entusiasmo. Resignación. Mero trámite. Fiesta. Certeza respecto de que –rijan alegría, indolencia o pesadumbre– la movida quedó única entre la topadora de acciones gubernamentales y el bochorno permanente de la oposición. En ese orden o en el inverso. Lo peor que puede pasar es un juicio sólo aplicable al domingo que viene. Es una crónica anunciada salvo por la aparición del efecto Atocha, que los adversarios del oficialismo esperan, desde hace tiempo, mientras no suponga el compromiso de ganar. Pero precisamente por tratarse de un hecho consumado, seduce la tentación de no mirar más allá. No es que se juzgue como dato menor la aprobación, tal vez aplastante, de un mandato que ya lleva ocho años. Es que, gracias a lo paupérrimo del tipo de debate propuesto por el amontonamiento anti-K, puede haber la sensación de que en este plano no tiene sentido seguir discutiendo nada. Detengámonos aquí, otra vez. Una cosa es que lo anterior sea cierto porque, en efecto, medio mundo ya se avivó de las pelotudeces blandidas contra el kirchnerismo. La persecución a la prensa; el riesgo de un régimen con tintes y hasta presente fascistas, como sostuvo el analfabeto político Tomás Abraham (seamos extremadamente suaves); las instituciones pisoteadas; la propaganda oficial en Fútbol para Todos; el clima de crispación; los usos pendencieros de la televisión pública. Todo eso ya fue, y así les fue y les va, porque carece de arraigo popular e intelectual. No resisten ninguna tenida con aspiraciones de estatura considerable. Dicen cuanto se les antoja, los editan y amplifican en sus cadenas mediáticas, son abonados del tremendismo a tiempo completo. Y encima tienen la desvergüenza de hacerse los perseguidos. ¿Cómo no comprender que, frente a tamaño despliegue de contradicciones insolventes, se tenga la excitación de fugar, así nomás, hacia lo que estos impúdicos ubican como un enemigo de raigambre facha?
Es ahí cuando aparece la otra cosa. Si la cancha queda marcada por el terrorismo oratorio de esos gurúes, que abrevan en la provocación por la provocación misma, el desafío pasa por no entrar en su juego. De lo contrario, la batalla se circunscribirá al terreno que les conviene. No les alcanza, hoy, para ganar elecciones. Pero sí para pudrir al pensamiento crítico, porque cansan. La granja que sueñan es discutir para atrás, nunca para delante. Atrás de la ley de medios, atrás de no reprimir la protesta social, atrás de la Asignación Universal por Hijo, atrás de la estatización del sistema jubilatorio. Quieren que el rumbo de este país pase por el denuncismo impoluto, por si vamos a parecernos al autoritarismo chavista, por si no está espantándose a la inversión extranjera, por volver a la ortodoxia fiscal. El rumbo envanecido de sus negocios. Uno se contesta que no, que esa película ya la vimos, que ya se sabe quiénes son y a dónde nos condujeron. Pero el peligro de quedarse ahí es muy grande. Este modelo kirchnerista, como debe ser en todo proceso de cambio si se pretende profundo, otorga tantas confianzas propias de una gestión ya ameritada como dudas estimables. ¿Es creable o reconstituible una burguesía nacional que le dé sustento de desarrollo industrial? ¿Cuál es su paradigma productivo? ¿No se reposa en exceso en el liderazgo de Cristina? ¿Hay una construcción de militancia por abajo, y de cuadros políticos por arriba, que supere a un renacido ímpetu juvenil politizado? ¿Sólo es cuestión de que viene imponiéndose otro “relato”?
Apenas un ligerísimo puñado de preguntas, entre decenas por el estilo, cuya necesidad podría perderse de vista ante el agotamiento que provocan la inexistencia, el jadeo o la ridiculez opositores.
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