Sábado, 29 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › DOS MIRADAS SOBRE EL TRIUNFO ELECTORAL DE CRISTINA KIRCHNER
Por Mariana Moyano *
Los crispados, los indignados, los enojados, los sorprendidos, los felices y los emocionados, todos, dieron cuenta de la variedad de aristas de excepcionalidad que tuvo la catarata de votos que recibió el domingo Cristina Fernández de Kirchner. Las coberturas tuvieron el habitual ingrediente de las listas de ganadores y perdedores y se hizo el correspondiente raconto para indicar la dimensión única de estos comicios. Pero ese aluvión de adhesiones erigió otro hecho extraordinario que no ha sido aún puntualizado. El domingo 23 de octubre se constituyó en la primera vez de muchas cosas; pero hay una que merece ser observada con más detenimiento: nunca un(a) presidente(a) había ido a las urnas arrastrando a los grupos económicos de la comunicación a llegar a esos comicios con una posición tan explícita y a cara descubierta.
Desde la vuelta de la democracia, los multimedios dominantes siempre han jugado sus cartas frente a las elecciones: apostaron a candidatos, construyeron otros, limaron gobiernos y coquetearon con el progresismo mientras tironeaban hacia la derecha. Pero cada uno de esos movimientos terminaba silenciado por complicidad o por temor. En cuatro paredes, la dirigencia política tuvo que someterse a todo tipo de extorsiones y presiones. Mientras tanto, el lobo avanzaba hacia su presa con el mismo traje de cordero de la independencia y se hacía el distraído debajo del disfraz de la imparcialidad periodística.
En esta oportunidad –y porque el año 2008 inaugura la época de visibilización más brutal que ha debido padecer el poder económico de nuestro país–, todo fue distinto. El poder fáctico (y de facto) de la Argentina llegó a los comicios con nombre y cara; desvestido y denunciado; con objetivo a la vista y con operación desmontada. Hizo su juego. Intentó poner las reglas. Apostó. Y perdió. Y he ahí el otro gran dato: el poder económico y simbólico que significan los emporios comunicacionales fue derrotado y a un nivel que pasan los días y aún no se recuperan del cimbronazo.
Una época crujió el domingo. El discurso que siempre había sido subordinado, negado y pisoteado encontró la grieta para colarse y desde allí en progresión geométrica fue haciendo del surco una avenida, a la cual sumó, sumó y sumó sin pausa. Con desprolijidad, a los tumbos de vez en cuando, con algún retroceso, pero a paso firme. Y quedó a la vista que por ahí andaba la realidad.
La protesta sin parangón de las patronales agropecuarias fue el conflicto sobre el cual se montaron los medios dominantes para volver a ponerle límites a la democracia. El modo en que el gobierno nacional recuperó la iniciativa luego del tropezón fue el mojón desde el cual se pudo construir el camino para llegar hasta hoy.
El historiador Eric Hobsbawm toma del ex presidente de la Academia Húngara de Ciencias Ivan Berend la idea de “siglo corto” para indicar que el siglo XX se inicia con la Primera Guerra Mundial y que culmina con la caída de la URSS. Desde esa definición como referencia hago un traslado a nuestras pampas y me aventuro en afirmar que el 2008 fue un “año largo”: se inició en marzo con la resolución 125 y culminó en octubre de 2009 con la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
Todo ese período tiene dos rasgos comunes y distintivos: la audacia de las medidas propuestas por el Gobierno en medio del clima de más profunda derrota política y el esfuerzo de una Presidenta no tanto por hablar y explicar sino por crear oídos para que esas palabras tuvieran destino.
A cada iniciativa, un porqué desde los argumentos. A cada decisión, un razonamiento. Poco a poco, y pese a que los obstáculos se interponían de la mano de la cantilena del “abuso de la cadena oficial”, Cristina Fernández de Kirchner logró hacer a un lado a los intermediarios. Quitó a los medios del medio. Y pudo establecer una comunicación infinitamente más directa con los destinatarios, que no eran otros que quienes la habían puesto en ese lugar.
Esquivó las barreras y “desinterfirió” su propio discurso. Al quebrar el aceitado mecanismo, ese vínculo asimétrico entre medios y sociedad –fundado sobre la dependencia de la ciudadanía del espejo que le devolvían esos medios de comunicación– rompió un círculo vicioso. Y ahí ocurrió lo que cancela una época y permite pensar en otra: la “gente” de a poquito volvió a ser pueblo y a su país le volvió a decir Patria.
Empezaba a verse a una sociedad caminar a contrapelo del relato dominante. Se intuía, se olía y si uno hacía el esfuerzo, se veía. Pero las crónicas de los poderosos se perdieron el Bicentenario; la adhesión que había generado la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual; la responsabilidad cívica con la que Argentina (por determinación ciudadana y porque la vida tuvo la mala idea de clavarnos un puñal) se tomó el censo; la intensidad democrática que generaron las PASO; la épica que crecía de la mano de la militancia. Hasta les costó entender qué era esa marea humana que despedía a un líder.
Debe haber quienes militantemente el domingo votaron muy a conciencia en contra de esos oligopolios de la comunicación y el sentido. Pero es exagerado, aventurado y equivocado afirmar que doce millones de almas sufragaron con esa premisa. Lo que es innegable es que un 54 por ciento de la Argentina tomó una decisión. Y ésa es la otra cara de la derrota sufrida por esos grupos: se castigó la terquedad que les impidió ver lo que tenían enfrente.
Se quedaron ciegos y fueron incapaces de escuchar lo que no fueran sus propios caprichos. Las ediciones amañadas y tramposas fueron la materia prima de su propia retroalimentación. Se mordían la cola, bah, mientras la realidad les pasaba por al lado. No le prestaron atención. Y así fue como un domingo, este domingo, ese mundo real se los llevó puestos.
* Periodista. Docente de la carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA).
Por Carlos Tomada *
Durante semanas hemos leído o escuchado mucho sobre las razones por las que Cristina Fernández de Kirchner iba a acceder a una nueva victoria electoral. Hoy, a la luz de un resultado contundente, toda interpretación resulta más sencilla.
Pero hay una evidencia, un sentimiento extendido y una realidad concreta. Estamos frente al proceso de inclusión social más importante que ha conocido la Argentina contemporánea. Para decirlo en cifras: más de 12 millones de argentinos hoy tienen derechos (trabajo registrado, jubilación, pensiones, asignación universal, capacitación laboral) que no tenían el 24 de mayo de 2003. A lo que debemos agregar la ampliación inédita del acceso a bienes y servicios (agua corriente, cloacas, energía, transporte y televisión).
En la idea de aportar una mirada que sume, me permito una sugerencia: recordemos el acto de cierre de campaña en el Teatro Coliseo. Allí, sin dudas está la síntesis. Los argumentos concretos por los cuales la sociedad, en forma mayoritaria, apoyó la idea de un nuevo período presidencial.
Ese miércoles, bajo las luces de ese escenario, se encontraba la Presidenta. Pero no estaba sola. La acompañaba la fuerza de un pueblo. Un conjunto de hombres y mujeres que representan distintos colectivos sociales. Y también sectores que conocen sobradamente los beneficios de las políticas públicas que viene impulsando el proyecto nacional y popular desde el 25 de mayo de 2003.
Allí estaba Atilio, que recuperó su trabajo como lo hicieron otros cinco millones de argentinos en estos años. Y Jésica, quien como tantos miles dejó de vivir de prestado y hoy puede invitar a su casa propia. También Ariel, el “geniecillo”, como dijo Cristina, que representa el talento de nuestra juventud. Y Jorge, uno más de nuestros cientos de industriales nacionales que aportan día a día al crecimiento del país.
Había muchos más. Como Haydée, quien al igual que más de dos millones y medio de argentinos pudo acceder a una jubilación, a pesar de que no le habían aportado. Y Romina, científica que volvió al país y ejemplifica el fin a la histórica fuga de cerebros. También Ramiro, con el futuro de la tecnología en sus manos. O Elena, la misionera, que como miles y miles de argentinos accedió a la Televisión Digital gratuita. Además, estaba Victoria con una historia sólo de amor y sin odios, representando la memoria, la verdad y la justicia, y un dolor que todos queremos superar.
Podríamos nombrar a muchos más. Como Brian, el atleta que está demostrando la fuerza de nuestros deportistas en los Panamericanos. O millones de chicos que a través de la Asignación Universal por Hijo acceden a la salud y a la educación. O los miles de jóvenes capacitados para trabajar. O la cantidad de comerciantes que han visto subir su facturación día a día, mes a mes, año a año. Ni que hablar de esas almas que en el teatro y desde la plaza se emocionaban y aplaudían estas presencias, esa militancia que sabe que son las realidades y expectativas de un futuro deseado y posible que llevaron a Cristina hasta el triunfo del domingo pasado.
No van a encontrar aquí, en estas líneas, sofisticados comentarios. No voy a hablar de reservas de libre disponibilidad, ni de recaudaciones record. Tampoco de retenciones, commodities, y de superávit fiscal. Ni del dólar, de finanzas, o de barreras comerciales. No es que no me interesen. Todo lo contrario. Son variables y análisis técnicos con los que se gobierna todos los días. Pero que de nada sirven, si no están al servicio del pueblo. Ese pueblo que empezó a recuperar la política y la cultura del trabajo tan desdeñada durante 35 años.
Y que el domingo, en las urnas, le dio un contundente respaldo a este proyecto, e instaló una nueva mayoría, ratificando el liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner.
* Ministro de Trabajo, Empleo y Seguridad Social.
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