Sábado, 29 de octubre de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Luis Bianco *
El miércoles presencié la sentencia de los represores sanguinarios de la ESMA. Los volví a ver cara a cara. Los recordaba como tipos tan “valientes”, prepotentes en el ejercicio de la impunidad que les daba el poder. Recordé los años de sufrimiento y de espera por mi hermana, Alicia Bianco, desaparecida el 30 de abril de 1976, y por mi madre, Mary Ponce de Bianco, secuestrada el 8 de diciembre de 1977. Sentado junto a mi hermana, Ana, me sentía un poco nervioso, un poco eufórico y también muy sensibilizado. En esa situación, un periodista me hizo una nota y di un perfil de mi madre. Me preguntó: ¿Qué espera de este fallo? Respondí: Perpetua, condena máxima por los asesinatos. A medida que pasaban las horas todo era confuso, no sabíamos por qué tanta tardanza. Percibí cierta intranquilidad en mi hermana, yo disimulaba mi ansiedad, cuando de repente hacen su entrada los represores. Astiz estaba ahí, con una sonrisa burlona y una bolsa de nylon en su mano. Tuve demasiadas emociones encontradas en ese momento. En mi corazón no había ni un atisbo de rencor hacia ellos, los observaba inertes, con gestos de deshumanización total, como muertos, mutantes... En ese momento repentinamente recordé a mi madre, por su lucha, su alegría, su tristeza y su incansable labor junto a Esther y Azucena, quienes fueron parte fundacional de un movimiento único en el mundo. ¿Tanto temor les tenían a estas madres para infiltrarse en su organización, secuestrarlas, torturarlas y asesinarlas? ¡Qué ilusos! Pensaron que estos pañuelos blancos se acabarían; al contrario, las inmortalizaron en su lucha. Hoy, gracias a estas tres Madres se los pudo juzgar, gracias a estas tozudas mujeres que volvieron con el mar para dar testimonio de los vuelos de la muerte. Hoy ellas están más vivas que nunca en la historia y en nuestros corazones, y acompañan todas las semanas a sus compañeras de lucha en la Plaza de Mayo. Siento una tranquilidad muy grande al saber que se hizo justicia con ellas y, por sobre todo, que en la lucha por la democracia en la Argentina salieron triunfadoras junto a los 30.000 detenidos-desaparecidos. Los compañeros de las organizaciones de derechos humanos estaban eufóricos: se había hecho justicia, nada más que justicia, sin venganza. Si hubiéramos actuado por venganza, seguramente nos igualaríamos a ellos y eso nunca sucederá. Porque en el país que nosotros queremos y luchamos lo más importante es la vida y el pensamiento de las personas. ¿O ustedes creen que las madres, políticamente, pensaban lo mismo? No, tenían diferencias; pero sabían que luchando juntas por recuperar a sus hijos eran mucho más fuertes y llegaron a ser indestructibles. Por eso su ronda siempre va a ser una caricia para nosotros, los hijos de esas madres que nos sentimos orgullosos por su valentía, pero por sobre todas las cosas por su inmenso amor hacia nosotros.
No puedo olvidarme de mi padre; en estos días voy a ir al cementerio a contarle que Mary, su mujer, es ciudadana ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que está su pancarta en las manifestaciones, que tiene un espacio verde que lleva su nombre y que descansa en el solar de la Iglesia de la Santa Cruz, que fue el último lugar que pisó tierra libre. Yo, como hijo de Mary, quiero agradecer a todos los que han hecho posible este juicio: al gobierno nacional, a la Justicia y a todos aquellos que luchan por los derechos humanos.
* Hijo de Mary Bianco, Madre de Plaza de Mayo secuestrada el 8 de diciembre de 1977.
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