Dom 19.02.2012

EL PAíS  › LA CRUEL HISTORIA DE UN CURA DESAPARECIDO Y LA RELACION ENTRE IGLESIA Y DICTADURA

El asesinato de “un mal ejemplo”

En 1976 se casó, después de pedir inútilmente su estado laico. El obispo de La Plata Antonio Plaza le advirtió sobre “las consecuencias”. En noviembre de 1976 lo secuestraron. Se sabe que fue torturado y fusilado.

› Por Alejandra Dandan

Federico Bacchini era un sacerdote de La Plata que empezaba a tomar distancia de la Iglesia, que le cuestionaba su opción por los pobres. Como además era músico, conoció a la organista Elsa Paladino, que tocaba en un templo metodista. Enamorado, en 1974 empezó los trámites para recuperar su estado de laico, pero el expediente nunca llegó a concretarse. Igual se casaron, tuvieron una hija, Clara, y poco después de su bautismo el por entonces obispo de La Plata, Antonio José Plaza, lo conminó a dejar la ciudad por el “mal ejemplo” que significaba para los otros sacerdotes. El se negó a hacerlo y Plaza lo amenazó con las posibles consecuencias. Sabía de qué hablaba. Era noviembre de 1976, el terror dictatorial dominaba el país con el entusiasta apoyo de altos dignatarios de la Iglesia como el propio obispo de La Plata, y Bacchini, todavía formalmente un sacerdote, fue secuestrado por una patota policial apenas unos días después. La Iglesia nunca hizo nada por él.

Clara Bacchini ahora tiene 35 años y le pone sus palabras a esa historia. “Me bautizaron en octubre de 1976”, dice. “Lo hicieron abiertamente, en Nuestra Señora de Guadalupe. Después de mi bautismo, monseñor (Antonio José) Plaza lo hace llamar a mi papá. Le dice que tenía que irse de La Plata, que teniendo esposa e hija era un mal ejemplo para el cuerpo de sacerdotes platenses. Papá le dice que no, que no era mal ejemplo para nadie. Que no estaba engañando a nadie, que había pedido a la Iglesia lo que tenía que pedir. Que no tenía nada que esconder, que no se iba y Plaza le dijo: ‘Entonces atenete a las consecuencias’. Veinte días más tarde lo secuestraron.”

Clara habló mucho de la historia que logró armar de su padre, el lunes pasado en el juicio por el circuito Camps. Antes de entrar, le habían dicho que iba a tener unos tres segundos para verles las caras a los represores que están sentados adelante. Clara sabía que todo iba a ser muy rápido. Que podía mirar o no mirar.

“Es como que vas caminando hacia ellos y en vez de llegar hasta donde están, te sentás antes. Yo los miré. Y cuando miré a Etchecolatz, que lo reconocí enseguida porque se sienta adelante de todo, sentí a una persona sin vida, que no tiene ninguna vibración. El me miraba a mí y yo lo miraba a él. Pero cuando uno se mira a los ojos con alguien, siente algo, la presencia de otra persona, otro ser humano. Yo lo miré y era como un yeso: una persona sin alma, sin espíritu. Una cosa helada, inerte. Aunque no tan inerte porque en algunos momentos en los que yo decía algo escuché cómo tosió.”

Clara está convencida de que así como el entonces arzobispo de La Plata estuvo relacionado con el secuestro su padre, Miguel Etchecolatz tosió exageradamente, como diciéndole algo, cuando ella habló de un comisario, que alguna vez sacó a su padre del centro clandestino para darle una advertencia sobre Plaza.

“Estando en cautiverio en la comisaría 5ª, a mediados de enero de 1977, un jefe de policía, que no sabemos quién fue, se puso en contacto con papá. El le había hecho un favor a la familia y eso le había generado cierta estima por mi padre. Entonces lo llamó para decirle que le tire una soga para ver con quién podía hablar para terminar con esa situación, para poner a papá en libertad, alguna soga por fuera de los poderes policiales o militares. Y papá entonces le dice que lo llamen a Plaza y la respuesta fue: ‘Te pedí una soga para sacarte, no para que te ahorquen’.” Clara siempre pensó que ese jefe policial pudo ser Etchecolatz, “pero no sé si fue él, no sé si alguna vez lo vamos a saber”.

El rol de esa Iglesia de la que habló el dictador Jorge Rafael Videla en su última entrevista es parte de las imágenes de las que hablan una y otra vez los testigos de los juicios que se suceden en todo el país. Son obispos y adjuntos a los que los familiares acudieron para pedirles información, o una mediación con la dictadura, y en muchos casos dieron datos no precisos pero ciertos sobre los desaparecidos, no de lugares pero sí sobre si seguían vivos o no. O sobre los niños robados. Lograron saber si habían nacido o no, o decían que estaban con buenas familias. Mientras algunas de las fiscalías discuten qué hacer con esa información (ver aparte), el arzobispo de La Plata, que era un confeso colaborador de la dictadura, reapareció en la declaración de Clara iluminando cómo utilizó la Iglesia su asociación con la dictadura para sacarse problemas de encima.

Quien todavía es un cura para la Iglesia, porque nunca aceptó su renuncia y el pase al estado laical, nació en noviembre de 1937 en la ciudad de Buenos Aires, en una familia de abuelos italianos, un padre muerto en su adolescencia y una madre de la que Clara habla como una gran pianista, rodeada de músicos y tangueros y muy católica. Federico era el único varón de cuatro hermanos y Clara no sabe si entró en el monasterio benedictino cuando terminó el secundario porque las cosas “debían ser así” para el hijo varón de algunas familias. Del monasterio, Federico pasó al seminario de La Plata porque no lo convencía la introspección. Plaza lo ordenó sacerdote y él parecía uno de los cuadros más prometedores de la curia: fue director del Seminario Mayor sin saber que años después iba a estar prisionero en la comisaría de la esquina; fue profesor del Instituto de Teología y como dicen que era un músico excepcional estudió y enseñó en el Conservatorio de La Plata. Pasó por varias parroquias, pero todos hablan de su paso por Cristo Rey. Ahí armó un comedor y pese a la oposición expresa del arzobispo sumó a los más jóvenes en campañas de alfabetización. Entre ellos, Jorge Bonafini, uno de los hijos de Hebe, con su esposa.

“Mi papa quería vivir la experiencia de la fe junto con la gente, no dentro del monasterio. Ahí empezó a tomar contacto con otros, pensaba hacer una orden nueva en Berisso, pero al final no lo hizo. En Cristo Rey formó grupos de trabajo social y fue tal la movida, que Plaza le había prohibido que trabaje con jóvenes para que no fomente su línea de un Evangelio tan abierto.”

En ese momento, Elsa Noemí Paladino era cantante lírica y parte de la Iglesia Metodista. Se conocieron en ciclos de conciertos y ella tomó clases con él. “Cada uno por su lado eran muy respetuosos. Mi vieja era protestante, pero no dejaba de respetar que mi viejo era cura. Y mi viejo era hombre, pero tampoco dejaba de respetar que era cura. Eran muy dogmáticos en ese sentido y cuando vieron que entre ellos había algo más que un afecto de músicos, cada uno empezó a tomar decisiones para apartarse. Entre las diferencias que tenía con la jerarquía de la Iglesia por su concepción del Evangelio y su forma de desarrollarlo, y que el Evangelio que él sentía estaba en medio de la gente y no en la catedral, más los enfrentamientos con el arzobispo, más sentir que podía estar enamorándose de una mujer y eso no coincidía con sus votos sacerdotales, hizo los trámites para el estado laical y, mientras corrían, busca tomar distancia y pide una beca para España.”

Elsa, que a su vez intentaba alejarse, también decidió irse a estudiar afuera. No se pusieron de acuerdo, pero cuando se dieron cuenta, los dos estaban en un curso en Santiago de Compostela. Cuando volvieron se casaron y pasó todo lo que pasó hasta el 25 de noviembre de 1976. Clara, de dos meses y 20 días, dormía a la una y media de la madrugada. Oyeron un timbrazo en la casa de la calle 15. Federico se sobresaltó pero logró cambiarse, cuando intentó llegar a la puerta lo paró el grupo vestido de fajina que ya la había tirado abajo. Ellos vivían en la parte alta. Abajo estaban la madre de Elsa y una hermana. Todos salieron a un pasillo. Les dijeron que buscaban a Federico Bacchini para unas preguntas, pero nadie les creyó. Cuando vieron el movimiento violento de las puertas y el despliegue de armas, entraron en un estado de tensión que crecía minuto a minuto.

“No las apuntaban a ellas con las armas, apuntaban hacia arriba”, dice Clara. “Empezaron a mostrarse más enérgicos porque lo toman a mi papá de los brazos para que no se resista. Entonces uno de civil le dice a mi vieja que se lo iban a llevar, pero que nadie salga a la vereda porque al que salga le iban a disparar. Mi vieja se abalanzó lo mismo. ‘¡Federico! ¡Federico!’ gritaba llamando a mi viejo, pero en la puerta de la casa con la mente miró para arriba y me vio a mí: una bebita en el moisés. Entonces retrocedió y no salió. Nosotras somos evangélicas metodistas. Cuando entra mi mamá de nuevo a la casa, mi abuela le dice que se calme, que se pongan a rezar un Padrenuestro. Y mi mamá empieza a decir ‘Padre Nuestro’, pero su estado de shock era tan grande que no pudo decir más que eso, no le salía el resto de la oración.”

Clara cuenta que ésa fue la última vez que a Federico lo vieron con vida o que supieron algo de forma directa. Todo lo que siguió fueron hábeas corpus negativos. Una abuela intentó ver a Plaza, pero no la recibió. El cardenal Eduardo Pironio, en 1977, les dijo que estaba convencido de que él estaba afuera, aunque a esa altura, lo supieron después, su padre estaba muerto.

Con la democracia empezaron a llegar los datos de los sobrevivientes. Entonces conocieron a Carlos Alberto de Francesco, que consiguió salir con vida de la comisaría 5ª. Les habló del encuentro entre Federico y el comisario y cómo, cuando volvió, Federico les dijo a sus compañeros que si alguno volvía a ver a Plaza antes que él, lo manden “a la remilputa que lo parió”.

“Ahí hay que remarcar esta cuestión de que a papá hacía dos meses que lo estaban torturando y sin embargo llegó y no dijo mátenlo, extermínenlo, asesínenlo y déjenlo tirado en la calle como hicieron con él. No dijo tápenlo con tierra y que nadie sepa dónde esta enterrado, dijo: ‘Insúltenlo’”, contó Clara en la audiencia, y lloró como llora ahora.

De Francesco estuvo con Federico en la Navidad de 1976. Hacía tanto calor adentro de la 5ª que el piso de ese infierno se mojaba con la transpiración de los cuerpos y el pánico colectivo. El sobreviviente, que se define como ateo, cuenta que Federico tenía guardado un pedazo de pan o algo de la comida.

“Y entonces los trató de acomodar a todos para sentarlos, hizo una oración y les habló de la comunión. De lo que significaba para el mundo cristiano el nacimiento de Jesús. Los hizo calmarse. Agarró el pan, lo bendijo con una oración y repartió un pedazo a cada uno. Dicen que papá tenía una voz grave, muy dulce, no sé cómo tendría su voz, pero les cantó una oración que es sobre la base de un negro spiritual.”

La tortura del desaparecido

“Mirá, todas nosotras creíamos que papá seguía con vida hasta que me llamaron del Equipo (Argentino) de Antropología Forense para decirme que habían identificado los restos. Lo primero que sentí cuando me lo dijeron, fue que la tortura del desaparecido había terminado. Es que, en realidad, para los familiares, los hijos, las esposas, lo del desaparecido es la tortura permanente. No se sabe dónde está. No se sabe si lo mataron, cuándo. Entonces cualquier persona que se te cruza en la calle que tenga un rasgo parecido, pensás si no será él. Cualquier timbre inesperado, cualquier llamado telefónico, pensás si no será él. Eso es lo que te acompaña todos los días de tu vida hasta que de golpe te llaman del EAAF y te dicen que identificaron sus restos.”

El EAAf identificó los restos de Federico en 2010, al lado de víctimas que habían pasado por centros de otros circuitos como Marta Taboada, del Protobanco. Todavía no se sabe nada cierto sobre cómo era el procedimiento de distribución de los cuerpos, y algunos jueces como Daniel Rafecas se preguntan si había un grupo encargado específicamente de esa recolección.

“No tenemos precisión aún de cómo fue fusilado –cuenta Clara–. El EAAF nos dice que Federico Bacchini estaba enterrado en una tumba NN, mezclado con restos de 35 personas, en 25 bolsas porque fueron exhumados en los ochenta y pasaron por varios lugares. La identificación fue un trabajo titánico porque estaban los huesitos mezclados, han tenido que encontrar huesito por huesito, por eso inhumamos pocas partes de su esqueleto: el cráneo, una pierna completa, la otra no, y un pedacito de un brazo, nada más. Pobrecito. Pero ahora tiene una sepultura cristiana como todo cristiano tiene derecho a tener.”

Está en La Plata en el mausoleo de Memoria, Verdad y Justicia del cementerio municipal.

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