Mié 22.08.2012

EL PAíS  › EL ARREPENTIDO MARIO PONTAQUARTO CONFIRMó SU CONFESIóN SOBRE EL PAGO DE COIMAS EN EL SENADO

“Los billetes ocupaban todo el colchón”

El ex secretario parlamentario dijo que los senadores peronistas quisieron negociar con Chacho Alvarez, pero se dieron cuenta de que “tenían que buscar otro interlocutor”. Y que eso derivó en la reunión en el despacho de Fernando de la Rúa.

› Por Ailín Bullentini

Durante los primeros meses del 2000 hubo, según Mario Pontaquarto, una reunión entre el entonces vicepresidente, Carlos “Chacho” Alvarez, y un puñado de senadores peronistas, en la que el entonces presidente Fernando de la Rúa fue identificado como el único con el poder para negociar “cuestiones de Estado”. Y el pago de sobornos para la aprobación de la Ley de Reforma Laboral era, tal como confesó el ex secretario parlamentario, una de esas cuestiones. El encuentro entre Alvarez y los legisladores fue una de las “perlitas” que Pontaquarto reservó para ayer, el día en el que finalmente declaró ante el Tribunal Oral Federal número 3, que definirá si se lo condena o lo sobresee junto a otros siete acusados por el delito de cohecho. “Los senadores querían medir el poder de acción” que tenía Alvarez y “se dieron cuenta de que el poder real no pasaba por él, que había que buscar otro interlocutor. Ahí aparece la famosa reunión en la Casa de Gobierno”, detalló el “arrepentido” del caso de las coimas en el Senado, que tiene a De la Rúa entre sus principales imputados. También detalló que de la SIDE se llevó “un maletín, una valija y una caja embalada” con el dinero destinado a la compra del apoyo peronista y que lo mantuvo en su poder durante una semana: “Conté la plata en mi casa. Los paquetes de billetes de 100 y 50 ocupaban todo el colchón king size”, graficó.

El testimonio del ex secretario parlamentario fue una versión extendida de la historia que reveló por primera vez hace casi una década ante el juez Norberto Oyarbide (que reemplazaba a Rodolfo Canicoba Corral, a cargo del expediente) y reiteró hasta el hartazgo en entrevistas. Fue la primera declaración que oyeron los magistrados Gerardo Larrambebere, Miguel Pons y Guillermo Gordo. Por ser la más conocida, y a la vez el hilo conductor sobre el que se construye la causa, era la más esperada. La ansiedad por escucharlo residía en la posibilidad de que se contradijera y en el embate de las defensas que debería afrontar. No obstante, debido a que las primeras seis horas de audiencia estuvieron dedicadas a los pedidos de nulidad de los acusados –De la Rúa; el ex director de la SIDE Fernando De Santibañes; el ex ministro de Trabajo Alberto Flamarique, y los ex senadores Augusto Alasino, Ricardo Branda, Remo Constanzo y Alberto Tell–, Pontaquarto sólo alcanzó a dar su testimonio y a responder las preguntas de la fiscal Sabrina Namer.

Nervioso, impaciente en el movimiento de sus manos, tembloroso por momentos en el sonido de su voz, el imputado arrancó su testimonio con un repaso de su carrera política como empleado del Senado, desde que ingresó como empleado raso en 1983 hasta que se convirtió en secretario parlamentario en 1999, con el gobierno de la Alianza. El recorrido le permitió entablar “buenas relaciones” con los bloques de legisladores oficialistas y opositores. Después retomaría la historia que lo tiene como “mandadero” del pago de sobornos para la aprobación de la Reforma Laboral. Una de las revelaciones de su testimonio, más bien anecdótica, fue su relación extramatrimonial. “Tal vez cambié algunos horarios (en sus declaraciones) porque en ese momento no había blanqueado mi doble vida para no lastimar a nadie”, sollozó.

En ese sentido, ubicó “al poco tiempo” de asumidas las autoridades nacionales el comienzo de la negociación de la ley “más importante” de la gestión, la de Reforma Laboral, y por la misma época el encuentro entre Alvarez y los senadores opositores. “El justicialismo planteó que era muy importante solucionar algunos temitas con el presidente del Senado antes de negociar la ley. Querían medir su poder de acción. Se reunieron en su despacho (Jorge) Yoma, (Carlos) Verna y Alasino, quien le pidió la reincorporación de tres empleados en la Dirección Nacional de Pensiones Graciables de Concordia. Chacho habló con esa dirección para solucionar ese requerimiento, con la intención de limar asperezas de cara a aprobar la ley –detalló Pontaquarto–. Pero Luna, ése era el apellido de la titular de esa área, le contestó que sólo recibía órdenes de De la Rúa. Para los justicialistas quedó claro que el poder real no pasaba por Alvarez y que había que buscar otro interlocutor.”

Más allá del valor anecdótico de ese hecho, Pontaquarto lo utilizó como corolario de la descripción que realizó del momento en el que De la Rúa habría dado el aval final al pago de los sobornos. “Ahí aparece la famosa reunión en la Casa de Gobierno”, continuó el arrepentido, y avanzó en el recuerdo de ese momento. “(El entonces secretario provisional del Senado José) Genoud me pidió que lo acompañe a la reunión. Fue en horas del mediodía. Ingresamos por la puerta del costado de la Casa Rosada. En el despacho ya estaban Alasino y Tell. Yo esperaba que me preguntaran por los tiempos parlamentarios, pero no. En un momento Genoud dice que se necesitaban otras cosas para que los senadores aprobaran la ley y De la Rúa le contestó ‘arréglenlo con De Santibañes’. Al final del encuentro llegó Flamarique.”

Luego, el imputado reveló las razones de su presencia en la operación ilegal: “Genoud me preguntó si me imaginaba qué eran esas ‘otras cosas’ y le pregunté ‘por qué yo’. Me dijo que porque él no podía confiar en otra persona y porque los senadores peronistas también me tenían confianza”. Dos días después, Pontaquarto mencionó otro encuentro sucedido en el departamento de De Santibañes. “Fuimos con Genoud. Me dijo que esperara en el auto y a la media hora salió acompañado de Flamarique. Me dijo que me iban a avisar para ir al despacho de De Santibañes a la SIDE”, recordó.

El aviso para que se presentara en la Secretaría de Inteligencia del Estado le llegó el 18 de abril de 2000. Ese mediodía, sostuvo, “De Santibañes me preguntó si ya estaba todo acordado y le dije que sí. En algún momento entró Gladys Motta (la secretaria del titular de la SIDE) a la que De Santibañes le dijo que arregle conmigo un horario para hacer la entrega del dinero para el pago de sobornos”. La segunda llamada del día la recibió a la tarde y acudió nuevamente a la Secretaría de Inteligencia del Estado para culminar la primera etapa de la operatoria. Según su detalle, ingresó por el “portón que da a la calle Alem”, estacionó su auto, un Peugeot 406, Gladys lo recibió y lo condujo hasta, según recuerda, el octavo piso del edificio. “Me dijo que esperara allí y ella se fue. Volvió con un maletín en donde me dijo que habían 900 mil dólares, y una valija rígida y una caja embalada en donde estaba el resto”. Se retiró en su Peugeot, con los bultos en el baúl, y un custodio de la SIDE que lo acompañó hasta el Senado.

Allí se enteró por boca de Verna que no habría ley. “Tenemos mucho quilombo con los gremios”, le soltó el ex senador. El dinero de los sobornos, entonces, debería esperar bajo su control. Lo llevó a su casa familiar en General Rodríguez. “El dinero estuvo en el vestidor de mi casa, tapado con frazadas, pero antes de guardarlo lo conté por primera vez. Los paquetes de billetes de 100 y 50 ocupaban todo el colchón king size”, graficó. Genoud le había “pedido que separara 700 mil para repartir entre él y Flamarique, los guardé en un bolso marrón que todavía tengo”.

La sanción de la ley se acordó el 26 de abril. Ese día, ya en el recinto, Costanzo fue quien le dio las coordenadas para el pago. “Me dijo que se lo tenía que dar a Cantarero en su departamento de Callao y Posadas. Cantarero se retiró antes de la sesión, me dijo que lo llamara cuando estaba cerca de su casa así me abría. Entré el auto, bajamos las cosas y subimos en ascensor de servicio. El me ayudó a entrar los bolsos, los dejamos en una mesa ratona grande. Me dijo ‘bueno, ¿vamos Ponta?’ así me llamaba ‘que ya vienen los muchachos. Mirá acá tengo la listita’ y me la dio.” Aseguró que al día siguiente llevó ese bolso marrón con la parte correspondiente a Genoud y Flamarique al Senado y, desde allí, se dirigió a Ezeiza rumbo a Jordania.

“Es el error más grande que cometí en mi vida”, apuntó casi al llanto y antes de concluir su declaración con la aparición del anónimo entre los senadores meses después y el destape del caso en la prensa. “Desde allí todo se desmoronó y también mi vida”, concluyó.

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