EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Los acontecimientos de estos días llevan a que desde numerosos sectores, oficialistas y no, se hable de un clima enrarecido. Es comprensible, sobre todo por los reflejos instantáneos que se activan en esta sociedad cuando la cara visible de una protesta son grupos de fuerzas militares o de seguridad. La pregunta –tan clave como obvia– es quiénes son los que enrarecen. Sólo a través de la respuesta puede determinarse la peligrosidad del enrarecimiento o de lo que, tal vez, simplemente se percibe como tal.
En primer término, cabría decir que ocurrió un hecho puntual pero no aislado de la agitación promovida por los medios de comunicación opositores (es decir, por la única oposición realmente existente). Y en particular por uno de ellos mediante su figura sobresaliente, a cuyo servicio se ofrece la infraestructura del Grupo con una intensidad inédita, descomunal y, si se quiere, insólita. Nunca se ha visto que el aparato completo de un multimedios sea puesto a los pies de uno solo de sus referentes. La plata volcada por ese Grupo a que el personaje disponga de cuanto le parezca no tiene antecedentes, siquiera parecidos. Es recomendable al respecto una magnífica nota del colega Hugo Presman (www.presmanhugo.blogspot.com), acerca de por qué, y cómo, es en el periodismo donde se encuentra uno de los frentes de batalla entre el modelo e iniciativa política propuestos por el kirchnerismo y una oposición dependiente y representante de los intereses de esos medios hegemónicos. El firmante se permite añadir que, a efectos concretos, se trata de la batalla principal, aunque el carácter de “hegemónicos” merezca ser puesto en duda porque es la primera vez, entre los argentinos, que se disputa con buen suceso el dominio discursivo. Hay, por cierto, la ferocidad de la cadena del desánimo, el revolver nada más que en la basura oficial para vivir, la selección del tipo de excremento que le sirve al empleador en su lucha contra el Gobierno. Pero en la vereda contraria hay respuesta. Y la cantidad de gente que no come el vidrio vomitado por la prensa tradicional también es notable. Como apunta Presman, “hay un Gobierno que cambia parte de su base de sustentación movilizadora y la reemplaza por La Cámpora y las organizaciones sociales; que abre interrogantes acerca del mantenimiento del dominio del espacio público (...); ello en el marco de un escenario internacional incierto y con enemigos internos dispuestos a echar el resto para no perder sus privilegios. Su política de construcción ha arrojado hacia la oposición sectores laborales con capacidad de movilización, que es hasta ahora uno de los déficits de la oposición, que continúa inarticulada, pero alentada desde los medios hegemónicos a una alianza con el único denominador común de derrotar al kirchnerismo. Este, a su vez, no encuentra el delfín para el 2015 y el candidato de mayor consenso es Daniel Scioli, lo que significaría una profunda derrota después de doce años de kirchnerismo. A su vez, en ese escenario, el período 2013-2015 será un potro difícil de sofrenar entre la debilidad del pato rengo de un gobierno que finaliza y los sectores económicos que le pasarían las facturas largamente añejadas, al tiempo que intentarían disciplinar a un candidato presidencial muy sensible a las presiones, cuya conformación ideológica coincide además con los presionadores. Todo ello se traduce en el campo de batalla del periodismo, con patrullas militantes duramente enfrentadas”. Este último concepto podría merecer la objeción de aquellos que confunden, o entremezclan a sabiendas, el rigor profesional con que debe desempeñarse el periodismo y su imposibilidad de ser neutral. Allá ellos. Militantes de una ideología, de un posicionamiento político, somos todos. Unos lo reconocemos y los otros juegan a que los trajo la cigüeña.
Bajo la correlación de fuerzas descripta, el barullo callejero de gendarmes y prefectos no debe apartarse de esa línea confrontadora que los medios opositores emplean como ariete del disconformismo, o furia, enancados en porciones diversas. Sin perjuicio de eso, tampoco confundamos el odio y las marchas del “yo” –azuzadas desde redes sociales en las que se cruzan operativos facciosos y bronca auténtica de resentidos existenciales y alguna gente de buena fe– con tipos que de cobrar ocho mil pesos por mes fueron al cajero y se toparon con cuatro por obra de un macanazo casi inverosímil ¿de quién? ¿De sus superiores que tenían que aplicar un decreto para evitar que algunos jefes cobraran hasta 100 mil? ¿De los responsables civiles del ministerio? No importa. Lo concreto es que estas tortugas no se pueden escapar, en medio de dragones que aprovecharán cualquier circunstancia para perjudicar al Gobierno. ¿Gendarmes y prefectos se habrían animado a poner la cara si no hubiera habido un cacerolazo habilitante? Y ese cacerolazo, ¿quién lo motorizó? ¿La Virgen María o el clima que crean los medios? Estaría claro que lo segundo, pero el uso del potencial enfoca al centro de la cuestión. No son Magnetto ni las plumas del Grupo quienes firmaron que un gendarme reciba la sorpresa de un hachazo en sus ingresos mensuales. Sí son quienes aprovechan lo que generan. El Gobierno se descuidó. Opera, o deja de hacerlo, como si no pudiera entrarle bala alguna. A simple vista, un craso error que, a veces, hasta parecería no radicar en eso, en la falla involuntaria, sino en la decisión de redoblar los golpes gracias al convencimiento de que acentúan a la tropa propia. Por caso, ¿falló la inteligencia previa que debió haberle evitado a Cristina ponerse al nivel de una manga de nerds que estudian en Harvard? ¿O fue promovido adrede, desde el Gobierno, para seguir construyendo un relato que, ante todo, se basa en la clara identificación del enemigo? En otras palabras, ¿Cristina se expuso innecesariamente o la jugada es exponerse de esa forma para anclar idea de ruptura con los códigos de la tilinguería local e internacional?
El firmante carece de datos en torno de esa antítesis, pero sí los tiene, tras chequear con no menos de una media docena de fuentes, a propósito de cuánto el oficialismo le presta atención, o no, a la explosividad de Gendarmería y Prefectura. El cociente da que ni tanto ni tan poco. Esto es: alguien metió la pata hasta el centro de la tierra pero, una vez metida, tampoco es que se acabó el mundo porque la oposición sigue sin poder articular, absolutamente, nada de nada. Hasta donde se pudo establecer, el macanazo provino de los liquidadores de sueldos de Gendarmería y Prefectura (e instancias de control superiores). El dichoso decreto 1037, en su artículo 6, señala claramente que ningún gendarme o prefecto debió haber percibido una suma inferior a la recibida con anterioridad a la aplicación del decreto. Todos debieron haber cobrado el mismo sueldo de septiembre o incluso más, porque el propio decreto prevé compensaciones específicas para los escalafones más bajos frente a cualquier irregularidad que se desprendiera de afectar a los más altos. Para entenderlo hay que meterse en una ensalada burocrática, y detectar si el revoltijo provino de algún tarado que liquida sueldos, o de una mano negra, en alguna medida ya carece de sentido práctico porque lo constatable es que el despelote generado despertó lo que despertó. Los insubordinados son grupos desorganizados que no cuentan con representantes jerárquicos ni con canales orgánicos de decisión. El petitorio que elevaron, sin ir más lejos, no fue discutido ni votado en asamblea. Lo redactaron quienes eran reconocidos como interlocutores, a través de su figuración mediática con los móviles de TN trasmitiendo en directo, las 24 horas, una temperatura “carapintada” que no se condice con intentona golpista de ninguna naturaleza. Sin embargo, también a simple vista, parece una táctica riesgosa confiar en que el desgaste de los grupos habrá de confinarlos a su desaparición progresiva. Puede ser acertado en la coyuntura, porque los tipos no se representan más que a sí mismos. Pero las “corpo” tienen los dientes tan desgastados como afilados, valga la aparente contradicción. No tiene capacidad de construir, pero sí de erosionar. Consta que, salvo los patéticos radicales y socialistas del Senado, la oposición –incluido Macri, nada menos– dijo que los protestatarios debían volverse a sus casas, ya que es legítimo su reclamo pero no lícita su forma. Sin embargo, eso demuestra solamente que la ofensiva política sigue correspondiendo al kirchnerismo. Como se sabe, los demás son comentaristas. O caceroleros. El periodista vuelve a hacer una pregunta que ya formuló en varias oportunidades: ¿eso basta? En algún momento se acabará que la oposición no cuente ni con figura ni idea alguna, de ninguna clase.
Sería mejor adelantarse a esa perspectiva. En su escala, está en juego lo mismo que en Venezuela: la ratificación de un rumbo a profundizar o el retroceso a lo que ya se padeció.
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