Lun 26.05.2003

EL PAíS  › OPINION

El comienzo

› Por Horacio Verbitsky

Un discurso inagural es un plan de gobierno y no un balance de su cumplimiento. Apenas constituye una expresión de propósitos contra la cual juzgar la gestión del mandatario que lo pronuncia. Después de tantas decepciones el escepticismo constituye un derecho irrenunciable. Todas son buenas intenciones en el primer día.
Aun así, el conciso mensaje leído ayer por el presidente Néstor Kirchner ante la Asamblea Legislativa contiene puntos de llamativa diferenciación con todo lo escuchado hasta hoy en semejantes ocasiones, por su claridad ayuna de retórica y por la precisión de sus postulados centrales.
Reivindicó el compromiso de una generación que ingresó a la política para cambiar el país y no como un modo de vida y que no deja sus principios en la puerta de la Casa de Gobierno, destacó el rol del Estado como nivelador de las desigualdades de las que nunca se encargará el mercado, la búsqueda de acuerdos transversales que crucen las fronteras partidarias y la participación popular en un proyecto nacional.
No hay gobernante que no se declare en contra de la pobreza, pero es la primera vez que un presidente considera el combate contra esa tragedia como una cuestión de política económica y no de asistencia social. Por eso, además de exaltar al Estado como el defensor de los más vulnerables, Kirchner destacó que es necesario cobrar impuestos a los poderosos para que el hilo no se siga cortando por lo más delgado y lo dijo con una metáfora fuerte: “Traje a rayas para los evasores” y seguridad jurídica para todos, no sólo para quienes tienen poder y dinero. Esto incluye a las empresas privatizadas que hicieron superganancias en la última década y hoy pretenden aumentos tan desmesurados como injustificables. En la misma línea anunció que buscará quitas en los montos y las tasas y alargamiento de los plazos para el pago de la deuda pública, que no puede pagarse sobre el hambre y la exclusión. No habló sólo de producir, sino también de distribuir la riqueza y lo vinculó con el desarrollo del consumo interno, que definió como eje de su política económica. La obra pública no es un gasto improductivo sino una inversión, dijo.
A quienes intentaron chantajearlo con la amenaza de la ingobernabilidad, con los cinco puntos del subdirector del diario La Nación, Claudio Escribano, les respondió que no puede ser sinónimo de impunidad. Tal como le había anticipado a sus ministros, dijo al país que su gobierno se guiará por los principios de verdad y justicia. Y a las Fuerzas Armadas las instó a mirar al futuro y no al pasado, a diferencia de lo que ocurrió durante la gestión del general Ricardo Brinzoni, quien con mirada torva no podía ocultar su fastidio. Al hablar de la seguridad, vinculó el aumento de la criminalidad y el clientelismo con la crisis social. A la inseguridad se le responde con el Código Penal pero también con la Constitución Nacional, de la que mencionó los artículos que enumeran los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, entre ellos el trabajo, el salario justo, la seguridad social y la vivienda digna.
La movilización justicialista bonaerense de despedida a Duhalde fue desbordada por quienes se lanzaron a las calles para recibir al gobierno que mayores expectativas ha despertado en muchos años. A diferencia de lo habitual, hubo menos aparato que manifestantes espontáneos, entre quienes Kirchner se mezcló desdeñando el protocolo y enloqueciendo a la custodia. Si no cumple, no sólo los Entes Abstractos del juramento se lo reclamarán. Pero qué claro quedó ayer cuáles son los anhelos de un pueblo ávido de creer que, por una vez, el futuro puede ser mejor.

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