Lun 26.05.2003

EL PAíS  › AMBIENTE DISTENDIDO EN LA JURA DE LOS MINISTROS

Risas, furcios & curitas

En una ceremonia atípica, cargada de complicidades y gestos de afecto, Néstor Kirchner puso en funciones a su gabinete. Después salió al balcón de la Rosada para reencontrarse con la gente.

› Por Diego Schurman

–¿Y Mijail?
–¿Quién?
–Mijail Gorvachov, alias Kirchner.
El ministro en cierne se autofestejaba. No todos los que caminaban a su lado, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, entendieron el chiste. Había que aclararlo: Néstor Kirchner estaba en la Plaza de Mayo, con un ostensible manchón de sangre en su frente, saludando a la gente. Se había apartado del protocolo y en el tumulto sufrió un leve corte al ser golpeado por una cámara de fotos.
Aquel latiguillo del “hombre común, pero con un cargo importante” se hizo carne a lo largo de la ceremonia de jura. Evitó trasladarse a la Rosada en el Cadillac descapotable, jugó a las escondidas con la alfombra roja, y mantuvo esa rebeldía de utilizar un saco cruzado sin abrochar. ¿A eso se habrá referido Eduardo Duhalde cuando aludía a la “sana rebeldía” de su sucesor?
Finalmente –en algún momento debía ocurrir– el Presidente ingresó a la Casa de Gobierno para cumplir con la formalidad de poner en funciones a sus ministros. Un médico le suturó la herida con pegamento. En lugar del manchón, lucía una llamativa curita, que fue el comentario del salón. Lo aplaudieron. Lo aplaudieron con ganas. Kirchner agradeció de la misma manera. Parecía un adolescente, feliz, atolondrado.
–Olé, olé, olé, olé, Lupo, Lupo –le cantaron. Lupo, claro, es el apodo de Kirchner.
A la izquierda estaba la hinchada: su coqueta esposa Cristina, su madre María Juana y sus dos hijos, Máximo, de prudente bajo perfil, y Florencia, quien se hizo cargo del bastón presidencial. A la derecha la “barra brava”: el ruidoso grupo de santacruceños que decidió acompañarlo en la aventura.
El aplausómetro benefició a Sergio Acevedo. Apenas se acercó al estrado, el patagónico recibió el calor de la gente. Fue uno de los últimos y a esa altura Kirchner había desatendido la rutina. Tanto, que antes de escuchar el “sí, juro” de su secretario de Inteligencia del Estado, ya le estaba advirtiendo que “si así no lo hicieres, Dios y la Patria...”
Alicia Kirchner también tuvo un efusivo recibimiento de empesarios y sindicalistas. Aquel debate sobre si su presencia repercutiría en acusaciones de nepotismo seguramente quitó espontaneidad al saludo. Por eso su hermano la abrazó con una mezcla de afecto y pudor. En cambio, la flamante ministra de Desarrollo Social caviló menos. Y hasta salió de escena para besar a su madre. Los únicos realmente desenvueltos fueron los “barra brava”, quienes se animaron a bromear sobre lo que está en boca de todos: que Alicia es un clon de Néstor pero con peluca.
El desenfado no sólo estaba en las palabras. El piquetero Luis D’Elía logró llamar la atención por su fulgurante pullover rojo. Su presencia, como la de los líderes de la CTA, Víctor De Gennaro, y de Abuelas, Estela Carlotto, fueron todo un símbolo de los “nuevos aires” que promete el flamante gobierno.
Los gestos de “Lupo” lo decían todo. Y con el paso de los minutos se hacían más ostensibles. Cuando le llegó la hora a Carlos Zanini, el presidente no pudo con su cara de asombro. Como si fuera el anfitrión de la fiesta, el secretario de Legal y Técnica se perdió en besos y abrazos con el resto de los integrantes de gabinete hasta que el escribano Natalio Etchegaray le recordó que debía estampar su firma.
–Si él no firma no vale –dijo para “la hinchada” el Presidente, en clara alusión al papel que de ahora en más desempeñará en el gobierno Zanini, otro comprovinciano.
El ambiente se plagó de complicidad y apego desde el arranque con el sentido abrazo entre Kirchner y Alberto Fernández. De todos losfuncionarios, el jefe de Gabinete fue el que lo acompañó desde el inicio de la campaña.
El acto siguió con la jura de los ministros “duhaldistas” Aníbal Fernández (Interior), José Pampuro (Defensa), Roberto Lavagna (Economía), y Ginés González García (Salud), sin el gorro de Racing que lució el día anterior en El Cilindro. También dieron el “sí” Rafael Bielsa (Cancillería), Gustavo Béliz (Justicia) –a quien erróneamente llamaron Augusto–, Julio De Vido (Planificación), Carlos Tomada (Trabajo), Daniel Filmus (Educación), y los secretarios Oscar Parrilli (General) y Torcuato Di Tella (Cultura).
A lo postres, Kirchner se despidió de sus “colegas” gobernadores. Un furcio que se encargó de corregir, admitiendo que le costaba abandonar ese título por el de presidente. Y, paso seguido, como Perón o Maradona, salió al balcón para ver a la muchedumbre que lo vivaba en la Plaza. Se acordó que 30 años atrás, en la asunción de Héctor Cámpora, era él el que estaba entre la gente.

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