Lun 26.05.2003

EL PAíS  › OPINION

Fiesta

› Por J. M. Pasquini Durán

Hacía tiempo, demasiado por cierto, que el pensamiento progresista no se expresaba desde el más alto nivel del Estado en términos tan políticamente correctos como los contenidos en el primer mensaje del presidente Néstor Kirchner, apenas asumido, ante la Asamblea Legislativa y para todo el país. Una movilización popular, en parte promovida por aparatos políticos y en parte espontánea, ganó las calles y las históricas plazas del Congreso y de Mayo, ya no para demandar al poder institucional sino para celebrarlo y para exponer sus humildes expectativas. En términos históricos, el 25 de Mayo evoca una etapa en la que la voluntad popular estableció la dignidad nacional. Debería ser una conmemoración feliz, aunque por desgracia la memoria registra pocas ocasiones en las que pudo satisfacerse ese mandato de la tradición patriótica. Ayer fue una jornada de fiesta y, tal vez, el primer día de una etapa que recupere al país y a la mayoría de su pueblo de la postración. ¿Será posible?
El discurso presidencial eludió las cifras y los anuncios concretos puesto que se proponía, según el texto mismo, enunciar los “ejes directrices” de la futura obra de gobierno. A partir de ese presupuesto, repasó los temas de la realidad nacional que más preocupan a la ciudadanía y, también, los que son prioridad para el Estado, desde la educación, la salud, el empleo y la seguridad hasta la deuda externa, además de hacer hincapié en la necesidad de recuperar al Estado mismo en el rol de reparador de las injusticias sociales. Pocas horas antes de que hablara, trascendió un dato de importancia: pasó a retiro a las cúpulas de las tres armas que eran residuales de los años de horror. En el mensaje, instó a las Fuerzas Armadas a comprometerse con el futuro y no con el pasado. Esta correlación entre hechos y palabras es alentadora si anticipa una conducta respecto de los otros propósitos enunciados. Nadie ignora, por supuesto, que hoy en día es más fácil pasar a retiro a docenas de generales, brigadieres y almirantes que desalojar los intereses de privilegios, algunos de porte mafioso, enquistados en los negocios públicos.
A título de referencia, en materia de buenas intenciones y realizaciones verdaderas hay más de una frustración acumulada. ¿Cómo hacer, por ejemplo, para que el Fondo Monetario Internacional acepte que deberá reducir el monto del capital de la deuda y de las tasas de interés, alargue los plazos de pago y comprenda que las obligaciones resultantes serán cumplidas sólo si primero el país salda su deuda social interna? ¿Alcanzará el impulso renovador para doblarles el brazo a los evasores más grandes que son, por lo general, los núcleos más concentrados de la economía y los más indiferentes al costo social por la aplicación del programa neoliberal? Los interrogantes, por el momento, podrían acotar a cada una de las afirmaciones del flamante Presidente. Entre los soportes que podrá contar, sin duda, no figura la mayoría de los legisladores que ayer lo aplaudieron con el mismo entusiasmo que celebraron en su momento a Menem, a De la Rúa y al default de Rodríguez Saá. Sin contar que éste es un año electoral, lo que significa que cada fracción partidaria buscará mantener o mejorar posiciones, así sea a costa de los sueños que ayer les propuso el Poder Ejecutivo. Como lo puntualizó el cardenal Bergoglio en el Tedéum de anoche, a partir de la parábola del Buen Samaritano, es hora de atender el dolor del prójimo y cargar la Patria sobre los hombros, deponiendo mezquindades, internismos o indiferencias que tantas veces dominaron la vida pública hasta separar a la política y sus instituciones de la confianza social.
El Presidente aseguró que apelará a la consulta popular como uno de los recursos necesarios para reparar esa brecha y para afianzar las que llamó “políticas de Estado”, mientras advirtió, a manera de respuesta a ciertas voces de la derecha y de la vieja política residual, que gobernabilidad no sería sinónimo de impunidad. Así será, si la combinación que dio lugar a la fiesta de la víspera continúa en cada momento difícil de los que vendrán, seguro, cuando intente pasar de la palabra a los actos. Esa combinación es un gobierno que festeja la movilización popular, así sea para demandar o protestar, y una ciudadanía dispuesta a reclamar desde la calle el cumplimiento de la palabra empeñada. Por ahora, la fiesta –no importa cuánto dure– fue una bocanada de oxígeno que revitalizó entusiasmos que ya parecían perdidos o simplemente condenados a la nostalgia de tiempos pasados. En estos días comenzaron a finalizar algunas épocas que nunca debieron suceder. Ha llegado el momento de saber si, además, las fuerzas alcanzan para inaugurar un futuro diferente.

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