Mar 27.05.2003

EL PAíS  › OPINION

El desafío fundamental

› Por James Neilson

Para muchos, el miembro más importante del gabinete sigue siendo el ministro de Economía, pero ya que los debates serios en cuanto a lo que le convendría hacer tienen más que ver con matices que con “modelos” cualquiera serviría con tal que sea un administrador capaz, inteligente y firme. Otros, preocupados por la decadencia institucional, dirían que es el de Justicia o del Interior. Sin embargo, en términos estratégicos, el ministro estrella del equipo de Néstor Kirchner debería ser Daniel Filmus. A menos que el país logre recuperar el terreno que en el ámbito de la educación ha perdido en el transcurso de los últimos decenios, no tendrá futuro. Es así de sencillo.
En el mundo actual, el desempeño relativo de los distintos países depende en buena medida de la calidad de sus escuelas. Puesto que en la Argentina apenas la mitad de la población ha terminado el ciclo primario y de la otra mitad el grueso ha alcanzado un nivel promedio que conforme a las pautas internacionales ni siquiera es mediocre, no puede estar en condiciones de “competir” con los países de Europa, América del Norte y Asia Oriental. Por maravillosos que resulten ser los próximos ministros de Economía y geniales los esquemas ideados por sus técnicos, la realidad educativa actual les impediría acercarse a sus objetivos. Asimismo, la modernización continuará siendo una fantasía porque sin una educación adecuada, reducir la desocupación a un nivel tolerable supondría la creación de millones de empleos rudimentarios y por lo tanto escasamente productivos.
Se trata de un tema que los más preferirían eludir. Aceptar que el atraso se ha hecho enorme supone despreciar aquel mito nacional entrañable, que se ve alimentado regularmente con noticias sobre los triunfos anotados por individuos atípicos, según el cual la Argentina, “el país de Sarmiento”, cuenta con una población óptimamente preparada en comparación con la de otras partes del planeta. Las consecuencias de esta creencia han sido muy negativas: un lujo que el país no puede darse es el de dormir sobre laureles ficticios. Convendría que la Argentina siguiera el camino trazado por Corea del Sur, país históricamente pobre que al concentrarse en lo fundamental está enriqueciéndose a un ritmo muy rápido, con el propósito de hacer lo necesario para que en una fecha no muy lejana los jóvenes argentinos superen a sus contemporáneos de Asia Oriental. Si el desafío así planteado parece excesivo, el país tendría que resignarse a un destino parecido a aquel de los chicos que llegan al mercado laboral con los estudios primarios incompletos.

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