EL PAíS
“No nos interesa poner cara de jarrón incaico”
El músico Tukuta Gordillo, “maimareño de Tilcara”, que presenta su último disco hoy y el próximo sábado en el Bar Tuñón, explica cómo compatibiliza la explotación turística con su militancia indigenista.
› Por Karina Micheletto
En la música de Tukuta Gordillo, “maimareño de Tilcara”, según se encarga de definir, resuenan huainos y cantus indígenas ancestrales con el potente sonido de todo tipo de sikus. En su último disco, Huayra - Huasy (La casa del viento), grabado en Tilcara, la fuerza está en esos ritmos populares, la mayoría anónimos, que cobran fuerza a través de churis, maltas, toyos y jacha sikus, más piano, guitarra y cuatro venezolano. Hoy y el próximo sábado a las 23, el músico jujeño presentará este trabajo en el Bar Tuñón (Maipú 849), junto a los tucumanos Adriana Tula (voz) y Peter Würschmidt (guitarra). “En cada zona, los instrumentos pintan el paisaje de modo único. Las quenas y los sikus suenan de una forma en la Quebrada de Humahuaca, pero cruzando la cordillera hacia San Pedro de Atacama, adonde llegan los vientos del Pacífico, ese sonido es muy diferente”, advierte el músico.
Hijo de padre boliviano y madre peruana, Gordillo vive en Tilcara desde los cinco años, pero nació en la pequeña localidad de Maimará (para el poeta Jorge Calvetti, también maimareño, el pueblo es tan chico que sobra un galope de caballo para conocerlo). Actualmente está al frente del famoso Café de Tukuta, frente a la plaza principal de Tilcara, paso obligado de cuanto turista y músico atraviese la Quebrada de Humahuaca. Tan obligado como la visita al horno de barro que Tukuta levantó en la vereda de su casa, centro de encuentro de músicos, poetas y charladores varios. “Allí he escuchado discutir los problemas del país a un juez y un picapedrero, de igual a igual”, asegura el jujeño.
Durante diez años, Gordillo acompañó a Jaime Torres por todo el mundo. A principios de los ‘80, Ariel Ramírez lo invitó a una gira por Europa, y entonces formó junto a otros músicos el Cuarteto Los Andes. En el medio, vivió dos años en Japón, adonde siempre regresa como músico o como docente. La prefectura en la que vivió, Saitama, es la misma en la que se alojaron los jugadores de la selección argentina de fútbol durante el último mundial. “Allí enseñamos durante mucho tiempo, tanto Jaime como yo. Por eso los chicos de las escuelas recibieron a los jugadores con “El humahuaqueño”, explica. A su trabajo con la música Gordillo suma una militancia en el movimiento Encuentro por los Derechos Indígenas, que reúne a artistas e intelectuales “por el derecho a vivir según el pensamiento indígena”. “No tenemos por qué dar lástima a nadie, simplemente pedimos igualdad de oportunidades”, se planta Gordillo.
–¿Cómo definiría a ese pensamiento?
–Como una filosofía de vida en armonía con la naturaleza, que no tiene que ver con el color de la piel o de los ojos. Ahora la globalización inventó el sticker de la ecología, donde todos son culpables por igual, es decir que no hay culpables. Te dicen: “Vos cuidá a las ballenas, aunque nunca hayas visto una, nosotros seguimos tirando ácido al río del que bebe tu hijo”. Y nosotros respetamos a la naturaleza desde hace diez mil años, ¿qué nos quieren enseñar? El pensamiento indígena debería ser el anticuerpo más fuerte y positivo contra la globalización y las mentiras como la de la “ecología”.
–¿La música andina ocupa el lugar que se merece en los festivales?
–No, pero no me preocupa. Para ocupar ese lugar tendríamos que dejarnos folklorizar, disfrazarnos con un poncho y un gorrito y poner cara de jarrón incaico. No nos interesa. El mercado no va a torcer los hechos culturales que forman parte de una experiencia natural, la gente de la puna no va a dejar de hacer su ritual cuando mata un cordero para comer, porque lo siente un hermano. Romper eso para que nuestra música suba al escenario de los festivales es ridículo, y además imposible.
–Viviendo en un pueblo turístico, debe estar más que acostumbrado al cliché del gorrito y el poncho.
–Convivimos tranquilamente con los que llegan con ese cliché, porque estamos seguros de quiénes y cómo somos. Hace poco unos gringos, en laplaza de Tilcara, se habían puesto unos ponchos y andaban contorsionándose como habían visto en televisión que hacen los indios, con esa cosa sioux que quedó como prototipo. Una viejita indígena que vendía yuyos me miró muy seria y me dijo: “¿Vio, don Tucuta? ¡Llegaron los indios!”. Así es como nos lo tomamos, con esa serenidad.