EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
Escenario abierto
› Por Luis Bruschtein
El nuevo escenario no está construido, se va haciendo a medida que los actores toman su rol. El nuevo presidente, Néstor Kirchner, no es muy conocido incluso por quienes lo votaron, entonces están los que pueden apoyar y los que pueden oponerse, los que empiezan a sonreír y los que ya mascullan por lo bajo. Pero todavía se actúa por la inercia de los años que pasaron, por lealtades políticas, intereses concretos, experiencias buenas o malas, pero todas referidas al día anterior al 25 de mayo y, casi con toda seguridad, perimidas. Está la sensación muy clara de un nuevo panorama, que puede ser bueno, regular o malo, pero hay parámetros y categorías que tienden a pasar a la historia.
Nadie sabe hasta qué punto se concretará el retiro del ex presidente Eduardo Duhalde, y tampoco lo que hará Carlos Menem, pero el paso atrás de los dos grandes contendientes de los últimos años ya produjo la caída de algunas candidaturas a gobernador como las de Alberto Pierri y Alberto Kohan en la provincia de Buenos Aires, o la de Augusto Alasino en Entre Ríos, así como el desconcierto en las filas de Luis Patti y Aldo Rico. Y ha replanteado las elecciones en la ciudad de Buenos Aires. Pero también los dirigentes del PJ bonaerense, que nunca ocultaron que hubieran preferido apoyar la candidatura de Carlos Reutemann antes que la de Kirchner, tratan de reubicarse en este nuevo escenario. En sus primeras declaraciones, Adolfo Rodríguez Saá parecía inclinado a ocupar el espacio electoral que dejaba vacante el menemismo, pero gran parte de su movimiento ya proclamó su apoyo al nuevo presidente. Y Elisa Carrió, que necesita consolidar un excelente resultado electoral, quedó en una situación incómoda para moverse en ese sentido porque cuando empiecen los tironeos de verdad le va a resultar difícil diferenciarse con nitidez del oficialismo. Para la fuerza de Ricardo López Murphy, que se perfila como la contracara del gobierno, la situación es mejor que si hubiera ganado Menem. Para ocupar el espacio claramente opositor le bastará con construir su discurso en los antípodas del oficialismo con lo que podrá renovar el gastado programa del neoliberalismo puro con el que fue a las elecciones pasadas. La izquierda, que no participó en la batalla electoral que terminó el trabajo comenzado con la rebelión del 19 y 20 de diciembre del 2001 con la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, deberá reflexionar también sobre sus análisis y estrategias. Al referirse al proceso electoral donde fue derrotado Menem, el presidente cubano Fidel Castro lo definió como un “golpe colosal que los argentinos le han dado a un importante símbolo del neoliberalismo”.
Kirchner no escapa a esa situación general donde la página está casi en blanco. Menem se retiró de la segunda vuelta para obligarlo a asumir con el 23 por ciento de los votos. La maniobra fue aprovechada rápidamente y en los medios que ya se perfilan como opositores se subrayó ese flanco, no la maniobra de Menem sino la supuesta debilidad del nuevo gobierno. Pero se trata de un cálculo meramente formal que no da cuenta de la realidad, porque Kirchner hubiera obtenido el 70 por ciento de los votos en la segunda vuelta. Aunque ésta se hubiera producido, la situación real del nuevo presidente hubiera sido la misma que tiene ahora, que es la del 23 por ciento de votos positivos y un 50 por ciento más de votos antimenemistas y antineoliberales que abren un margen de expectativa favorable para el nuevo presidente.
El problema, desde el punto de vista del gobierno, es que esa masa que lo apoya o que lo puede apoyar no tiene una expresión orgánica, no está contenida sólo en el PJ bonaerense o en alguna otra fuerza, sino que atraviesa a casi todas, además de muchos independientes. La CGT oficial, la de los “Gordos” que fueron sumisos al proceso menemista, aseguró que el discurso de asunción de Kirchner significaba “la vuelta del peronismo a sus fuentes originales”, pero lo cierto es que el menemismo dio vuelta como una media al peronismo como movimiento popular, lo vació desde el punto de vista doctrinario y convirtió una estructura de militancia en otra de tipo clientelar.
El triunfo de Kirchner no significó que el sistema de representación política se hubiera recompuesto. Por el contrario, lo que demostró en parte fue la inorganicidad del voto: en la primera vuelta fue votado por muchos del aparato del PJ bonaerense que no estaban muy decididos a hacerlo y no fue votado por muchos otros que ahora pueden apoyarlo, tanto del peronismo como fuera de él. Sin embargo, para algunos el triunfo electoral de Kirchner demostró la eficiencia de los aparatos políticos, sobre todo en el peronismo. Efectivamente, en el mapa electoral resulta sorprendente la disciplina que mantuvieron los aparatos y el santacruceño no hubiera podido ganar sin ese respaldo. Pero es un hecho que los aparatos no pudieron llevar a la contienda a un candidato ganador que surgiera de su propio riñón. Se pueden discutir los motivos de que haya sido así y qué hubiera pasado si Carlos Reutemann hubiera sido el adversario de Menem. Pero eso es política ficción porque la propia dinámica de los aparatos cerró esa posibilidad y aun así hubiera sido muy difícil competir contra Menem con un candidato surgido de ese esquema. La inteligencia del ex presidente Eduardo Duhalde fue precisamente advertir esa situación tras intentar por todas las maneras posibles el camino tradicional. Y puede decirse, entonces, que el triunfo de Kirchner fue producto de la crisis de representación de los partidos o de las fuerzas que los controlaban. Es imposible entenderlo de otra forma.
Esa crisis que le abrió las puertas de la Casa Rosada se convierte ahora en un problema, que es transformar en respaldo activo ese apoyo menos tangible, distante y volátil que ha sido hasta ahora el voto ciudadano. El primer paso es consolidar ese resultado, aprovechar al máximo esa expectativa abierta por la derrota de Menem y su llegada al gobierno. El resultado electoral le concedió la iniciativa y el nuevo presidente no dudó en ejercerla, por lo menos en esta primera semana de su administración. El mensaje que leyó al asumir fue claro, no fue un discurso agitativo de grandes consignas, se limitó a señalar el camino que se dispone a transitar y fue suficiente para mantener y alentar esa especie de esperanza reticente con que muchas personas se volcaron a las calles ese día. La presencia de Lula, Chávez y Fidel en la asunción reactivó esa sensación de que se abría una nueva etapa.
El inusitado discurso de Fidel en las escalinatas de la Facultad de Derecho ante miles de personas, que en su mayoría se habían concentrado en forma espontánea, abonó ese clima de nuevo ciclo y nuevas reglas de juego. El veterano líder revolucionario fue muy claro cuando subrayó la repercusión latinoamericana del resultado electoral en Argentina, cuando criticó los divisionismos y cuando convocó a participar en la construcción de un mundo mejor posible. “Y cuando lo hayamos logrado, entonces tenemos que volver a decir que un mundo mejor es posible para seguir avanzando”, señaló Fidel. Para una Cuba puesta entre la espada y la pared por la política de guerra preventiva del presidente norteamericano George Bush, el acto en la escalinata de Derecho tuvo una importancia estratégica.
Las medidas se sucedieron en forma vertiginosa: el pase a retiro en forma masiva de una cúpula de generales que había vuelto a la política corporativa durante el gobierno de De la Rúa, la solución del conflicto docente en Entre Ríos, el envío de un fondo de reparación a la provincia de Formosa, viajes relámpago a las provincias, actos sin custodia personal ni policial. No se trata solamente de proyectar una imagen ejecutiva, sino también de aprovechar al máximo esa expectativa favorable y el tiempo de gracia de estos primeros días.
El mismo Kirchner advirtió que su gobierno no será de grandes anuncios y, una vez absorbida la novedad, es probable que la atención sobre sus actos entre en una meseta donde las medidas en el plano económico pasarán a ocupar el centro del escenario. En su discurso, el nuevo presidente señaló que la pobreza y la marginalidad son problemas que se solucionan desde la economía y no desde la asistencia social. El diagnóstico es real, pero los cambios que puedan producirse en la economía tardarán en sentirse en el plano social. Es bastante embrollado plantearse el desarrollo de un capitalismo nacional sin que exista una burguesía nacional importante, aunque es cierto que tampoco existía así en 1930, cuando pequeños y medianos empresarios fueron ocupando esos espacios a partir de un proceso de sustitución de importaciones. Pero también es cierto que el gobierno peronista llegó varios años después, más como consecuencia de ese proceso que como gestor.
El tiempo resulta un factor decisivo en esa ecuación porque los cambios en la cultura y las prácticas políticas tienen un efecto secundario en una población condenada al desempleo y la marginalidad. Y la suerte del nuevo gobierno estará más jugada en ese punto donde difícilmente los resultados puedan sentirse en poco tiempo. Las consecuencias negativas, en cambio, son inmediatas, por la reacción de los intereses o sectores de poder que sean afectados por las medidas, en el contexto de una negociación dura con los bancos, las empresas de servicio privatizadas y los acreedores externos. Tras el idilio de los primeros días vendrán aguas agitadas y el gobierno deberá construirse una balsa para navegarlas si no quiere hundirse en la travesía o regresar al puerto de partida: hacia un modelo exportador, de capital concentrado, al estilo chileno, con profundas desigualdades sociales.