EL PAíS › ENTREVISTA A DANIEL FEIERSTEIN
El sociólogo, que en su libro Memorias y Representaciones profundiza sobre el genocidio, sus significados y sus consecuencias, analizó el uso de ese delito que cada vez con más frecuencia se hace en las sentencias contra los represores de la dictadura.
› Por Alejandra Dandan
La figura del genocidio escaló posiciones en las sentencias de los últimos años contra los represores. Al comienzo fueron fallos “en el marco de un genocidio”, luego un fiscal usó esa figura para acusar directamente por el “delito de genocidio” y el año pasado en Circuito Camps todas las querellas, la fiscalía y el Tribunal acusaron y condenaron por ese delito. ¿Cuáles son los efectos simbólicos de una configuración penal pensada en esos términos? En Memorias y Representaciones –la primera parte de un libro pensado como trilogía–, el sociólogo Daniel Feierstein compara el “genocidio” con los efectos de otras dos representaciones sobre el terror: guerra y crímenes de lesa humanidad. “El objetivo es poder demostrar críticamente las consecuencias de estos relatos tratando de salir de una discusión acerca de si uno sería verdadero y los otros falsos –dice–, parándonos en otra pregunta: ¿qué consecuencias genera para nuestro presente y futuro cada construcción de sentido?”
–¿Por qué Memorias y Representaciones?
–El eje de mi trabajo previo (El genocidio como práctica social) era demostrar que el genocidio constituía una tecnología de poder, que no terminaba con el aniquilamiento material sino que cobraba consistencia en lo que llamé “realización simbólica”: cómo y cuándo el terror cobra sentido en nuestras prácticas. Eso me llevó a analizar el “posgenocidio”, aunque es parte del propio genocidio, preguntarme ¿qué es lo que ocurre después del aniquilamiento y cómo funcionan los procesos de representación? No lo hice sólo con el ánimo de comprender, sino para actuar políticamente. Analizar si existieron maneras de resistir, de limitar las consecuencias del terror. Trabajé con otras disciplinas para entender cómo funciona la memoria, el trauma; cómo afectan nuestros procesos identitarios. Las herramientas de la sociología, la historia o la filosofía no eran suficientes.
–El libro tiene algo de accesible y una preocupación científica. ¿Qué destinatarios pensó?
–Es exageradamente ambicioso porque el posible lector son una cantidad de públicos distintos y hay una preocupación política muy inmediata vinculada con la coyuntura, en relación con los operadores jurídicos y la importancia de comprender los distintos tipos de calificación jurídica. Un lector privilegiado son los jueces, querellantes, fiscales, todos los sectores, incluso los perpetradores y sus defensores. Pero como el eje son los “trabajos de elaboración” hay un intento para que sea accesible a cualquiera, incluso pensar analogías con otros procesos en tanto una hipótesis central es que el genocidio transforma las identidades de todos los miembros de la sociedad y que el terror afecta al conjunto social. Por otro lado, hay una preocupación de plantear una serie de hipótesis arriesgadas en el diálogo interdisciplinario y en especial por el interpelar psicoanalítico.
–En la primera parte recurre a la neurociencia y aparece el eje de la “des-sensibilización”, que va a ser importante en la segunda parte, y la construcción de la figura del genocidio.
–El objetivo es comprender cómo funciona el cerebro y la estructura psíquica que constituyen el sustrato de los procesos con los que quiero trabajar. Una preocupación central es poder desarrollar hipótesis en función del carácter adaptativo de lo que llamo “procesos de des-sensibilización”: comprender cómo nos “ajenizamos” de los procesos de terror que vivimos. Trato de encontrar fundamentos en procesos mucho más primarios y explicar por qué un ser vivo resulta “adaptativo” por perder el registro de sensaciones de aquello sobre lo cual no se tiene capacidad de actuar. Cuando un sistema nervioso es sometido a una agresión frente a la cual no tiene ninguna posibilidad de reaccionar, la única respuesta adaptativa es disminuir su conexión (des-sensibilización) a modo de hacer vivible su continuidad. El dolor es un alerta para la acción, pero si la acción es imposible el dolor se vuelve inútil.
–¿Cómo se vincula con el genocidio esta sociedad que amputa su capacidad de sentir dolor?
–El tercer capítulo intenta cuestionar una mirada que podría llamar de cierto historicismo ingenuo, que cree que la ciencia social podría revelar una única verdad de los hechos. Trato de plantear que nuestro sistema de representación construye sentido, que no es lo mismo que construir verdad. No hay una sola forma dar sentido a la realidad caótica y para constituirnos como sujetos sociales con identidad damos sentido a ese caos de estímulos, priorizamos unos sobre otros. Esto me lleva al eje del libro: tratar de comprender las consecuencias de las tres grandes construcciones de sentido alrededor del “terror” que hemos sufrido como sociedad: los que lo conciben como “guerra”, como “crímenes de lesa humanidad” y como “genocidio”.
–Antes de cada uno, ¿por qué dice que la Justicia tiene un rol prioritario en esa construcción?
–Creo que los efectos de sentido se construyen en muchos planos, pero el jurídico tiene un peso cualitativo, ya que hemos puesto a la Justicia en el rol de sanción de verdades colectivas. Es el ámbito fundamental de sanción de nuestras representaciones colectivas sobre el pasado y por eso el libro.
–¿Cuáles serían esos sentidos?
–Una de las variables más relevantes para analizarlos es la “afección”: la relación entre una “identidad-nosotros” y el proceso de terror-ejercicio en lo social. Hay tres tipos de reconstrucciones claramente distintas. El discurso de la “guerra” piensa en clave binaria, de bandos. Una división social que opone dos identidades y dos grupos. Tiene algunas ventajas porque piensa en términos de grupos, de sujetos sociales. Pero su desventaja es quitar complejidad al ejercicio del terror, es decir, cosifica en roles rígidos a los participantes de ese proceso al ponerlos como bandos. Otro riesgo es la teoría de los dos demonios: al reducirlo a grupos muy pequeños de población y poder plantear la idea de una ajenidad del conjunto social. La idea de que los que confrontaban eran grupos marginales y que el conjunto social se encontraba afuera de la confrontación.
–¿Y los crímenes de lesa humanidad?
–La representación es totalmente distinta, pero su característica se basa en el componente liberal: la comisión de delitos particulares cometidos desde el Estado contra los ciudadanos, por lo tanto el afectado por el terror es el ciudadano en términos individuales. Podemos tener perspectivas más amplias o más acotadas. Que no sólo se ve el secuestro, asesinato, sino la violencia sexual, pero el concepto de lesa humanidad hereda el principio individualista de la lógica penal.
–¿Genocidio?
–Genocidio aporta la potencia del concepto de “grupo”, permite quebrar una lógica binaria y pensar que el terror afecta al conjunto social, incluso incluyendo allí a los propios perpetradores. Que el terror transforma a los sujetos sociales en una cantidad amplísima de niveles y de prácticas. Que es imposible no ser afectado por una sociedad que instala el terror sistemático con respecto al conjunto de su población.
–Ahí hay una “sociedad” reemplazando lo que en otras perspectivas tenía al “Estado”: ¿sociedad como víctima pero también responsable?
–Nos permite pensar la complejidad de que a la vez la mayoría de la población fue víctima de ese terror y responsable de su reproducción. Guillermo O’Donnell lo explicitó de modo brillante con el concepto “liberación de los microdespotismos”.
–¿Y cómo opera lo social “des-sensibilizado”...?
–Creo que una reacción social fuerte de los juicios, aún hoy y pese a la inclusión de la figura de genocidio en numerosas sentencias, es que todavía es profundamente hegemónica la mirada que entiende lo que se está juzgando como lo que les ocurrió a los afectados directos. Lo que ocurrió con gente que no es parte de mi propia identidad, quienes pasaron por un campo de concentración o los familiares y en todo caso la respuesta del ciudadano medio podría ser un mayor o menor nivel de solidaridad o empatía donde sigue siendo fuerte la incapacidad de pensar su propia afección. En ese contexto, con el planteo de genocidio va ganando fuerza el pensar el terror como la destrucción del grupo nacional argentino. El avance en las sentencias y en la discusión colectiva puede ser un aliciente para poner sobre la mesa las afecciones en cada una de nuestras prácticas, tanto de los miembros de la generación que la vivió como de los hijos...
–Usted habla de esto en el libro, pero ¿no sólo los efectos en “hijos” de afectados directos?
–A ese terror legado por sus padres, y legado traumáticamente y no explícitamente, porque fue legado por padres que hegemónicamente creen que ese terror no los tocó. Y entonces ese legado es mucho más inconsciente, pero justamente son los legados más difíciles de revertir y procesar...
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