EL PAíS › NOMBRAMIENTOS, LINEAMIENTOS Y EL ROL DE LA CURIA Y DE RATZINGER
› Por Washington Uranga
Como sucede en cualquier administración habrá que esperar a que lleguen los primeros nombramientos, las designaciones del papa Francisco para comenzar a leer entre líneas cuáles serán también los lineamientos de su pontificado. Un puesto clave es, sin duda, el de secretario de Estado del Vaticano, el segundo dentro de la jerarquía de la Iglesia. El nombre de quien resulte electo para ese cargo estará dando una señal respecto de lo que Bergoglio quiere hacer en el futuro inmediato.
Es altamente probable que un italiano sea el elegido para la Secretaría de Estado. Si el Papa viene “del fin del mundo”, tal como lo dijo el propio Bergoglio, no es ilógico pensar que necesite un segundo que conozca el terreno local, que sepa manejarse en Italia, sabiendo qué timbres hay que tocar y, también, dónde no hay que pisar. Pero ésa no es una elección fácil. Todo indica que los italianos no están demasiado felices con esta nueva “derrota” en el cónclave, por más que no vean en Bergoglio a alguien situado en una acera totalmente opuesta. Pero si el nuevo papa quiere emprender reformas que tengan que ver con la administración de los fondos de la Iglesia, con poner en orden el gobierno eclesiástico y acabar –en la medida de lo posible– con las internas, un italiano no parecería ser el más indicado. Quien más, quien menos, todos los cardenales de aquel país han tenido algo que ver con las internas y con la tarea de encubrimiento de los desatinos del Vaticano.
¿Otro “extranjero”, para mencionar con ese calificativo a los no italianos? Es posible y esto también sería un signo a leer. Pero en ese caso casi necesariamente habría que pensar en algunos de los cardenales que, siendo originario de otra parte del mundo, ya ha estado en Roma ocupando algún cargo, desarrollando alguna responsabilidad.
Al margen de cuáles sean sus intenciones de cambio o de renovación, una de las preguntas que cabe hacerse en este momento es cuánta será la libertad que Bergoglio tendrá como papa para realizar las reformas que se proponga. ¿Manda el papa o mandan la curia y su estructura? La experiencia de Ratzinger en ese sentido no ha sido buena. Terminó doblegado por la curia y por las conspiraciones de sus propios colaboradores.
A lo anterior habrá que sumar una situación inédita: la presencia de Benedicto XVI como “papa emérito”. Ratzinger ha dicho que su retiro es efectivo. Habrá que verlo. Incluso visto desde Francisco habría que plantearse si Bergoglio desea desestimar la experiencia y el consejo de Ratzinger, ocho años papa y más de veinte en el gobierno vaticano. Máxime teniendo en cuenta la cercanía que existe entre ambos. En principio habría que pensar que Bergoglio se siente suficientemente fuerte y consolidado –al menos por el momento– para tener a Ratzinger como asesor sin que ello vaya en detrimento de su propio poder.
Bergoglio es un hombre de carácter firme, tenaz dicen algunos, y que no da fácilmente el brazo a torcer. Normalmente alcanza lo que se propone. Hay quienes dicen en Buenos Aires y en la Argentina que también se había puesto como meta llegar a ser papa. Si es así o no quizá solo él lo sepa. Pero hoy es Francisco. Si a la tenacidad y la perseverancia se les suma la condición de hábil estratega político, no le temblará el pulso si tiene que tomar determinaciones fuertes. No habría que esperar sin embargo que esto se traduzca en gestos grandilocuentes, en modificaciones bruscas o saltos al vacío. De ninguna manera. No es su estilo. Para entender, leer e interpretar habrá que seguir con minuciosidad las decisiones, los nombramientos, muchos de los cuales no tendrán otra difusión que las notificaciones oficiales y formales del Vaticano.
En consecuencia, para comprender hacia dónde va el Papa y hacia dónde lleva la Iglesia será imprescindible adentrarse en la letra chica de las resoluciones, de las designaciones, de los nombramientos, de las modificaciones de ciertas normas.
En su primera aparición en público, el papa Francisco dio también algunas señales dirigidas a la Iglesia. Se autonombró como “obispo de Roma” y habló de “la Iglesia de Roma”. Para la interna eclesiástica es también un mensaje: quiere ser el obispo de Roma, “primero entre iguales”. Una forma de compartir la responsabilidad y también una manera de diferenciarse del proceso de centralización de poder y de decisiones que impulsaron Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Si esta lectura fuese acertada, no habría que descartar que Francisco convoque a un concilio, entendido como una gran asamblea de la Iglesia universal para discutir los problemas y buscar alternativas. Pero esto entraña el riesgo, por una parte, de diluir su poder y, por otro, de perder el control de lo que allí se decida en ambiente asambleario. ¿Correrá ese riesgo Bergoglio? Habrá que esperar. En Buenos Aires, su arquidiócesis no procedió de esa manera. El fue el gran y único decisor.
El papado de Francisco estará lleno de gestos. Los mismos que tenía en Argentina. Para reafirmar el sentido de la austeridad y acrecentar su imagen de hombre sencillo y desprovisto de casi todo. No es un carismático de relación con las masas al estilo de Juan Pablo II. Pero esta gestualidad de lo sencillo y lo cotidiano es la manifestación de su propio carisma.
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