EL PAíS
“Mi padre, el Che Guevara, es una bandera de lucha en el mundo”
Aleida “Aliucha” Guevara, médica cubana, llegó a la Argentina para conmemorar los 75 años del nacimiento de su padre. “Fue espectacular”, comenta que le dijo Fidel Castro sobre el multitudinario acto en las escalinatas de la Facultad de Derecho.
› Por Eduardo Tagliaferro
Sobre la mesa están todos los últimos libros editados por el Centro de Estudios Che Guevara en La Habana. Desde sus tapas, las fotos de su padre permiten descubrir cuánto se parecen los pómulos de esta cubana a los del guerrillero heroico. “El Che es una bandera de lucha”, responde Aleida Guevara, cuando se le pregunta qué representa hoy la imagen de su padre. Visita nuevamente la Argentina para los actos que recuerdan el 75 aniversario del nacimiento del rosarino más popular del planeta. Apurada, mientras se apresta a salir para la Universidad de Madres de Plaza de Mayo, Aleida recibe a algunos medios de prensa, entre ellos a Página/12. “Fue espectacular el acto frente a las escalinatas” de la Facultad de Derecho, comenta que le dijo un emocionado Fidel Castro, al recordar su reciente paso por Buenos Aires. Aleida no da tregua. Habla rápido y sin rodeos. Hoy estará en el Centro de la Cooperación, el sábado en San Martín de los Andes y el lunes, en Rosario donde su padre será reconocido como “hijo ilustre de la ciudad”.
–En Buenos Aires todavía se escuchan los ecos de la visita de Fidel Castro y las anécdotas que comentó sobre su padre. ¿Cómo lo vivieron en La Habana?
–Desgraciadamente yo no estaba en Cuba en esos momentos. Estaba en Esmeralda, Ecuador, trabajando como médica. Me di el gustazo de poder cumplir con mi profesión en tierras ecuatorianas y me enteré por segundas personas y no directamente cómo lo vivió mi pueblo. Cuando yo regresé, todos en La Habana comentaban la visita de Fidel a Buenos Aires. El pueblo cubano lo ve a Fidel como un padre, como algo personal. Que lo reciban con amor y que lo traten con cariño es algo siempre importante para nosotros. Una vez más estamos agradecidos por el recibimiento que tuvo el jefe de la Revolución Cubana. Dejame decirte que el 14 de julio se hizo una gala en el anfiteatro Carlos Marx, por el natalicio de mi papi, y tuvimos el placer de tenerlo a Fidel allí. Mi madre de un lado y yo del otro, teníamos al pobre hombre encerrado entre las dos Aleidas. En un momento determinado, él me comentó de su viaje a la Argentina y te cuento que mantiene muy fresco esos momentos que vivió sobre todo en las escalinatas de la facultad. Ese encuentro fue espectacular para él, según sus propias palabras. Siente mucho entusiasmo cuando lo recuerda.
–¿Y esos comentarios, qué representaron para usted?
–Siento que hay algo fuerte y algo importante en nuestra América. En Argentina, en Brasil. Hay importantes movimientos populares que dan cuenta de un despertar. Hay que hacer algo para cambiar lo que estamos viviendo. Hay tantas posibilidades en el Cono Sur. Nuestros pueblos han sufrido tantas penurias, las pérdidas humanas, las económicas. Estas cosas traen consecuencias en la conciencia popular.
–La voluntad es una de las virtudes que suele reivindicarse de su padre. Incluso esa imagen suele tapar la difusión de sus ideas. Desde sus definiciones políticas e ideológicas, ¿cómo lo presentaría?
–Mi padre era un revolucionario. Un comunista, de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades. No de hablar, sino de actuar. Todos sus discursos sobre los problemas del socialismo muestran a un hombre que está pensando en una sociedad diferente. Sociedad que es posible. Somos nosotros los que podemos o no transformar esa sociedad. En el discurso de Punta del Este, en 1961, él habla de una América latina para los norteamericanos. Es decir, una versión menor de lo que hoy sería el ALCA. En el libro El Gran Debate, del 62-63, se discute cómo llevar adelante el socialismo en una economía subdesarrollada como la nuestra. Polémico e interesante, está hablando de que, como pueblo, nosotros no podemos copiar a nadie, sino que tenemos que crear nuestra propia revolución. Crear de acuerdo a nuestra cultura, nuestras raíces. Están sus crónicas de cuando era un joven recorriendo América. Entre sus proyectos estaba el de escribir un libro sobre cómo debía ser un médico en Latinoamérica. Allídice que es hora de que los gobernantes dejen de prometer tantas cosas y utilicen más los recursos económicos para cambiar la realidad social que vivimos. Lo dijo en el año 1953. Las horas siguen pasando y nosotros no siempre exigimos que las cosas se hagan realidad. Nosotros, que tenemos una revolución socialista, no hemos podido llevar adelante ni el 10 por ciento de las cosas que el Che planteaba.
–¿Cómo piensa que la pensó su padre?
–Eso es difícil. El escribió un artículo que se llama “La Piedra”. Una crónica que escribió mientras estaba en el Congo y que habla sobre la muerte y cómo se sobrevive a ella. El dice que leer una carga del machete de Maceo es una manera de sobrevivir a la muerte ya que te llenás de la carga de pasión y valor de ese hombre. También dijo que los hijos son una manera de sobrevivir a la muerte. El dice allí: no quiero que mis hijos me sobrevivan en ese sentido. Es decir que él sea una carga. El quiere simple y llanamente que nosotros seamos hombres y mujeres dignos del pueblo cubano. Me imagino que nos habrá soñado con nuestros problemas, dificultades y virtudes simples del pueblo en el que nos educamos. Eso sí, dignos de ese hombre.
–En sus viajes por el mundo, usted recibe la devolución de lo que su padre representó para los pueblos latinoamericanos o africanos. ¿Qué es lo que más ha calado del Che en esos pueblos?
–En Europa también. Te diría que el Che es una bandera de combate. Ahora en Portugal, en una manifestación, la televisión le preguntó a un chiquito que llevaba una bandera con la imagen de mi papá: qué representa esta bandera para ti. Muy serio él respondió: “Como el Che Guevara nosotros vamos a luchar hasta la victoria siempre”. Esas son las cosas que han calado de mi padre. También te encuentras a quienes te dicen: “Cuando yo era joven el Che era mi ídolo”. A ellos les digo, qué tristeza, ¿cómo es que ha dejado de serlo? Qué pena para usted que al crecer haya perdido a su ídolo.
–¿Cómo es ser la hija del Che todos los días en Cuba?
–Yo vivo con el pueblo cubano, yo soy parte del pueblo cubano. Un día a la televisión cubana se le ocurrió hacerme algunas preguntas con motivo del Día del Padre. Al otro día cuando retorno al hospital viene una compañera con la que había trabajado dos años en el cuerpo de guardia y me dice: “No te perdono que no me hayas dicho que eres la hija del Che”. “Y tú me has dicho cómo se llama tu papá –le dije–. Si tú no me lo preguntaste, yo no te lo contesté”. Lo importante es que podamos trabajar en equipo y que funcionemos como tal, lo demás es secundario. Trabajar y vivir dentro de ese pueblo. El Che está presente en muchas facetas del pueblo cubano.
–¿Qué le produce comparar las realidades latinoamericanas que visita con las que vive en Cuba?
–Nosotros en Cuba tenemos muchísimas carencias materiales, nos faltan cosas, es verdad. Una se queja y dice, caramba cuándo es que vamos a mejorar esto. Ahora fui cinco días a trabajar como médica a Esmeralda, Ecuador. Fui toda romántica pensando en el impacto social de mi trabajo. Se me ocurrió ir a la farmacia y preguntar cuánto cuesta el tratamiento que estoy recetando. Bueno costaba 50 dólares. El pueblo de Esmeralda no puede gastar ese dinero mensualmente en el tratamiento de sus hijos. Podrán hacerlo dos o tres familias, pero no todos. Allí uno compara y se da cuenta de que, si bien le faltan muchas cosas materiales, la dignidad del ser humano está. La vida del ser humano está garantizada, la salud está garantizada, la educación está garantizada. Eso da una fuerza tremenda para seguir resistiendo, porque para atrás no puedes ir ni para tomar impulso. Te queda una angustia terrible de saber que no puedes resolver un problema que en verdad tiene solución. El confrontarnos también nos demuestra que estamos en el camino correcto.