Jueves, 4 de abril de 2013 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Beatriz E. Sznaider *
¿Qué puede/qué debe hacer la comunicación para evitar o paliar los efectos de un temporal como el del 2 de abril último?
La crisis vivida, con su trágico resultado de decenas de muertos y, secundariamente, de pérdidas materiales cuantiosas, abrió (como otras crisis pasadas y otras que inevitablemente vendrán) a un conjunto de polémicas y discusiones. Bienvenidas sean si nos permiten dar batalla no contra la naturaleza hostil, sino contra la naturalización de la falta de gestión y de una cultura de la indulgencia que reúne fatídicamente a gobernantes y a gobernados.
Los que no fuimos afectados de manera directa tomamos contacto con la naturaleza del drama a través de las imágenes y los relatos televisivos, radiales, de los diarios en Internet o en papel, de las redes sociales. Como espectadores, siempre el espacio público urbano se nos presenta como esa versión que organizan los medios con sus recortes, sus jerarquizaciones, sus omisiones, sus errores, sus intereses. Y desde la propia condición que habilita nuestro carácter de “editores” de la realidad por el zapping o por el consumo simultáneo de medios, el remix nos devuelve fragmentos sobre fragmentos de esa realidad construida.
Recorrer los medios en esos días implicaba la tensión de observar que el número de muertos subía y bajaba a discreción, así como su localización. El recurso de la pantalla partida apenas nos permitía reconocer si se trataba de imágenes en directo o grabadas. Entrar en la intimidad de las primeras casas afectadas nos movió de la conmoción al hastío. Cierto que el área afectada en la ciudad de Buenos Aires abarcó mayormente barrios de los considerados de clase media. ¿Pero no hubo secuelas en las distintas villas de la ciudad o en los barrios del Sur? En la misma línea, ¿por qué el primer día del desastre no se habló y casi no se mostró nada de la situación en La Plata y su periferia?
Hubo muchas interpretaciones políticas sobre el tema: a favor o en contra de Macri, de Scioli, de Cristina, etc. Sin subestimar el componente conspirativo en épocas de tan pobre generosidad política, creo que el origen (no así las consecuencias) de esas operatorias mediáticas responde a causas que están menos discutidas y expuestas socialmente: Villa Urquiza está más cerca que Tolosa; entrevistar a un comerciante furioso de Belgrano es “productivo” en tiempo de aire (¡basta por favor de las liquidaciones del día después de las inundaciones!). También es afín socialmente tanto respecto del movilero, como de un público “ideal” al que los medios se dirigen; y seguramente se considerará menos riesgoso interactuar con los vecinos del barrio Mitre que con los de la Villa Itatí. El efecto de ruptura del orden dado es más fuerte si lo que se pierde es un televisor de plasma, que el único colchón familiar. Esto dicho con el mayor respeto por las pérdidas que sufrieron todos y cada uno de los compatriotas.
En ese escenario de pobreza de recursos que exponen la mayoría de los medios de comunicación (económicos, intelectuales, creativos, humanos), la primera afectada es la información. ¿Es posible generar un protocolo para que los medios difundan de manera respetuosa y certera todo aquello vinculado a las víctimas de la emergencia y el desastre? ¿Es una exageración esperar que éstos intervengan de manera concreta en las tareas de manejo de la contingencia?
El campo de la emergencia y del desastre es casi el único en el que el rol del Estado es excluyente, más allá de la colaboración que puedan brindar agentes privados de la salud o de otras áreas. ¿Podemos imaginar siquiera las consecuencias de servicios privados destinados a atender catástrofes como las de AMIA, Cromañón, Once o estas últimas inundaciones? Quienes se respondan aludiendo a la deuda histórica del Estado respecto de estos temas seguramente tendrán razón. Algo se ha avanzado a nivel nacional y local después de varias de las dolorosas experiencias mencionadas. Pero los hechos del 2 de abril último muestran que no es suficiente.
Se ha hablado mucho en estos días sobre los recursos económicos necesarios para encarar obras que eviten en un todo o en parte los efectos de catástrofes como la vivida. Existe un camino no recorrido, mucho menos oneroso y necesario, aunque las obras prometidas se realicen. Más teniendo en cuenta que el desastre forma parte de un horizonte que nunca es del todo controlable.
El Estado debe actuar en el antes de la emergencia y el desastre para construir legitimidad institucional, vínculo con la población, confianza en su accionar y en su mensaje. La escena de vecinos de La Paternal “echando” a los bomberos porque llegaron muy tarde y haciéndose cargo ellos mismos de la ímproba tarea de sacar sus automóviles de un estacionamiento subterráneo, nos dice mucho respecto de un vacío de sentido en la relación gobernante-gobernado. No hay margen de acción comunicacional (ni de ningún tipo) eficaz durante el desastre si ésta no fue prevista, trabajada y probada en ese momento anterior. Es también el Estado quien debe trabajar de manera concreta con los medios de comunicación sobre qué y cómo informar cuando están en juego vidas humanas. Es posible que la definitiva aplicación de la Ley Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual contribuya en esa orientación.
Una paradoja de la emergencia y del desastre es que quizás se destinan recursos para un hecho que nunca va a ocurrir. Por lo tanto, forma parte de una decisión social, de un mirar un poco más allá de la coyuntura, que la emergencia y el desastre estén contemplados en la agenda pública.
* Especialista en Comunicación Institucional. Docente e investigadora (UBA).
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