EL PAíS › ENCUENTRO DE LULA CON INTELECTUALES, POLITICOS Y DIRIGENTES SOCIALES
Lula cerró su visita a la Argentina con una reunión en la Embajada de Brasil. El periodista de este diario Martín Granovsky, uno de los 40 invitados, cuenta cómo y por qué el ex presidente se comprometió a empujar la integración sudamericana.
› Por Martín Granovsky
Un presidente nunca dice que se angustia. Si no, qué queda para los gobernados. Un ex presidente sí se puede dar ese lujo. El resultado es apasionante si el ex se llama Luis Inácio Lula da Silva y tiene una capacidad única de transmisión intelectual y emotiva.
Por ejemplo: “O crecemos juntos o nos quedaremos pobres todos juntos”.
Por ejemplo: “Cuando le entregué el mandato a Dilma le dije que necesitaría muchos Doberman. Le dije que a cada decisión importante suya tenía que ponerle un perro detrás, porque si no no habría ningún resultado”.
Lula habló en la embajada de Brasil en la Argentina, que organizó un encuentro con 40 intelectuales, políticos, economistas y empresarios junto con el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y el Instituto Lula de Brasil. Fue el viernes a la tarde y los asistentes hicieron decir al embajador Enio Cordeiro: “Presidente, en este grupo nadie piensa como el otro”. Antes, el presidente que gobernó Brasil durante ocho años desde el 1º de enero de 2013 recibió ocho doctorados honoris causa. “Para el Guinness”, bromeó el senador y ex ministro de Educación Daniel Filmus, coordinador de los doctorados junto con Pablo Gentili, secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.
El ex presidente brasileño estaba acompañado por Luiz Dulci, ex secretario general de la Presidencia durante su gobierno y secretario del Instituto Lula. Dulci, que acaba de publicar un libro sobre los diez años de gobierno encabezado por el PT, Un salto hacia el futuro, dijo que el Instituto está firmando acuerdos con organismos multilaterales y que trabajará cada vez más en una doctrina de la integración. “No se trata de sustituir a los Estados, pero a veces es difícil para los Estados avanzar en determinados temas.”
Lula explicó que el instituto antes se llamaba Instituto de la Ciudadanía. “El programa Hambre Cero lo diseñamos allí”, contó sobre el trabajo previo a las elecciones victoriosas del 2002. Dijo que algunos contactos excedían el marco del PT y que por eso recibía gente en el instituto. Es decir, una preparación completa para el gobierno que se vendría. Sobre el futuro, Lula reforzó la promesa de Dulci y la amplió hacia el Africa. “Durante mi gobierno visité siete países de Oriente Medio, todos los países de América latina y el Caribe y 33 países africanos en 39 viajes.” Lula no tocó el tema, pero además de Sudamérica la gran base de votos para que el brasileño Ricardo Azevedo ganase la dirección de la Organización Mundial de Comercio fue Africa.
De traje oscuro y corbata a rayas con los colores brasileños y argentinos, Lula pasó más de tres horas debatiendo, de a ratos sentado y de a ratos parado. Antes de abrir el espacio a comentarios y preguntas, se las hizo a sí mismo. “Hay que crear una doctrina de la integración. ¿Qué es la integración? ¿Es comercial? ¿Es comercial y social? ¿Involucra a las universidades? Todavía no está todo claro para nosotros. Cada vez que Hugo Chávez hablaba de la espada de Bolívar yo le decía: ‘Chávez, ya no necesitamos la espada de Bolívar, sino un banco de desarrollo, carreteras, puentes...’.”
Lula mencionó muchas veces a Chávez. Lo hizo con cariño y con picardía. Un muerto no puede quejarse por la revelación de secretos que, por otra parte, sirven para entender qué dificultades enfrenta un presidente incluso cuando tiene legalidad, legitimidad y popularidad. Como estaba presente el ex canciller Jorge Taiana, Lula lo tomó de compinche. “Tal vez un día Taiana, Enio y yo podamos contar cómo son las reuniones presidenciales y las secuencias de las decisiones. Firmamos un acuerdo, un protocolo de intenciones y cuando termina el mandato de cuatro o cinco años, no se hizo nada. Porque cuando esa reunión terminó, viene otra reunión y otro protocolo, y a veces además no hay mucha gente interesada en hacer el seguimiento de las decisiones. Taiana sabe bien cómo se quejaba el pobre Chávez. Casi todas las reuniones terminaban con Chávez peleándose con el pobre Maduro. ‘No voy firmar el documento porque no lo leí.’ Y miraba a la cámara de Telesur. ‘¿Por qué los burócratas no me dieron el documento antes?’ Entonces yo me levantaba y le contaba mi angustia.” Y ahí fue que le contó su idea de los Doberman.
En verdad, y aunque no apareció en la reunión de la embajada brasileña, el que se acercó a un sistema de Doberman fue el presidente chileno Ricardo Lagos. Su jefe de asesores Ernesto Ottone enviaba a cada reunión de Lagos un funcionario que luego se encargaría del seguimiento. En otro estilo, para algunas decisiones Kirchner llamaba por teléfono en el acto a toda la cadena de funcionarios que se haría responsable por el cumplimiento de una decisión suya.
“Una vez con Chávez estuvimos a punto de despedir juntos a los presidentes de Petrobras y de Pdvesa, porque no había llevado a la práctica un acuerdo al que habíamos llegado”, dijo. “Lo mismo sucedió con la Argentina, y lo mismo con otros países. Cuando los presidentes están dispuestos y convencidos, las cosas deben cerrarse delante de ellos y no después de la reunión. No se puede trabajar en la integración si uno cede a las presiones de un grupo.”
La falta de resultados tiene un problema, que Lula tocó. “Cuando llegás al gobierno y no conseguís hacer las cosas que se esperan de vos, la gente se aleja. Pero muchos, en cambio, cuando algo no nos sale perseveramos.”
Y las reuniones como la del viernes, ¿sirven? “Hay una carencia motivacional”, dijo Lula. “Aparecen buenos diagnósticos y buenas propuestas, pero después deben ser tomados por los políticos.”
El ex presidente aprovechó ese momento para levantar un libro en el aire. Es de tapas rojas y el título traducido dice así: Lula y Dilma. Diez años de gobiernos posneoliberales en Brasil. Es una compilación de 21 trabajos realizada por Emir Sader, ex secretario de Clacso antes de Gentili, que escribió el capítulo educativo porque, como dijo Lula, “es un argentino importado a Brasil”. Para que no queden dudas del margen que Lula quiere para decisiones que no son de gobierno sino de análisis hecho por gente con pensamiento propio, dijo: “Lo único mío en este libro es mi nombre en el título, porque los autores trabajaron con toda libertad”.
A Lula parece preocuparle el callejón sin salida que se produce cuando los funcionarios y los políticos no se acostumbran a vivir dentro de la contradicción. “Si las divergencias fueran un problema, el PT no existiría. No hay nada que tenga más divergencias que el PT.” También luce preocupado por las profecías autocumplidas según las que nada distinto será posible. “Nací en una región donde muchos niños mueren antes de los cinco años y yo no me morí. Cuando entré al sindicato me dijeron que no podría hacer nada porque la estructura sindical de Brasil era una copia fiel de la Carta del lavoro de Benito Mussolini. Sin que la ley se modificara una línea, en sólo tres años cambiamos la vida sindical. Después nos dijeron que no había espacio para un partido político. En tres años creamos el PT, que nació en 1980. Que llegara un obrero metalúrgico a la presidencia era impensable. Lo logramos. Por lo tanto, podemos producir una doctrina para que nuestros presidentes piensen estratégicamente. Es el compromiso que asumo. No sé si lo cumpliré, pero lo voy a intentar.”
Lula alertó contra “las peleas entre nosotros”. Citó el caso de la Ronda de Doha, que concluyó en 2008 sin resultados. Estuvo discreto: omitió apuntar que las diferencias esenciales sobre el final se produjeron entre Brasil y la Argentina. “Allí no avanzamos, pero no sucederá más. Si no construimos un pensamiento estratégico vamos a perder incluso lo que ya construimos. Y no es cuestión de defectos. Todos los tenemos. Los tuvimos los presidentes de aquel momento: Néstor Kirchner, Hugo Chávez, Ricardo Lagos, Tabaré Vázquez, yo... Pero si analizamos nuestras relaciones tal como estaban en el 2000 y vemos cómo son ahora, vamos a ver que avanzamos extraordinariamente.”
Lula suele hacer un contrapunto permanente entre el rescate de lo bueno, porque es un obsesivo de la autoestima colectiva, y el planteo de desafíos, porque se muestra optimista, pero no tiene la noción fanática de que las cosas, las malas pero también las buenas, son inexorables. “Si no consolidamos los avances como política de Estado, creando parlamentos e instituciones multilaterales, cualquier gobernante de derecha puede terminar con todo. Sobre todo en Brasil. Estén seguros de que ese presidente brasileño le dará la espalda a América del Sur, porque su cabeza está colonizada por Europa y los Estados Unidos.” Y siguió Lula, parado, micrófono en mano y mirando hacia cada lado, moviendo las manos como el orador sindical que fue o que es, confesando que hoy ve cosas que no veía cuando era presidente. “Cosas en las que podríamos haber avanzado y no avanzamos. ¿Por qué no avanzamos en la ONU? Egipto y Nigeria querían ser miembros permanentes del Consejo de Seguridad, pero no lo dijeron. La Argentina, Brasil y México también. No discutimos lo esencial: el que sea, cuando sea, no puede investir una representación individual sino colectiva, del continente. Pero nunca profundizamos esa discusión. Y son 10 años míos y de Dilma, 12 de Chávez, 10 de Néstor y Cristina. Media generación creció sin que discutiéramos el tema. Con el comercio, lo mismo. Es importante porque genera desarrollo, ganancia, empleos.”
En su intervención, el tablero del mundo siempre estuvo presente. Para él, en Europa “una gripe se convirtió en neumonía”. Según Lula, “es ridículo que Europa culpe a Grecia o Chipre mientras ningún banquero está preso”.
La industria también. “Tenemos que aprovechar el tipo de personas que hoy están en los distintos gobiernos para hacer lo que hay que hacer. No es malo exportar commodities cuando el precio está bien. Es malo cuando el precio está bajo. Pero a nivel internacional debemos discutir el valor de los productos. Por qué la comida vale tan poco y un chip vale tan caro. En la década del ’70 los Estados Unidos decidieron llevar el cuerpo de las industrias a China y quedarse con la cabeza, con los servicios. Ahora, con esta crisis, se dieron cuenta de que la cabeza sin el cuerpo no es un ser humano, es un busto. Así que discuten cómo reindustrializar a los Estados Unidos.”
Un fantasma, a veces, es el papel de Brasil, el gigante de la región. Incluso es un fantasma cuando ya nadie repite disparates sobre hipótesis de conflicto bélico. Como Lula quería desmontarlo, abordó el punto. “Brasil no puede crecer solo. Y Brasil tiene más responsabilidad que el resto. En la crisis del 2008 llamé al presidente del Banco Central y al ministro de Hacienda y les dije que destinaran dinero a Uruguay y a la Argentina. No lo hicimos. Lo hizo China. Pero Brasil no necesita 400 mil millones de dólares de reservas. Hoy podríamos usar ese dinero para financiar la integración aquí y en el continente africano. Pensemos, imaginemos. A veces me da la impresión de que los intelectuales de América latina dejaron de pensar después de la caída del Muro de Berlín. Hay menos canciones, menos libros... Me acuerdo de una charla con Fidel. Un día me dijo de haberle enseñado a su pueblo la historia equivocada. Era la historia rusa, con sus buenos que de golpe se convertían en malos y sus malos que de un día para otro se transformaban en buenos. ‘Sabes, Lula’, me dijo Fidel. ‘Estoy arrepentido de no haberle enseñado a mi pueblo la historia de América latina’. Yo digo: hagámoslo. Trataré de ser el animador y el provocador para que pensemos de nuevo en nosotros.”
Antes de la última intervención de Lula en el seminario, varios de los participantes preguntaron o hicieron comentarios.
Taiana dijo que hay un punto delicado: “Hemos alcanzado un cierto tope en la integración, estamos entrando en una meseta, cuando hay dificultades la reacción natural es retraerse ante el miedo y lo que no avancemos significará que vamos a retroceder”.
El consultor Rosendo Fraga dijo que el Mercosur y la Unasur demostraron “gran eficacia frente a los imprevistos como los que se produjeron en Venezuela, Colombia y Ecuador, pero cierta ineficacia para enfrentar los conflictos históricos”. Citó que Chile y Perú hayan recurrido a La Haya y lo mismo Bolivia y Chile. Lula agregaría que tampoco el conflicto de las pasteras entre Uruguay y la Argentina se resolvió en el marco sudamericano. Fraga se quejó de que en la Argentina “no se puede ver por cable un canal brasileño y no tenemos una radio que transmita en portugués”.
Félix Peña, ex subsecretario de Guido Di Tella y hoy en la Universidad de Tres de Febrero, pidió un “Informe Lula” sobre cómo trabajar en Sudamérica.
El consultor de Poliarquía Sergio Berenztein sugirió para Mercosur un avance por pasos. “Incremental, minimalista”, dijo.
El rector de la Universidad de Cuyo, Arturo Somoza, hico centro en la necesidad del intercambio cultural y el peso de las decisiones políticas.
El ex canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, que revistó con Fernando de la Rúa, dijo que la integración y los derechos humanos “son políticas de Estado en los últimos 30 años”. Recomendó “fortalecer el diálogo Pacífico-Atlántico para ponernos en la dinámica de la negociación global, porque vamos a enfrentar tensiones y ya las estamos enfrentando, y Brasil tendrá dos sombreros”.
Rafael Follonier, colaborador de Néstor y Cristina Kirchner con rango de secretario de Estado y ahora a cargo de investigar los crímenes en Venezuela contra seguidores del chavismo en la última campaña electoral, dijo que “el posicionamiento de Brasil como actor global se dio en el marco de la última etapa del proceso de integración sudamericana”. Pidió “un fortísimo relanzamiento de Unasur” y afirmó: “Vendría bien que Lula nos ayudara a resolver la próxima etapa del organismo que creó con el resto de los presidentes”.
El ex presidente de la Unión Industrial Argentina y ex ministro de Eduardo Duhalde José Ignacio de Mendiguren llamó a “no dejar pasar el tiempo y tentarnos con el canto de sirena de la primarización de la economía, porque a pesar del enorme período de crecimiento la participación industrial en el PBI de los dos países disminuyó”.
El rector de la Untref, Aníbal Jozami, pidió formar “un grupo de delirantes que discuta una unión con Brasil”.
Alberto Ferrari Etcheberry, ex subsecretario de Asuntos Latinoamericanos de Raúl Alfonsín y uno de los negociadores de entonces para lograr la integración con Brasil, además de ser quien invitó a Lula a su primera visita a la Argentina en 1999, recordó qué es la ciudadanía entre los vecinos. “Con la Constitución de 1988 y con la presencia decisiva del PT, esencial para la caída de Fernando Collor de Mello, surgió la democracia de masas por primera vez.” Añadió Ferrari: “Con Lula terminaría la historia de los Braganza en Brasil. Lula fue el primer Silva. Y después vino Dilma, que también se llama Silva”. Para Ferrari, entre los dos países “no se ha avanzado lo suficiente en conocerse y, sobre todo, en conocer las diferencias”.
El uruguayo Gerardo Caetano dijo que “para esta nueva etapa, más de lo mismo no basta”.
Pino Solanas lamentó que “en diez años no hemos resuelto ni el Banco del Sur” y dijo que “América latina no puede ser el paradigma de un consenso sobre los commodities”.
El diputado de Unidad Popular Víctor de Gennaro advirtió que “el genocidio dejó la idea de que, por miedo, hay que evitar lo peor y ser sobrevivientes” y opinó que “tenemos derecho a vivir felices”.
Pablo Gentilli, como organizador, expresó su compromiso de seguir ayudando a la coordinación de centros de estudio, políticos e investigadores.
Filmus, otro de los organizadores de la visita de Lula y miembro del Consejo Académico de la flamante Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, se autocriticó “el escaso esfuerzo legislativo para trabajar en forma conjunta, el déficit de diplomacia parlamentaria y el avance lento en la enseñanza de portugués y español, al punto de que científicos argentinos y brasileños se comunican en inglés”.
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