EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Casi sobre las primarias de agosto, a pocos meses de las elecciones de octubre, la política parece desbocarse, el Gobierno es representado como una banda que fuga divisas en bolsas de dólares, o las acumula bajo el colchón y la oposición cae en trance de santa indignación ante esa imagen. Es un estado de pureza flamígera, de éxtasis redentor, de temblor sagrado, un papel en el que nadie podrá superar a Elisa Carrió.
En víspera de elecciones la política puede enriquecerse si el debate de las propuestas consigue sobresalir. Nunca se da una situación de pureza, porque el escenario es siempre una resultante de distintos vectores. Pero si las polarizaciones se agudizan, si los discursos se vuelven extremos y si tiende a prevalecer la lógica del golpe de efecto por sobre los contenidos, la política se empobrece.
Desde hace ya por lo menos tres años, actúa un factor que antes era menos visible y que también incide con mucha fuerza. A la tensión propia de la dinámica política se le sumó el efecto distorsionante de la acción mediática de una corporación enfrentada con ferocidad al Gobierno por una ley de medios que limitará sus privilegios. En otro tipo de empresas un conflicto así quedaría encapsulado en su ámbito. Pero en el caso de una corporación mediática sus operaciones se expanden sobre el resto de la sociedad, hasta crispar incluso las formas en que las personas se relacionan e imponen el tono y los contenidos de una campaña electoral. Ese poderoso despliegue para oponerse a una ley que afecta sus intereses termina por demostrar la necesidad de que esa ley se aplique. Es el poder de una empresa privada por sobre todas las instituciones públicas, sean partidos o gobiernos.
El estado de beligerancia brutal hace que después de un tiempo, el Gobierno ya sepa que cualquier cosa que haga no podrá empeorar esa situación. La oposición, en cambio, en todos estos años no ha encontrado la forma de gravitar por su propio peso, pero encontró un aliado poderoso. En el paisaje que se genera de esa manera, pesa más la disputa del multimedia con el Gobierno que la pulseada tradicional con la oposición. La oposición aparece sumándose a la otra disputa y no al revés porque no tiene capacidad para generar sus propios ejes en esa discusión, y queda a merced del multimedio.
Esa imagen de la oposición sumándose a una disputa por la ventana quedó expuesta con los decretos de Mauricio Macri y José Manuel de la Sota para defender la posición dominante de mercado del Grupo Clarín. Una actitud a la que se sumaron Pino Solanas y Elisa Carrió. Si el decreto de Macri llegara a aplicarse alguna vez, el Estado nunca podría plantearle a ningún monopolio de medios que desinvierta, como sí lo puede hacer con monopolios de otros rubros de la economía. En todo el mundo se ha avanzado para establecer regulaciones antimonopólicas, pero aquí en la Argentina, la oposición de centroderecha y centroizquierda se unió para defender a un monopolio en nombre de la libertad de prensa. En México, por ejemplo, la empresa insignia del grupo Slim, América Móvil, de telefonía, fue afectada por estas regulaciones. El año pasado, la Justicia le prohibió usar cautelares para evadir los recortes de tarifas. Aquí, cuando el Gobierno intenta regular las cautelares que ha venido usando el Grupo Clarín para impedir la aplicación de la ley de medios que lo obligaría a desinvertir desprendiéndose de señales de cable o de aire, se habla de “avance sobre la Justicia”.
Las legislaciones antimonopólicas son impulsadas en todo el mundo por diferentes corrientes ideológicas. El centroderecha a veces pone resistencia, pero la posición de Pino Solanas en alianza con Carrió es una de las pocas en el planeta donde una fuerza política que se asume de centroizquierda defiende a los monopolios en alianza con el centroderecha. Una corriente que surgió con duras críticas al Gobierno desde la izquierda terminó así en una alianza con la derecha en defensa de una empresa monopólica.
En esos posicionamientos hay especulaciones electorales, constituyen una forma de relacionarse con la política haciendo concesiones para trazar alianzas. Y cuando se habla de posiciones dominantes en el mercado por parte de una empresa de medios, también se está hablando de un poderoso aliado o enemigo para cualquier campaña electoral. Lo que al mismo tiempo vuelve tan difícil ponerle algún límite.
Mientras el Gobierno busca la forma de acotar la posición dominante del Grupo Clarín como corporación mediática, Macri, De la Sota, Solanas y Carrió intervienen a favor de la corporación en esa disputa a pocas semanas de las elecciones primarias y de las legislativas de octubre. La política está compuesta por un entramado de acciones que incluyen propuestas propias, negociaciones, concesiones y alianzas. La diferencia está en las prioridades que cada quien se fija y con qué objetivos.
Entre tanto, la dinámica central entre el Gobierno y el Grupo Clarín mantiene sus propias líneas de acción. En este año electoral el multimedio lanzó una ofensiva con denuncias sobre corrupción, una detrás de otra que se repiten hasta el cansancio, se autoentrevistan, se tejen sobreentendidos y van conformando un imaginario de bolsas repletas de dólares argentinos circulando en aviones por todo el planeta y bóvedas con millones de euros. Un imaginario infantil, casi ingenuo sobre la corrupción, las bolsas y las bóvedas son imágenes burdas, la corrupción no es tan obvia, es más sutil. Pero lo que se busca es un efecto. Hablar de asientos contables no tiene el mismo impacto que hablar de decenas de bolsas llenas de dinero viajando de un lado a otro, atravesando aduanas, una imagen imposible pero más efectista. Igual que las bóvedas, como si los corruptos acumularan en el colchón y no en fondos de inversión, en bonos o acciones que son más aburridos para mostrar. La imagen de bóvedas repletas de millones es la del Tío Patilludo que tenía una bóveda con un trampolín para zambullirse en los billetes. Una de las fuentes más importantes de esas denuncias, el ex vicegobernador santacruceño Eduardo Arnold, dijo que a Kirchner le gustaba tanto la plata que le instalaron una bóveda en el mausoleo donde están sus restos, en Santa Cruz.
La afirmación es tan absurda que lo revela a Arnold como un hombre muy resentido con los Kirchner por alguna razón, pero poco serio. De todos modos, para el lenguaje mediático, esa imagen de alguien que aun después de muerto sigue rodeado de millones en billetes tiene una fuerza onírica, sugestiva. Para la oposición, la poderosa ofensiva del Grupo Clarín coincide con sus esfuerzos de campaña y se suma con gestos de indignación, pero no le agrega ni una coma, ni siquiera lo traduce a la política, se subordina a un lenguaje que no es el suyo.
Porque el lenguaje mediático tiene códigos diferentes al de la política. Nadie espera que un periodista gobierne, lo que sí se espera de los políticos, para eso se los elige. Nadie espera de los medios la responsabilidad que se le exige al que gobierna. El ejemplo más claro es el de Elisa Carrió: es la política que mejor encarna el lenguaje apocalíptico de los grandes medios, pero después saca menos del 2 por ciento de los votos. Parecen sutilezas, pero los lenguajes se amoldan en esas matrices diferentes, que tienen objetivos diferentes y logran consecuencias diferentes. El efecto de una campaña mediática puede ser muy desgastante, pero se anula en el tiempo si no encuentra un correlato político que la incluya en una visión más abarcadora como alternativa de poder.
El Gobierno no ha respondido a las denuncias de esa campaña. Buena o mala, es la estrategia que eligió. Y a su vez se mantiene en una línea de acción que le ha dado resultado. En ese sentido, su mejor campaña ha sido siempre la gestión. En los mismos días en que cayó el aluvión de bolsas y bóvedas repletas de billetes, se lanzaron los bonos para anular la especulación con el dólar negro, se aumentaba más del 35 por ciento las Asignaciones por Hijo y comenzaba una estrategia de acuerdos y controles populares para los precios. Le interesa mostrar que es un gobierno que no se queda quieto, que siempre tiene capacidad de reacción. Son líneas que corren sin tocarse: el Gobierno no va a decir nada de las denuncias y los grandes medios minimizan todo lo que pueden las acciones del Gobierno. La oposición trata de intervenir como puede en esa dinámica.
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