EL PAíS › OPINION
Massa, una pretendida mezcla de Reutemann y De Narváez. Los apoyos y las presiones. El camino elegido, novedoso y difícil. La táctica del kirchnerismo, variaciones. El territorio y La Cámpora, sus roles. Lo que fue de 2009 a 2011: la economía y el clima político. Y otras variantes del juego.
› Por Mario Wainfeld
Si el quid era instalarse, Sergio Massa lo hizo. Los medios dominantes, tras empujarlo, lo celebraron en triunfo. Era esperable la apoteosis para el intendente de Tigre, la nueva esperanza blanca. Lo que llamó la atención, en particular por el despliegue que se le dio, fue la defenestración feroz del gobernador Daniel Scioli. Muchos editoriales parecieron considerarlo el “otro” centro del cierre de listas, para desdicha del zen bonaerense. Lo maltrataron despiadadamente, con inusuales desbordes de lenguaje, incluso para esta etapa flamígera de la prensa escrita. Lo trataron de cobarde, servil y sumiso, apenas para empezar. No le perdonaron haber mantenido tratativas con Massa para luego volver a su inacción que es su cordura, como la del inmortal Rabí de Praga de un poema de Borges. El furor periodístico derrapó al uso de expresiones filo injuriosas, colocadas en boca de Massa primero y de un supuesto allegado después. Massa, según el gran diario argentino, dictaminó que “se cagó todo”. El allegado pasó del estar al ser: habría dicho “es un cagón”. Too much, habrá pensado el tigrense: debió imaginar que esos dicterios le hubieran caído a él si se retraía en el tramo final y “no jugaba”.
Nobleza obliga: el gobernador recibió un trato, digamos, transversal: en Olivos y la Casa Rosada tampoco le perdonan los vaivenes en la previa. Tal vez sellaron la decisión del kirchnerismo, diseñada en buena parte de antemano, de dejar a la tropa sciolista fuera del reparto de candidaturas.
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Animémonos y andá: Jamás podrá determinarse cuánto incidió la presión exterior. Fue tremenda, permanente... fue fructífera. Massa “juega”, entonces. Elige un discurso moderado, que aspira a distinguirse del fragor verbal del kirchnerismo y de la oposición que replica en espejo. Es opositor por cojones, porque está en la pista para ganarle al Frente para la Victoria (FpV) o para debilitarlo. Pero va tratando de distinguirse del resto de la “opo”.
La ambición de Massa, hoy día, trasciende La Plata y se proyecta a la escena nacional. El establishment (en particular el mediático) lo sueña como una mezcla de lo que fueron en 2009 Francisco de Narváez y Carlos Reutemann. El “tapado” que le ganó a Néstor Kirchner y el presidenciable de confianza: un duhaldista aggiornado, sensible al influjo de los poderes fácticos y presentable para la clase media. El Colorado no trascendió su batacazo y Lole se extravió en la madeja de su psiquis. Massita, todo lo indica, es más locuaz, más ambicioso, menos proclive a encerrarse.
Hay un second best para el establishment en el que el candidato no debe (en cierto sentido, no puede) pensar: es ser útil para restarle al kirchnerismo, sin llegar a batirlo en “la provincia”. En tal caso, habrá tiempo para imaginar otro Henrique Capriles o sostenerlo. En ese porvenir hipotético no le sería simple a Massa retener al bloque que armaría, nada desdeñable desde el vamos. Con una cosecha semejante a la de De Narváez 2009 podría tener una bancada con más integrantes que la del PRO de Mauricio Macri, que ahora suma 11 diputados y arriesga 8. Claro que lealtades como las del empresario José Ignacio de Mendiguren, el intendente Darío Giustozzi, el diputado Felipe Solá y otros compañeros peronistas tienen plazo y condición de vencimiento: están supeditadas al éxito. Mendiguren se encargó de avisar eso a por lo menos dos ministros, Julio De Vido y Carlos Tomada. Con palabras más sistémicas, claro: tender puentes, “ayudar desde otro lugar” y metáforas de ese jaez. El veredicto popular incidirá en el uso del puente: si será un medio de contacto o un rebusque para retornar a la otra orilla.
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Visibilidad y ayudas: La campaña se dividirá en dos tramos, separados por las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Ambas escalas serán, relativamente, cortas. La primera no llega a dos meses. La “instalación” contribuye a la visibilidad del candidato. Es predecible que las encuestas que se irán conociendo en los próximos días sean un segundo aventón para el challenger. Un pretendiente vistoso, lanzado con fuegos artificiales, “tiene” que medir bien. A su frente, es factible que el intendente Martín Insaurralde pague el costo del escaso conocimiento público. Esa primera espuma decantará, vaya a saberse la magnitud. Dependerá de numerosos factores, el más descollante será cuánto lo “levanta” el acompañamiento de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que debe hacerlo visible y asociarlo a su figura y futuro.
Hay marcadas simetrías entre el perfil de Martín Insaurralde y el de Massa. Ambos son intendentes, jóvenes, revalidados en las urnas. Los emparienta un look de clase media urbana, fácilmente diferenciable del prototipo del alcalde conurbano, como Hugo Curto o Mario Ishii. El intendente de Lomas de Zamora añade una circunstancia vital que tiene parangón con la de Scioli: atravesó un trance tremendo (en su caso, un cáncer) superado con entereza, que humaniza su perfil y nunca falta en su discurso de presentación.
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El territorio también existe: Insaurralde es cabeza de la lista de diputados bonaerenses, la concejal de La Matanza Verónica Magario está tercera. Son posiciones envidiables, que no reflejan el tono medio de la boleta, que premia con la reelección a los diputados “del palo” que atravesaron cuatro años divididos en dos tramos diferentes. Recién llegados, a principios de 2008, padecieron el vendaval producido por el conflicto “del campo”. Presenciaron deserciones hasta 2009, año de la derrota electoral. Desde ahí hasta fines de 2011 se colgaron del travesaño bajo la conducción de Agustín Rossi, resistiendo la ofensiva desordenada del Grupo A. Agrandados tras las presidenciales, garantizaron disciplina y quórum estricto. Se les retribuye fidelidad y pertenencia, ideas fuerza que orientaron el casting de los legisladores nacionales en todos los distritos. Precaver los devaneos de compañeros dispuestos a cambiar de camiseta según cómo pinte el partido, es una consigna esencial.
El diseño fue consensuado con la dirigencia propia territorial, en las provincias que gobierna el FpV, con una sola y resonante excepción: Buenos Aires. Scioli no pudo participar proponiendo compañeros confiables para él y para Cristina. Sí pudieron sus colegas: el entrerriano Sergio Urribarri, el mendocino Francisco Pérez y el salteño Juan Manuel Urtubey, entre tantos.
El secretario legal y técnico Carlos Zannini y los diputados Andrés Larroque y Eduardo de Pedro tenían la palabra final, por delegación de la Presidenta. El Cuervo y Wado accedieron a un espacio decisorio notable, que ejercieron atendiendo los mandatos de Cristina: La Cámpora ascendió en ese terreno y concedió más en el reparto, donde (sin dejar de conseguir algunos puestos resonantes) sumó menos candidaturas expectables que dos años atrás.
Había que “garpar”, contener, garantizar que (en el peliagudo margen de lo posible) intendentes bonaerenses y gobernadores de otras provincias tuvieran motivos propios para poner el mayor empeño en agosto y octubre.
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Mucho tampoco alcanza. En “la” provincia los intendentes “mojaron” poco en la lista nacional pero compensaron en las distritales. Buenos Aires tiene una legislación electoral similar a la Nación. Así que debían presentarse para las primarias precandidatos para 23 bancas de senadores, 46 de diputados, concejales para 135 distritos y consejeros electorales. Una tarea ciclópea para “armadores” y punteros, un festival para quienes siguen esos vaivenes de la política.
Es iluso imaginar que todos los compañeros dirigentes terminen saciados en el cierre de un partido de gobierno, al que llegaron cebados por la cosecha record de dos años atrás. Un par de intendentes, acaso uno solo, habrán sentido que les correspondía el sitial de Insaurralde. Y en la marea de apellidos, las agrupaciones habrán encontrado alegrías y sinsabores. Todas las demandas son de máxima, los regateos forman parte del protocolo, también mostrar disconformidad un poco mayor que la real con los resultados. El Movimiento Evita, vaya un ejemplo entre tantos, aspiraba a que el diputado Fernando Navarro fuera primero en su sección: terminó tercero. Un par de días después, haciendo balance interno, primaba la conformidad. La bronca quedó para otras provincias y para la Ciudad Autónoma en la que el ex canciller Jorge Taiana se sintió desairado por el ofrecimiento del cuarto lugar en diputados, con escasa virtualidad para entrar al Congreso. Su trayectoria, concuerda este cronista, validaba un reconocimiento mejor.
Un balance de todo el mapa nacional es peliagudo, pero las miradas de muchos dirigentes provinciales y del gobierno nacional coinciden en los grandes trazos: se “garpó” mejor al territorio, si se compara el reparto con el de dos años atrás. En 2011 la imbatible candidatura de Cristina Kirchner traccionaba para arriba a todos: ella diseñó las listas, con pocas concesiones. Ahora será otra vez protagonista pero traccionando desde afuera. No es lo mismo, más vale, máxime en una elección que incentiva el voto expresivo. Los ciudadanos bonaerenses, por primera vez desde 2003, no verán el apellido Kirchner en ninguna boleta.
Insaurralde es, repetimos, un candidato con escaso conocimiento público. Le falta, pues, un recurso que no es suficiente para garantizar apoyos pero que es funcional en toda campaña. La imagen de la Presidenta a su lado será un tópico de los próximos meses, tal como hizo antaño el ex presidente brasileño Lula da Silva con su sucesora, Dilma Rousseff. Con una diferencia destacable: la escena deberá repetirse en variadas comarcas, cada una con diferentes compañer@s.
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Tácticas y contexto: En octubre de 2001, la Alianza fue vapuleada en las urnas. El entonces presidente Fernando de la Rúa dictaminó que el veredicto no le concernía, porque él no había sido candidato. Se colocaba como si estuviera en una burbuja, lo que era cierto pero en otro sentido. Las jornadas de diciembre comprobaron que el oficialismo había sido repudiado, incluyéndolo. En tendencia, siempre es así.
Cristina Kirchner obra (rá) de otro modo: se pondrá al frente de la campaña. El acto de ayer en el miniestadio de Argentinos Juniors (ver página 3) fungió de comienzo. Un discurso militante, no de los mejores, no especialmente belicoso (para el baremo presidencial), pero sí firme en el tono identitario.
La presencia de Scioli en el palco y en los nunca inocentes paneos de la tele es una referencia interesante, para analizar un enigma. Desalojado de las listas, mayormente destratado en estos meses, Scioli sigue “jugando” en el equipo del FpV. Su imagen pública sigue siendo alta, algo tan inexplicable para el cronista cuan constante. Tal vez la campaña sea un trance de relativo acercamiento, regido por la realpolitik. Scioli puede “acompañar” a los candidatos oficialistas y bajar un poco el tono de su relación con la Casa Rosada. Al FpV puede venirle bien, el pragmatismo puede ser mejor pegamento que una yunta de bueyes.
Ya que de pragmatismo hablamos: al cronista le parece que el discurso y el carril elegidos por Massa son astutos. Lo diferencian del oficialismo y de la oposición. Desde luego, eso no equivale a augurarle éxitos: la competencia es muy dura, más parecida a un TEG que a un partido de fútbol o de ajedrez (hay varios jugadores, que se pelean “cruzado”). Pero es posible que haya un tramo de la ciudadanía que prefiera apartarse (así fuera por un ratito) del esquema de polarización imperante. Una duda crucial es si Massa puede sostenerse en el equilibrio que propone. Tensión relativa, convengamos, porque el hombre es el ariete opositor aunque De Narváez lo acuse de ser el caballo de Troya. Hoy y aquí, nadie discute que Massa transita entre el segundo y el primer puesto en “la provincia”. No es poco, para empezar.
El acto de ayer corroboró que el kirchnerismo, con alguna excepción (la candidatura del santafesino Jorge Obeid es la más notoria), privilegió a los compañeros muy del palo. Pocas figuras que expresen apertura, guiños a sectores no abroquelados. Prima, da la impresión, el afán de conservar bancadas “de fierro” sobre el de congregar nuevas adhesiones.
Para cualquier gobierno, el contexto es esencial. La floja performance de 2009 sucedió en años de pleamar económica y turbulencias políticas. La aplanadora de 2011 fue ulterior a dos años de crecimiento intenso. La Presidenta reconoció ayer que el 2012 fue un año difícil y se esperanzó con una mejora de las variables económicas desde hace un par de meses, que se proyectaría hacia adelante.
Dos años ha, el kirchnerismo también capitalizó (y en cierta proporción generó) un clima cultural renovado, connotado por los festejos del Bicentenario, la irrupción de Tecnópolis y la asombrosa convocatoria cívica que fue la despedida al presidente Néstor Kirchner. Más allá de discursos o relatos, hay un espacio público que no es (o no es solo) el del antagonismo político: el de la convivencia, el uso pacífico y distendido, el disfrute, hasta la fiesta popular. El acto del pasado 25 de mayo fue espejo de esas convocatorias de antaño, que no siempre conjugan con la retórica del kirchnerismo, aunque expresan la sociedad recreada desde 2003.
A la hora de la hora será el pueblo soberano quien defina. Las campañas conjugan táctica, liderazgos, hallazgos de publicistas u oradores. Pero se asientan en un suelo firme, que es la valoración ciudadana acerca de cómo se vive y su intuición acerca de cómo será el futuro próximo. El juego comienza, una peculiar contienda nacional que se practica en 24 distritos, ninguno igual a otro.
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