EL PAíS › MENOS GENTE EN LA PROTESTA OPOSITORA EN EL OBELISCO
Muy lejos de anteriores convocatorias, el cacerolazo de anoche fue el último acto de la campaña antes de las PASO.
› Por Nicolás Lantos
Una columna con miles de manifestantes que marchaban desde Callao y Santa Fe salvó las papas al cacerolazo que, hasta bien entrada la noche, no logró juntar una asistencia masiva en los principales puntos de encuentro, el Obelisco y la Plaza de Mayo. La convocatoria de la protesta estuvo notoriamente menguada respecto de ediciones anteriores, dato que se repitió en otros puntos de la ciudad y del interior del país, donde la asistencia no llegó a la décima parte de la registrada en noviembre del año pasado. La cercanía con las elecciones, el duelo decretado tras la tragedia de Rosario y “el frío” fueron algunos de los motivos a los que aludieron los vecinos porteños que protestaban contra el gobierno nacional a la hora de explicar una concurrencia tan raleada.
La mayoría de los dirigentes opositores que se habían mostrado activamente partícipes en la cita anterior, ayer se cuidaron de aparecer en la marcha, con algunas excepciones, como el sindicalista y candidato a diputado Gerónimo “Momo” Venegas y el piquetero Raúl Castells, y la agrupación macrista La Solano Lima –se referencia en el legislador porteño Cristian Ritondo–, que se hizo presente con una pantalla de alta definición donde se proyectaban clips de canciones con ritmo de cumbia y reggaeton y letras paródicas con agresiones a figuras del kirchnerismo.
Los caceroleros más impacientes comenzaron a atrincherarse cerca de la Pirámide de Mayo pasadas las 19, pero minutos después de las 20, hora oficial de la convocatoria, sólo unos cien manifestantes se apiñaban como polillas alrededor de la luz de la cámara de un noticiero. Las cacerolas permanecían guardadas y las banderas enrolladas. Un hombre que se quejaba del Gobierno de viva voz era aplaudido hasta que criticó que “se jubilaron bolivianos y peruanos con la plata de los argentinos”, lo que motivó un tibio repudio que derivó en una discusión. “Nos van a sacar en la tele discutiendo así”, se quejaba una mujer de mediana edad.
Muchos manifestantes intercambiaban impresiones con el celular pegado a la oreja, recibiendo noticias de otros puntos de reunión. “Vamos para el Obelisco, se están juntando allí”, intentó entusiasmar una mujer de unos cuarenta años, convocada a través del foro online Indignados de Argentina, según le contó a este diario. “No –corrigió otra–, me dicen por teléfono que están viniendo para acá.” Pero, mientras tanto, en Corrientes y 9 de Julio sólo había otras ciento cincuenta personas que escuchaban el discurso de Castells, quien aprovechó la ocasión para realizar su cierre de campaña como postulante de una de las lista de Rodríguez Saá en la provincia de Buenos Aires. Enfrente, varios móviles de televisión descansaban junto al monumento, como hipopótamos durmiendo la siesta.
“No podemos organizar un cacerolazo y queremos ser gobierno”, se quejaba, en voz alta, un hombre de traje y corbata, evidentemente irritado. La esperanza estaba puesta en “la columna de Callao y Santa Fe”, de la que llegaban noticias auspiciosas vía SMS y Whatsapp. Finalemente, poco antes de las 21, por el horizonte norte de la avenida más ancha, comenzó a asomar la vanguardia que llegaba desde Barrio Norte, provista de pancartas, vuvuzelas y cantitos pidiendo un pronto fin del gobierno kirchnerista.
El refuerzo norteño alcanzó para evitar el papelón, pero no llegó a representar ni lejanamente la concurrencia que convocaron cacerolazos anteriores: sólo una mano de la 9 de Julio estaba interrumpida (y un numeroso escuadrón de empleados del Gobierno de la Ciudad aseguraban que el funcionamiento del metrobus no sufriera percances). Frente a la Catedral, algunos cientos de personas intentaban darse ánimo mutuamente cantando el himno en grupos de a ocho o diez.
La escena se repetía, a esa hora, en algunos puntos del país: la Quinta de Olivos, la Plaza Moreno en La Plata, el shopping Patio Olmos, en la capital de Córdoba. Otras ciudades del interior tuvieron sus propios cacerolazos, todos en la misma tónica que el del centro porteño: exangües, pálidos y desanimados.
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