EL PAíS › LA NUEVA POLITICA DE ESTADO HACIA UN CONTINENTE EN EXPANSION
Con embajadas nuevas, misiones comerciales, visita presidencial y siete viajes del canciller, el intercambio y las relaciones con las naciones africanas pasaron a ser una prioridad. La nueva embajada en Etiopía ya en operaciones.
› Por Sergio Kiernan
Desde Addis Abeba
Hace medio siglo, las naciones independientes de Africa eran pocas, eran flamantes y eran una utopía que se reunía en Addis Abeba para crear la Organización de la Unidad Africana, hoy conocida como la Unión Africana. El festejo de los cincuenta años fue menos utópico y más realista, pero en el vasto edificio de la capital etíope, frente a la única plaza con juegos del país y a la luz de uno de los vitrales mayores y más originales del mundo, pasaron invitados como la presidenta del Brasil y el canciller argentino. Que Héctor Timerman estuviera en mayo en Etiopía, que ya cuente con siete viajes al continente, marca un fenómeno poco percibido, el Descubrimiento del Africa por los argentinos.
Esta política de Estado pasa por abajo de tantos radares por el fenómeno cultural tan local de ignorar toda realidad africana y dejar intactos los lugares comunes del safari, la guerra y la hambruna. Es como si en los 54 países del continente no hubiera ciudades, música, embotellamientos, crecimiento económico, precios por hectárea, Internet o celulares, para mencionar algunas cosas de hecho muy abundantes. Como bien saben los chinos, que están haciendo vastos negocios y prácticamente reconstruyendo toda su infraestructura, Africa es un mercado que amaga ser inagotable.
Por supuesto, entrarle a este nuevo horizonte implica aprender los detalles. Africa es enorme, mucho mayor que América latina, y con fenómenos muy locales y diferenciados. El sur es más desarrollado y contiene lo único más o menos desarrollado, Su-dáfrica, y la única nación de política impecable, Botswana, que nunca tuvo un golpe militar, una guerra civil o un pronunciamiento, con lo que en veinte años subió su standard de vida un 1000 por ciento. El norte separado tajantemente por el vacío del Sahara y balconeando a Europa es casi un mundo aparte, en religión, lengua y economía. La cintura del continente es donde se agrupan la mayor cantidad de naciones, desde la enorme Nigeria al pequeñísimo Togo. Africa implica hablar inglés, francés y portugués por la simple razón de que es una Babel con literalmente centenares de lenguas locales: ni el nacionalista más emperrado plantea seriamente renunciar al idioma colonial porque eso implicaría aprender una docena de lenguas para comunicarse.
A las visitas del canciller, al encuentro de ministros de Agricultura subsaharianos realizado en Buenos Aires y Santiago del Estero el mes pasado, a la misiones comercial a Angola, se les sumó este año la apertura de dos embajadas nuevas, señal de cambio de un proceso de “desinversión” del menemismo. Ya se está preparando una embajada nueva en Mozambique y ya está en funcionamiento la representación en el que debe ser el país más especial, más simbólico y hasta deconcertante de Africa, Etiopía.
A mediados de mayo llegó a Addis Abeba Gustavo Grippo, diplomático de carrera, abogado, doctor en economía y en ciencias sociales, que nos representó ante la Unesco, trabajó en la embajada en Dinamarca y fue cónsul en Colonia, Uruguay. El encargo era cumplir la orden de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner de restaurar las relaciones con “la capital diplomática” de Africa. En 1968, un argentino había presentado credenciales ante el Trono del León Conquistador de Judá, recibidas en mano por el emperador Haile Selassie I. Esta embajada vio la caída de la monarquía en 1974, la Noche de los Cuchillos Largos de 1975 –cuando el dictador militar Mengistu hizo asesinar a prácticamente toda la izquierda del país–, el arranque y crecimiento de la guerra civil etíope, varias hambrunas de creciente horror y finalmente la rebelión generalizada contra el régimen militar. Pero en 1991, justo antes de su caída, fue cerrada.
Etiopía es realmente una civilización propia. Junto a Egipto es el estado más antiguo del continente y el más mencionado tanto en la Biblia como en las crónicas griegas clásicas. En la vieja capital, Axum, al norte y casi llegando a la frontera con Eritrea, se pueden visitar los increíbles restos de esa civilización precristiana, de las tumbas imperiales a los obeliscos rituales, los mayores jamás realizados en una pieza de piedra. La historia de esa nación es única: cuando se pregunta cómo es que fue el segundo país del planeta en convertirse al cristianismo se aprende que la razón es que ya se había convertido al judaísmo, con lo que el cambio fue casi natural.
Aislado en una suerte de isla de tierra firme formada por un interminable macizo de montañas, esa vieja Etiopía se pobló de monasterios cargados de manuscritos, escuelas pictóricas y una tradición teológica personalísima. El país tiene su propio latín –el ge’ez, forma arcaica del amárico que se habla en la calle–, su propio calendario y hasta su propio año: allá acaba de empezar el 2006, al final de un ciclo de doce meses de 30 días y uno de 5 que termina en septiembre. El eje cultural etíope es tan fuerte que hasta hay que aprender la hora, porque allí el día arranca cuando para uno son las seis de la mañana y por lo tanto un encuentro para comer se marca para las siete de la mañana, las trece hora nuestra.
Todo etíope sabe de estas diferencias y todo etíope sabe que son ellos contra el mundo, pero a nadie parece preocuparle esta singularidad. Esta característica les permitió sobrevivir 1200 años de guerras, básicamente con sus vecinos musulmanes, y ser la única nación africana que nunca fue colonia y que derrotó a un ejército europeo. Para 1900, Etiopía tenía los únicos embajadores negros del planeta, reconocidos en capitales europeas cuyos reyes se carteaban con el negus como con un colega. Esto explica fenómenos tan dispares como el rastafarianismo y la existencia de “iglesias abisinias” hasta en Harlem. Etiopía demostraba, en un mundo tan racista, que los africanos podían gobernarse a sí mismos.
Por supuesto que el país al que acaba de llegar Grippo tiene realidades mucho más prosaicas. Una, brutal, es su extrema pobreza y falta evidente de capital: en Etiopía un tractor es una verdadera rareza y el campo llama la atención por la absoluta y completa ausencia de elementos como el alambrado, el molino de viento o el galpón. Es una sociedad donde las escobas se hacen a mano –no existe ni una fábrica de ese elemento tan común– y los arados son un árbol bien tallado, con una hoja martillada a mano y cueros para uncirlo a los bueyes.
Y sin embargo, Etiopía vive un verdadero boom económico que se nota en el aumento del tráfico, en la ubicuidad completa del celular, en las rutas nuevas –todas realizadas por chinos– y en la deslumbrante novedad de una flamante avenida de entrada a la capital. Addis Abeba parece estar completamente en construcción, con torres a medio hacer como paisaje, y hasta arrancó con el proyecto de un tren urbano, el primero en su historia. Hay más comercios, un entrepreneur tuvo mucho éxito con una suerte de Starbucks local y hasta hay novedades como productos envasados, un cambio notable en un país donde la harina, el café y todo lo que sea semillas siempre se vendió suelto y en las calles. El PBI per cápita se duplicó y las siete nuevas represas hidroeléctricas permiten electrificar campos y aldeas.
Grippo está articulando varios de los convenios comerciales y de cooperación que Timerman firmó en su última visita, y creando el Foro Malvinas, que ya cuenta con miembros como un juez de la Corte Suprema local, artistas, intelectuales y el director del Instituto de Estudios Etíopes. Como la descolonización es tope de agenda en Africa, que tiene más que frescas las cicatrices de ese período, el tema de la cooperación Sur-Sur se expresa en fuertes declaraciones solidarias y en interés por trabajar políticamente en el tema. La presentación de credenciales, a fines de agosto, fue una ceremonia muy cuidada con un ceremonial exacto para honrar la llegada de los argentinos.
El embajador tiene además dos misiones muy peculiares. Una, que el intercambio comercial suba de lo inexistente –un millón de dólares el año pasado– creando condiciones para la inversión, las ventas y las compras. Y dos, que alguien sepa que hay un país detrás de Messi, el único argentino conocido por los etíopes (aunque el Kun Agüero empieza a sonar). Una vía para esto es que la flamante embajada en el barrio de Bole tiene un espacio donde realizar a partir del año que viene un ciclo de cine y otras actividades culturales, parte de una iniciativa que se puede extender a los medios locales.
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