Mar 25.03.2014

EL PAíS  › OPINIóN

Un futuro al otro lado del mundo

› Por Sergio Urribarri *

Voy a contar lo que aprendí, lo que verifiqué y lo que sentí en mi reciente viaje a China.

Lo que aprendí es que China es un país en cambio constante, lo que es una gran virtud. Ha ido desde el ideologismo más extremo que uno puede imaginar hasta un pragmatismo que dejaría estupefactos a muchos comunistas de Occidente. “Nuestro líder Deng (por Deng Xiao Ping) nos enseñó y nos convenció de que el desarrollo es la única verdad para los pueblos”, me dijo el director de negocios del ICBC, el banco más grande China y del mundo. Y me impactó.

“También Deng (que era un hombre extremadamente sencillo) decía que hay que avanzar tanteando las piedras en el fondo del río, si eso es seguro hay que seguir adelante”, me contó.

Al cabo de estos pocos días en Beijing y tomando en cuenta las cosas vistas y escuchadas, me convenzo, más allá de las fundamentaciones filosóficas, ideológicas y políticas, que el desarrollo es la única alternativa –y la más inteligente– para contener (en el sentido social del término) a una marea humana de 1300 millones de habitantes. ¿Cómo hacer para satisfacer las necesidades alimentarias, educativas y las esperanzas de semejante cantidad de personas si no fuera con desarrollo? El desarrollo a tasas chinas, viniendo de un atraso y un oscurantismo severo hasta 1980, es una necesidad, una puerta de escape concebida por un sistema comunista bien inteligente por cierto, pero a la vez una hazaña de la política absolutamente admirable desde ese punto de vista.

Pero todo tiene su costo. Hoy el gobierno chino se ha empeñado en devolver el azul del cielo a los habitantes de Beijing. Y es literalmente así, ya que el cielo de Beijing no se ve por el tremendo smog que dificulta la visión y la respiración. Es algo dramático. Por eso es que sacarán todas las acereras, las cementeras y la industria consumidora de carbón mineral del área de Beijing y también por eso están construyendo simultáneamente siete centrales atómicas y planean otras veinte en los próximos veinte años. Mientras tanto, hasta los enamorados andan con barbijos por las brumosas calles de una Beijing que ya hace varios años no ve el sol ni el azul del cielo como lo conocemos en Argentina.

También es muy impresionante ver en los aeropuertos a las familias con un solo hijo. Me imagino que millones y millones de hijos únicos seguramente han de dejar una huella en la memoria colectiva de esta cultura, pero al mismo tiempo –me contaban– se cree que eso constituye la nueva fuente de inspiración china para pasar de ser, además de un enorme complejo fabril, a un notable entramado científico, técnico y creativo. ¿Por qué? Porque los padres y los abuelos –tremendamente ahorrativos– concentran todo su esfuerzo en la superación y en el desarrollo de los talentos de su “único” hijo y de su “único” nieto. Esos talentos son la matemática, las ciencias y las artes. Así que es de esperar que en la próxima generación China sea quizás una potencia de creatividad y diseño, que son los toques ausentes hoy en su industria fabril y en la industria de la construcción.

“Los chinos trabajan mucho, descansan poco y discuten poco. Y los jóvenes son laboralmente muy agresivos. Si lo que se plantea sirve para el pueblo, pues entonces adelante”, nos contaba un funcionario chino con castellano de extraño acento español castizo.

Sin embargo, y aquí venimos nosotros, en todas las entrevistas que tuvimos estuvo omnipresente el tema alimentario. Lo plantearon los funcionarios de la constructora Cscec, la tercera más grande del mundo, el viceministro de Comercio de China y el director de Negocios del ICBC –hoy el banco más grande del mundo en todos los rubros–. Y no andaban con vueltas: “Necesitamos aprovisionarnos de alimentos”, declaraban. Es que China tiene el 20 por ciento de la población mundial y sólo el 9 por ciento de la tierra y mucho menos de la tierra agrícola. Argentina es al revés. Y dentro de Argentina, Entre Ríos tiene el 10 por ciento de la tierra agrícola nacional y dispone casi ilimitadamente de agua, además, de agua renovable. Ese es el tamaño de la oportunidad de nuestra provincia ante este gigante necesitado de alimentos y sobrado de fondos.

Fuimos por algo puntual y nos venimos con un mundo de oportunidades. Y siento una gran responsabilidad para que no se desperdicie. Las obras de regadío por las que fuimos a buscar financiación son poco más que un puñado de dólares en la escala de China. Aun así, para jugar en estas ligas hay que ser serios, cumplir plazos, cumplir exigencias formales, pasar auditorías. Y yo estoy dispuesto a correr ese riesgo. Estas ligas tienen un estándar alto. Lograrlo llevará su esfuerzo, pero estoy convencido de que valdrá la pena hacerlo porque hemos encontrado en China nuestra piedra filosofal, es decir aquel recurso capaz de transformar al dinero en alimentos y a los alimentos en felicidad y tranquilidad para los chinos y para los entrerrianos.

* Gobernador de Entre Ríos.

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