Vie 28.03.2014

EL PAíS  › EDUARDO JOZAMI HABLA SOBRE LAS FORMAS DE ABORDAR LOS PROCESOS DE MEMORIA

“El límite es la no banalización”

El director del Centro Cultural Haroldo Conti, que funciona en la ex ESMA, reflexiona sobre la representación artística y la memoria del terrorismo de Estado. La necesidad de profundizar y a la vez ampliar las audiencias.

› Por Irina Hauser

¿Cómo recuperar un lugar donde ocurrieron atrocidades en dictadura? ¿Es posible resignificar un centro clandestino con expresiones artísticas e intelectuales? ¿Vale cualquier manifestación, de todo tipo? ¿Es un museo, es un sitio de memoria, es otra cosa? ¿Debe generar una convocatoria amplia o sectorial? ¿Cómo hacer que llegue a más personas? Eduardo Jozami, director del Centro Cultural Haroldo Conti, que funciona dentro de la ex ESMA, se inclina por pensar que valen múltiples formas y artes para recuperar y resignificar los lugares donde se torturó y mató, para comprenderlos incluso desde una perspectiva política. Se propone hacer la convocatoria lo más amplia posible sólo con un límite, “la no banalización del horror”, le explicó a Página/12. Son temas debatidos en estos días, presentes ayer y hoy en el coloquio internacional “Espacio de Memoria en el Cono Sur: nuevos afectos, nuevas audiencias. Diálogos transculturales en el duelo”, que se realiza en el Centro Cultural Borges.

–¿Cuál es la diferencia entre un museo y un sitio de memoria?

–En la ex ESMA, el sitio de memoria es el Casino de Oficiales, donde funcionó el dispositivo de secuestro, desaparición y tortura. En los sitios de memoria no se suelen hacer grandes intervenciones museísticas, para que el visitante entienda cómo estaban ahí los desaparecidos. El museo tiende a hacer una lectura de lo ocurrido, ofrece un relato establecido a través de una colección permanente.

–¿Qué papel tiene el Centro Cultural Haroldo Conti, que usted dirige?

–Se acerca a la idea de museo, pero no lo es. Es un centro cultural de la memoria, con actividades que confluyen en ese proceso. Se discute si es legítimo encarar los procesos de genocidio, terrorismo de Estado o la representación del horror desde la literatura de ficción, el cine, el arte. Para mí sí es legítimo. En Europa se debatió en relación con el Holocausto y se ha sostenido una visión sacralizada de los hechos, según la cual es imposible abordarlos desde una perspectiva artística porque son inabordables. Se basaba en lo que decía (Theodor) Adorno, que no se podía hacer poesía después de Auschwitz, aunque él aludía a que no se podía escribir como si no hubiera existido. O el realizador de cine Claude Lanzmann (director de Shoah), quien rechazaba usar imágenes de archivo y sólo admitía testimonios orales. Para él, comprender el Holocausto era obsceno. Esta concepción de la memoria tiene poco que ver con el proceso argentino.

–¿Cuál es la diferencia?

–En Europa y Estados Unidos se llegó a una visión del Holocausto que lo ha convertido en una religión civil, es una visión deshistorizada, que no mira qué precedió al nazismo, que no explica porque cree que no es necesario explicar, y esto tiene que ver con una gran derrota de la izquierda europea. La idea de un proceso memorial concebido de un modo sacralizante, que separa historia de memoria, tiene poco que ver con lo que pasó en nuestro país desde 2003, donde las políticas de memoria, verdad y justicia se asientan sobre una continuidad de las luchas argentinas. Une el presente y pasado, que no está muerto, tal como lo plantea la obra de Walter Benjamin.

–¿Es casual que los espacios de memoria surjan en coincidencia con la reapertura de los juicios por crímenes dictatoriales?

–No es casual, porque los testimonios y la movilización de testigos son clave. Además, el hecho de hacer justicia es también un modo de reactualizar el pasado.

–¿Qué papel cumplen los espacios y sitios de memoria en la reparación colectiva de las marcas del terrorismo de Estado?

–Por empezar, una tarea de convocatoria. No es banalizar la cuestión y decir que queremos que venga mucha gente o que nos sintamos tan emocionados como este 24 de marzo, cuando había tanta gente caminando por la ESMA. Las actividades culturales, como el cine y la música, son tal vez instrumentos idóneos para esa búsqueda. Un segundo objetivo no es de extensión, sino de profundización, un trabajo de memoria más profundo: tenemos muchas preguntas que no hemos abordado.

–¿Cómo cuáles?

–¿Por qué del 25 de mayo de 1973 al 24 de marzo de 1976 se desplomó un proceso que parecía poderosísimo? No alcanza con decir que los militares conspiraron, debemos preguntarnos qué pasó con esa monumental crisis del peronismo. Cuando convocamos a actividades artísticas, tiene que estar claro por qué lo hacemos y, como organismo de cultura, no podemos ofrecer cualquier cosa en este trabajo por la memoria.

–¿No vale cualquier representación artística? ¿Cuál es el criterio?

–Otra gran discusión: ¿vale cualquier género para hablar del Holocausto o las desapariciones? Nosotros tendremos un concurso de historieta. Cuando se hizo Maus, el comic de Art Spiegelman, fue un escándalo. Hay quienes rechazan una sátira del Holocausto como La vida es bella. Nuestra idea es que no hay ni géneros ni estilos ni modos de abordaje privilegiados ni otros que no se puedan usar, y a la vez el artista asume la responsabilidad por los efectos sociales de lo que hace. Preferimos trabajar con amplitud. El límite que nos ponemos es la no banalización, la no celebración del horror. Me ha tocado estar en lugares donde se recrean los elementos de tortura, por ejemplo en un museo en Asunción del Paraguay. Eso genera un impacto muy fuerte sobre el visitante, no alimenta la reflexión. Uno se siente más estimulado si no le dan todo hecho. Si ve algo sugerido. Podría ser a través de la arquitectura.

–¿Cómo define la “memoria” o los procesos de memoria?

–Se relacionan con el modo en que una sociedad asimila el duelo, o el trauma, pero esa dimensión humana y traumática no es independiente de lo político. No es casualidad que la memoria ocupe el lugar de las políticas públicas con un gobierno que vino con un proyecto de transformación. El trabajo de la memoria siempre aparece reclamado por las necesidades del presente. ¿De qué hacemos memoria? De la dictadura y el terrorismo de Estado, pero también de las luchas populares, de los pueblos originarios, de los grandes temas de fondo de la historia argentina. Podríamos considerarlo como un producto del mal que no tiene mucha explicación, como se ha hecho con el Holocausto, pero creo que no hay proceso que no pueda explicarse si no es a partir de lo que pasó en la sociedad con anterioridad.

–¿No ve un riesgo de que esa idea de memoria quede reducida a un discurso reiterativo, panfletario o sectario?

–Tenemos el riesgo del panfleto, de reiterar un discurso sin complejizarlo. También está el riesgo del sectarismo político. Creemos firmemente que Néstor y Cristina Kirchner tuvieron muchísimo que ver con todo esto; si no, habría sido muy difícil. Es lógico que el movimiento de derechos humanos se identifique con el kirchnerismo, a la vez hay que hacer un esfuerzo porque esto sea patrimonio de toda la gente que tenga una visión crítica de la dictadura cívico-militar.

–¿Qué estuvo en juego cuando se discutió el asado en la ESMA y cuál fue el saldo?

–Esa discusión sí fue una banalización. A partir de eso hubo gente que empezó a creer que allí se hacen asados todos los fines de semana. Pero se hace música, teatro, educación, arte, se encaran problemas sociales. Aunque la discusión se planteó por una chicana, era necesaria. Quizá tiene que ver con otra cosa. ¿Qué es resignificar la ESMA? Un día en el Conti, a poco de empezar, una chica dijo: “Nosotros no vamos a haber logrado nuestro trabajo hasta que esto no deje de ser la ESMA”. Para mí no es así, porque si deja de ser la ESMA, deja de ser un lugar de memoria. Resignificar no es anular lo que fue la ESMA.

–¿Qué objetivos se plantearon en estos diez años desde que se recuperó la ESMA y qué se logró?

–Un aprendizaje notable a través del cine, la narrativa, las artes plásticas, un trabajo de memoria muy diverso, que se integra, y un diálogo teórico que no imaginaba. Hoy en el Conti hay una idea sobre el proceso de memoria que se ha enriquecido en estos años. Quizás el ejemplo más curioso es el rescate del pensamiento de Walter Benjamin, que se lo cita tanto que ya parece nuestro compañero de trabajo, por esa idea de un presente que recupera un pasado vivo. Eso nos sirvió mucho para explicarnos la relación con la historia del movimiento popular en la Argentina.

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