EL PAíS › OPINIóN
› Por Carlos Raimundi *
Para los neoliberales, la economía es una ciencia exacta, fría, descarnada. En mi visión, ninguna ciencia puede despojarse de su perspectiva humana, de sus consecuencias sobre las personas reales, sobre los trabajadores, sobre las familias, sobre los niños. Para los primeros, las expectativas se dirimen en el frenesí de las pizarras electrónicas de los mercados. Para nosotros, cuentan la esperanza o la desesperanza de los pueblos.
El reciente fallo de la Corte estadounidense tiene consecuencias económicas, pero se trata de un hecho eminentemente político. Es un fallo aleccionador, que busca el escarmiento histórico de la Argentina, y a través de la Argentina, de todos aquellos que intenten un modelo autónomo. La experiencia argentina desmonta el mito fundador del sistema financiero internacional, según el cual no hay posibilidad de desarrollo por fuera del mismo. Nuestro país no sólo subsistió, sino que creció a tasas exponenciales por fuera del sistema. Inclusive cumplió con los pagos de una deuda que no había contraído, y no lo hizo con préstamos que implicaran mayor endeudamiento, sino con recursos propios, producto de un modelo de inclusión, empleo, consumo popular, mercado interno. Una heterodoxia que el sistema no está dispuesto a tolerar.
Y aquí es donde entra en juego la esperanza. Ellos juegan al desaliento porque, a la visión apocalíptica que augura el ahogo financiero, y detrás de ella, la “única salida posible” para el pensamiento único: regresar al FMI. Del otro lado, del nuestro, la apuesta a la dignidad. No todo se circunscribe a una orden judicial comprometida con intereses concretos, sucios, usurarios. En 2001, el Congreso argentino emitió una formalidad jurídica cuando sancionó la “ley de intangibilidad de los depósitos”, pero la realidad de la economía estaba en otro lado. Hoy estamos ante una situación inversa. Hay un fallo que conduce al default, pero hay, a su vez, una realidad económica distinta. Nuestro país tiene, por un lado, voluntad de pago y, por otro, recursos para hacerlo. Es decir, la economía muestra una consistencia que no remite al default. Y los acreedores normales –no me refiero a los acreedores criminales– lo saben.
Una vez afrontados los pasos técnicos que deban darse, la Argentina habrá sorteado el último escollo financiero externo derivado de la crisis del 2001. Y a partir de ello, continuar con un proceso promisorio de desarrollo, fundado en el autoabastecimiento de energía, la recuperación de los ferrocarriles, el desarrollo industrial y la agregación de valor a nuestra producción agroalimentaria.
La presente dificultad económica debe transformarse en una causa de la unidad nacional que congregue a los poderes institucionales, organizaciones sociales, sindicales, culturales y políticas. Como lo sostenía Arturo Jauretche, el poder cabalga sobre el desaliento y domina a los pueblos, mientras que sobre la esperanza caminan los pueblos para doblegar al poder. Ese es el desafío: transformar la presente dificultad económica en una gran epopeya que, en lugar de dañarnos moralmente, se constituya en una causa nacional que oriente el futuro.
* Diputado nacional del Bloque Nuevo Encuentro.
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