EL PAíS
› EL CIRCULO PRIVADO DE KIRCHNER
Mesa chica
Una parte del Estilo K es el recorte de la confianza y el poder: hay que ganarse su intimidad con años de trabajo. Las funciones de este círculo de poder, y sus límites.
› Por Fernando Cibeira
Ya se sabe que Néstor Kirchner no anda por ahí obsequiando poder a manos llenas. El Presidente centraliza la toma de decisiones y sólo comparte esos momentos con un grupo selecto que lo acompaña desde hace años con los que no necesita cuidar las formas. A ese grupo de “pingüinos” a veces les pide opinión, escucha lo que tienen para aportarle y resuelve según le parezca. En otras ocasiones, esa decisión ya está tomada y la discusión con su entorno le sirve para comenzar a ensayar los argumentos con los que defenderá su postura en público. Si hay que buscar un punto en común para identificar a los integrantes de la mesa chica presidencial es la confianza absoluta, una tranquilidad ganada a fuerza de años de conocimiento y en la certeza que ellos no piensan en una carrera política ajena a la suerte de Kirchner.
Obviamente, la mayoría son santacruceños. Aunque sea por adopción. La mesa chica del Presidente la conforman en primer término su esposa, la senadora Cristina Fernández de Kirchner; también el jefe de la SIDE y candidato a gobernador de Santa Cruz, Sergio Acevedo; el actual gobernador que iría en enroque a la SIDE a fin de año, Héctor “Chango” Icazuriaga y el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zanini. A estos pingüinos se les agregó en los últimos dos años un porteño, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández.
Son las cinco personas que podrían contar todas las dudas que acompañaron al Presidente al momento de tomar una medida, de la que después se muestra tan seguro en público. El inconveniente es que el silencio blindado es uno de los requisitos que Kirchner le impone a su entorno. En realidad, ya ni lo impone: vendría a ser como uno de los elementos constitutivos del grupo. Ellos, sus amigos, saben cuáles argumentos se evaluaron primero alrededor de una bandeja de cordero patagónico y que luego escuchan que Kirchner tomó como propios en una conferencia de prensa o en un acto.
No siempre están los cinco. Si la reunión es en Buenos Aires, probablemente no participe Icazuriaga. Si se produce en Río Gallegos, es todavía más raro que esté Fernández. En cambio, difícilmente falten Cristina o Acevedo. A ellos pueden agregarse otros, según los temas en agenda.
Aunque lo acompaña de hace tiempo en cargos de mucha responsabilidad, el ministro de Planificación Julio De Vido no suele formar parte de la mesa chica, a no ser que haya que discutir sobre algún issue de su área, por ejemplo, la tarifa de los servicios públicos. Algo similar ocurre con el vocero presidencial, Miguel Núñez, por momentos casi un alter ego de Kirchner. Cuando se trata de viajes y apariciones en público, Núñez es la sombra del Presidente y su hombre de consulta cuando hay que resolver la manera de presentar una noticia ante la gente.
Olivos íntimo
La mesa chica funciona a sus anchas en la quinta de Olivos o en la residencia del gobernador en Río Gallegos. La Casa Rosada es más de resolución rápida: el Presidente, Cristina y Alberto Fernández tienen sus despachos uno frente al otro en el primer piso de Gobierno. Ellos hacen minidebates y se ponen de acuerdo sobre los temas del día. Así pasó la semana pasada, cuando resolvieron calificar como un “nuevo Pacto de Olivos” la decisión del radicalismo y el menemismo de no dar quórum para el juicio político a Eduardo Moliné O’Connor.
En el gobierno de los Kirchner, Olivos tomó un cariz íntimo, casi familiar, algo que no sucedió ni con Menem ni con De la Rúa. Salvo alguna contada actividad protocolar que se desarrolló allí, sólo los integrantes de la mesa chica fueron invitados a cenar a la quinta. En ese ámbito, durante la cena y en la sobremesa que se prolongó hasta la madrugada, se resolvió que Eugenio Zaffaroni fuera el candidato del Gobierno para ocupar la vacante que había dejado Julio Nazareno. Fue una de las ocasiones en que las opiniones estuvieron repartidas.
Acevedo e Icazuriaga preferían un candidato más cercano al peronismo como Esteban Righi o Héctor Masnatta. Ellos recordaban que, años atrás, Zaffaroni había sido durísimo cuando viajó a Santa Cruz para criticar la reforma de la Constitución provincial promovida por Kirchner, que habilitó la reelección indefinida del gobernador. Al Presidente, en cambio, le entusiasmaba la idea porque con ese antecedente nadie podría decir que era un juez cercano, con lo que se diferenciaba de la Corte menemista. Pero fue Cristina quien defendió con más ahínco la candidatura de Zaffaroni como símbolo de la Justicia que pretendían para esta época.
Según comentaban en el entorno presidencial, en otra reunión por el estilo, el Presidente ya habría resuelto que el despacho que quedará vacío cuando el Congreso destituya a Moliné O’Connor sea ocupado por una mujer. Y que la elegida no será la candidata que más suena en los medios. “A Néstor no le gusta que le impongan las decisiones”, suelen repetir los integrantes de la mesa chica, una máxima pingüina que se vería ratificada en esta ocasión.
Autoridad o autoritarismo
Un fin de semana largo en Río Gallegos, en cambio, fue el escenario del encuentro del grupo en el que se discutió la postura que el Presidente debía tomar ante los desafíos que le planteaba el vice Daniel Scioli. En esa oportunidad hubo coincidencia en que había que hacer algo: la mesa chica contabilizó seis gestos de Scioli que se entendían como una confrontación con las posturas públicas de Kir-
chner.
El Presidente tiró entonces lo que había pensado y lo que ahora se sabe: quitarle a Scioli el manejo de la Secretaría de Turismo y Deportes. Sus amigos enseguida se entusiasmaron imaginando las repercusiones que tendría la nueva muestra de contundente estilo K. Pero uno de los integrantes de su entorno planteó sus dudas. “¿No se tomará como un gesto de autoritarismo?”, dijo. Y lo que era peor todavía: “¿No vamos a dejar a Scioli como víctima?”.
El cuestionamiento inició una discusión acerca de la diferencia entre autoridad y autoritarismo. Uno de los temas recurrentes de la mesa chica es cómo se debe fortalecer un gobierno que nació con una marca de debilidad: el 22 por ciento obtenido en la primera vuelta. Kirchner es un convencido de que esa supuesta debilidad de origen se modifica con periódicas muestras de autoridad. El pequeño debate –que sirve como ejemplo del funcionamiento de la mesa chica– terminó con la decisión firme del Presidente. “El martes, cuando vuelvo, lo hago”, cerró.
Al otro fin de semana, de vuelta en la intimidad, el Presidente y los suyos concluyeron que la decisión había sido correcta. “Fue un acierto. La gente interpretó que se pusieron las cosas en su lugar”, dijeron.
A Kirchner no le sobra la gente de confianza, un dato que puede interpretarse como un punto débil para sus posibilidades de gestión. Las múltiples funciones que le asigna a los miembros de la mesa chica es una muestra de ello. Acevedo fue su vicegobernador, cargo que dejó para ser candidato a diputado, luego jefe de la Secretaría de Inteligencia y ahora gobernador. Zanini dejó la presidencia de la Legislatura provincial para colocarse al frente de la Suprema Corte santacruceña y de ahí a su actual cargo en la Rosada. Las renuncias de Acevedo y Zanini llevaron a Icazuriaga hasta el cargo de gobernador cuando Kirchner asumió la presidencia. En diciembre haría el enroque con Acevedo.
Son tres hombres de su confianza que no pueden ocupar más que tres lugares, aunque por momentos parece que lo hicieran. Por eso, de a poco, el Presidente ha comenzado a dar más espacio a algunos funcionarios. Uno de ellos es el ministro del Interior, Aníbal Fernández, permanente compañía en sus cada vez más seguidos viajes al interior. En el Congreso, el tucumano Ricardo Falú sintoniza cada vez mejor los deseos de la Rosada. Uno y otro son candidatos a sumarse a una mesa, que en algún momento, tal vez pase a ser mediana.