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Política y economía
Los dos grandes actores de la realidad corren riesgo de divorcio.
La política y la economía –separables sólo por una convención descriptiva– comienzan a funcionar por andariveles diferentes. Ya venía ocurriendo, pero en los últimos días la distancia se profundizó. El tema es que pocos reparan en ello porque la situación en lo económico, influenciada y hasta absorbida por lo político, está congelada en presente y disimulada hacia futuro.
El gobierno de Kirchner emergió de las elecciones del domingo pasado con una fortaleza que, cuando asumió, no se le ocurría a nadie. No debe descuidarse, obviamente, y se supone que habrá tomado nota de algunos signos peligrosos (algunos repugnantes) que además no hablan muy bien de gruesas franjas sociales: Macri ratificó un comicio excelente, la lista bonaerense de Don Corleone entró completa y la suma de dos delincuentes como Patti y Rico –al buen decir de Osvaldo Bayer– se alzó con un cuarto de los votos. Pero por el momento nada opaca el impacto oficial de haber apoyado a Ibarra, ni el hecho de que Duhalde aparece refugiado en la provincia ni que otro tanto ocurre con Solá. El resto no cotiza en Bolsa y hasta tal punto es así que la desconcertada derecha, en uno de sus momentos más dramáticos de ausencia de liderazgo político, empieza a mirar con cariño a Reutemann. La izquierda hizo una buena e ignorada elección bonaerense, pero todavía está lejos de ser vista como opción. La “recuperación” radical, tan mentada en los medios, consiste en haber mantenido intendencias, sumar gobernaciones de poca monta en términos de peso nacional y no seguir cayendo desde el fondo de la tierra. Y el dibujo parlamentario, a pesar de (¿y gracias a?) esos personajes detestables que entraron de la mano con el patético aparato pejotista, no augura grandes conflictos de corto ni, quizá, mediano plazo. Absolutamente nada que invite al Gobierno a bailar en una pata, pero repárese en que todo esto se refiere a un dirigente asumido con el 22 por ciento de los sufragios hace menos de cuatro meses...
En paralelo con ese paisaje, cabe reconocer que el impulso oficial al juzgamiento de los militares continúa generando buenas noticias. Volvió a caer Astiz y lo mismo le espera a Von Wernich. Hay catorce represores de la ESMA acorralados. Se los procesa por delitos de lesa humanidad y encima les embargan los bienes que supieron conseguir en sus cacerías. La causa fue reabierta tras la anulación parlamentaria de las leyes de impunidad. Y el propio Gobierno pidió sanciones severísimas para varios de los asesinos por sus declaraciones a la televisión francesa. En estéreo, se escucha también que Kirchner da marcha atrás con la idea de otorgar inmunidad a los militares norteamericanos del Aguila III. Y aunque la idea es reprivatizar, contribuye al imaginario de vigor el apriete sobre algunos de los grupos que operan los servicios públicos. No es poco. Nada poco.
Hasta allí, lo central de la “placidez” de la “política”. Tanto si se lo quiere ver desde las conquistas electorales del oficialismo, como si se lo otea a partir de gestos y decisiones, inequívocamente positivos, en la búsqueda de una de las justicias que sigue faltando. Y es ese panorama el que cristaliza una visión entre expectante y optimista con la lupa económica. La imagen de firmeza –en alguna medida justificada– tras las negociaciones con el Fondo; la sensación de estar ante un gobierno más honesto y ejecutivo que los anteriores; la popularidad del Presidente y el hecho objetivo de su mayor sostén electoral, son datos ineludibles si se pretende entender la contradicción entre las casi seguras amarguras del horizonte económico y la indulgencia generalizada con que se las mira.
Análogo a la epopeya fiscal que supondrá el acuerdo con el FMI, observado por muchos como un paraje celestial dadas las circunstancias, el Presupuesto que acaba de presentar Roberto Lavagna esconde para ingenuos e indiferentes algunas “perlas” considerables, ya abordadas en este diario por Julio Nudler en su análisis del jueves pasado. Por ejemplo, que larecaudación del impuesto a las Ganancias sólo prevé un incremento mínimo y que seguirá siendo muy modesta la relación entre la riqueza y los recursos tributarios. Caramba: estamos hablando, nada menos, que de cuánto van a poner los ricos en la torta. La inflación prevista, de alrededor del 10 por ciento, es muy difícil de entender si es que en verdad no se contemplan los reajustes tarifarios. ¿O es cierto ese secreto a voces de que están acordados por debajo de la mesa? Todo esto para no reiterar lo sabido hasta el cansancio: que sigue sin haber un plan económico global que pueda preciarse de tal, que no hay novedades sobre el curso de un sistema financiero que no motoriza el crédito productivo, que los salarios y las jubilaciones congelados auguran enfrentamientos hoy desatendidos, que si no es por vía de aumentar el poder adquisitivo y la capacidad de consumo no hay forma de explicar el aumento de recaudación. Y así sucesivamente.
No se quiere ser agorero porque sí, siendo que objetivamente se notan ciertos esfuerzos gubernamentales por diferenciarse de la médula liberal. Pero vale advertir que, sin demasiado esfuerzo, cualquier analista atento descubre, si no abismos, por lo menos separaciones más grandes que pequeñas entre las palabras y los hechos. En consecuencia, póngaselo entre signos de interrogación y siempre bajo el paraguas de las convenciones.
¿La política prosigue afirmándose hacia la izquierda y la economía va apuntado a la derecha?