Martes, 30 de junio de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Ana Carolina Gaillard *
La Verdad es un relato construido a favor de unos y en detrimento de otros. Así, las clases dominantes de nuestras naciones construyeron determinados discursos para legitimar un orden económico, social, político y cultural desigual, excluyente e injusto. La construcción del relato nacional fue algo premeditado y pensado por la oligarquía nacional y sus aliados extranjeros, al igual que los asesinatos de los caudillos federales o la conquista de ese “desierto” habitado por pueblos originarios.
Ninguno de los hombres (y sólo hombres, porque las mujeres fuimos suprimidas), hechos y batallas seleccionados para los manuales escolares y las denominaciones de las plazas y calles fueron elecciones inocentes o libradas al azar: por cada elección positiva hubo una elección negativa, una voz acallada.
En esa construcción aparecieron las primeras listas negras, los primeros habitantes de los márgenes del relato, aquellos que debían condenarse al ostracismo y al olvido con el fin de suprimir las ideas que se oponían a un modo específico de la distribución de la tierra, la riqueza y de inserción al capitalismo internacional.
José Gervasio Artigas fue uno de esos nombres que siempre incomodó en la elaboración del relato histórico. Quizá más que ningún otro, porque sus ideas no quedarían del todo muertas ni su legado del todo enterrado. Artigas fue el emergente de una amalgama social y cultural genuina, autóctona. Su movimiento social y político, más que responder a él, lo expresaba: gauchos, criollos, mestizos, negros escapados de la esclavitud, originarios de muchas etnias refugiados en los montes tupidos de la llanura entrerriana y oriental, fueron los brazos dispuestos a una guerra no sólo contra la opresión de las metrópolis europeas, sino también contra la tiranía porteña.
El ideario político artiguista fue un ideario latinoamericano. En él estaban presentes las grandes banderas y consignas que aún hoy abrazan los movimientos populares de nuestro continente: el combate del latifundio, el reconocimiento de los derechos de los desposeídos, la protección de las artes e industrias propias y la emancipación real respecto a los imperios del mundo. Artigas fue la voz de un proyecto emancipatorio distinto, popular, de mayorías, de cara a la integridad de la América del Sur. Por ello incomodó en los años independentistas y estorbó en las décadas posteriores de construcción histórica. Por ello fue combatido en vida, exilio y muerte por las elites oligárquicas argentinas y uruguayas y por los portavoces imperialistas.
Artigas planteó en el marco de la fundación de un nuevo Estado Nación bases que aún hoy parecen de avanzada. Las Instrucciones que enviara a la Asamblea del Año XIII serían los ejes neurálgicos de las luchas federales que se perpetuarían por décadas y de los movimientos nacionales y populares que nacerían en el seno de las dolidas patrias de la Patria Grande. Independencia, igualdad de las provincias, libertad civil y religiosa, la igualdad de los ciudadanos y de los pueblos, gobierno republicano y federal, tasas arancelarias que protejan los propios mercados e industrias, etc.
Pasarían casi doscientos años para que Artigas saliera de los márgenes para comenzar a escribirse en los renglones de la historia, cuando por decisión del gobernador de la provincia de Entre Ríos, Sergio Urribarri, se abriera la posibilidad de repensar aquella Verdad construida mentirosamente. El mismo gobernador que devolvió los “trofeos” de la Guerra de la Triple Alianza, guardados victoriosos en un museo entrerriano, patrimonio del pueblo paraguayo saqueado por la más infame de las conspiraciones de las oligarquías americanas con el patrocinio británico.
Desde hacía décadas no se abría la posibilidad de disputar la elaboración del relato nacional. Las experiencias revisionistas de los ’60 fueron interrumpidas por el terrorismo de Estado, como tantos otros procesos sociales.
Las premisas neoliberales del “fin de la historia” y de “relato único” parecieron coser la boca de un pueblo ansioso de gritar otra verdad. Pero, como dijo un patriota latinoamericano, “no se detienen los procesos sociales ni con el crimen... ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. Y nuestros pueblos parieron a hombres y mujeres como Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Lula Da Silva, Evo Morales, Rafael Correa, Dilma Rousseff y Cristina Fernández.
Ayer se cumplieron doscientos años de la realización del histórico y a la vez olvidado por la historia oficial Congreso de los Pueblos Libres o también llamado Congreso de Oriente, que fuera convocado por el Protector de los Pueblos Libres Don José Gervasio Artigas, en el Arroyo de la China, actual ciudad de Concepción del Uruguay, provincia de Entre Ríos en el año 1815. A dicho congreso asistirían diputados de la provincia Oriental, de Corrientes, de Santa Fe, de Entre Ríos y de Córdoba, y los diputados de Misiones serían electos para asistir a la Asamblea pero no llegarían a tiempo. El congreso tuvo como principal objetivo proclamar la verdadera y real Independencia respecto de todo poder extranjero. Allí se proclamó por primera vez la independencia de nuestra Patria en contra de la voluntad del centralismo porteño que tenía intereses a favor de la metrópoli, lo que impedía la verdadera y efectiva emancipación.
El legado de Artigas late en la tierra que sostiene nuestros pies y en el horizonte digno y soberano hacia el cual caminamos. En esta empresa tenemos comprometida nuestra vida. Esa es la “Verdad” que sostiene la memoria de nuestro pueblo.
* Diputada nacional FpV. Entre Ríos.
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