La minicampaña porteña de quince días. Los que se opusieron a la legalidad. La vigencia del PRO y sus traspiés recientes fuera de la Capital. La estrategia nacional del macrismo, en busca del voto útil. Sus premisas, claras y discutibles. Disquisiciones sobre clases, partidos y boletas.
› Por Mario Wainfeld
Hoy se define quién será el próximo jefe de Gobierno en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA). Sucede casi simultáneamente con el comienzo legal de las campañas para las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) nacionales. La elección será visible y relevante con su saldo de festejos e interpretaciones.
En un mundo en que prevalecen las apodadas “campañas permanentes” o “continuas” es menos conspicuo el inicio de su tramo autorizado o formal. Los gobiernos son controlados, discutidos, interpelados, juzgados o asediados durante la totalidad de sus mandatos no solo cuando se celebran las rutinas electorales.
El cambio, claro, se notará en la presencia mediática de los partidos o coaliciones menos poderosos o dotados de recursos económicos. Un aspecto valioso de la reforma política. A medida que pasen los días crecerá el involucramiento de la ciudadanía.
El jefe de Gabinete Horacio Rodríguez Larreta (PRO) es favorito para ganarle al diputado Martín Lousteau. El pronóstico (que frisa la unanimidad) se sustenta en los guarismos de las PASO porteñas, los de la primera vuelta, los homogéneos antecedentes de anteriores votaciones desde 2007. Casi no hace falta valerse de las encuestas difundidas hasta anteayer: basta decir que concuerdan con lo que demarcan la historia, el análisis y las tendencias.
Ese es el veredicto esperable que recién quedará corroborado cuando se conozca el escrutinio provisorio. Si se confirma, se ratificará un escenario previsible desde hace cuando menos dos años. Si las urnas lo desmienten el efecto será sísmico, en particular en las tiendas del macrismo y de la coalición que acompaña a Lousteau.
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Debates sin debate: Los veinte puntos que separaron a los dos competidores son una distancia casi imposible de revertir en un lapso chico sobre todo mediando la hegemonía porteña del macrismo. La realización de la segunda vuelta es lo adecuado por apego a las reglas constitucionales. La vanguardia mediática de la oposición nacional clamó por la supresión por berretas razones de conveniencia.
Lousteau no opinó igual que los formadores de opinión del diario La Nación y de varios medios audiovisuales. Quiso competir y enfatizar diferencias con el macrismo lo que enardeció a quienes bancan los trapos del jefe de Gobierno Mauricio Macri para las presidenciales. Su hipótesis, extrovertida con histeria exagerada, es que las críticas podrían resentir las perspectivas del líder de PRO. Curiosos republicanos son los que proponen trastrocar las reglas “a la Carlos Menem” y silenciar los debates cuando les apetece.
En cortos quince días Lousteau fustigó lo que pudo a sus contrincantes: los acusó de tramposos y de promover el voto en blanco. Rodríguez Larreta rehusó enfrentarlo en otro debate televisivo. Dadas las circunstancias, no fue repudiado por los comandantes de A dos voces que por insólito “consenso” es el ágora exclusiva de esas tenidas.
El challenger confía sus chances a un desplazamiento de los votos que acompañaron a las listas que quedaron afuera del ballottage. Todo indica que lo conseguirá aunque no en las proporciones imprescindibles para dar vuelta el resultado. La radicalidad de su enfrentamiento con el Frente para la Victoria (FpV) y la distancia que lo separa de los partidos de izquierda vetaron desde el vamos toda táctica “parlamentarista” ofreciendo algún tipo de acuerdo para interesarlos en alguna variante light de un gobierno de coalición. La cultura política nacional es refractaria a tal tipo de pactos. Cuando los rehúsa el kirchnerismo se divaga sobre el hiperpresidencialismo o la ausencia de voluntad articuladora o el chavismo que siempre queda bien colar en los discursos. Cuando son otros los que lo hacen no es tema de conversación.
Discutido fue el segundo tramo de la campaña. A los ojos del cronista tal vez la consecuencia mayor (no tan grave) que padeció el macrismo fue ralentar y hasta suspender la campaña nacional de “Mauricio” por un puñado de días.
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Mudanzas y perduraciones: Un triunfo del PRO lo sostendría en su primer bastión electoral que parece ir camino de ser el único. La diferencia con ECO será interesante para el análisis pero menos rotunda que el saldo básico. Los votos conseguidos en la primera vuelta son un capital político firme y los macristas pueden confiar en que lo fidelizarán para las presidenciales. Es, de movida, un caudal interesante. Hablando en números gruesos un cuarenta y cinco por ciento porteño podría traducirse en alrededor de cuatro puntos porcentuales en octubre, para cuando la real ambición del macrismo hoy día es salir segundo con más del treinta por ciento del total y forzar la segunda vuelta. Tales expectativas, como todos los escenarios que se mencionarán, son tentativas e hipotéticas. Integran el horizonte más factible y el que piensan los propios interesados pero pueden cambiar, pueden ser desmentidos por los datos duros.
La diferencia entrambos rivales, supone este cronista en principio, no debilitaría una victoria de PRO. La Legislatura está conformada de modo muy similar a la que funciona hoy. Uno de los distritos más grandes del país conservará el color amarillo. Macri se habrá apuntado un poroto al haber sostenido a su pollo en la interna frente a la senadora Gabriela Michetti.
Los sinsabores severos del PRO no moran en la Capital. Ya se produjeron en Santa Fe y en Córdoba, provincias en las que el PRO daba por hecho que gobernaría o cogobernaría en minoría. Esa ilusión se equiparaba a vaticinio hace seis meses o cuatro o contadas semanas atrás. Esos reveses sí dolieron y limitan el acervo político del macrismo, lo que se haría muy notorio si llegara a la Casa Rosada.
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¿Lo útil versus lo agradable? En esta columna se hablará bastante sobre el “voto táctico”. Entre otros, hay un un libro clásico de las ciencias sociales norteamericanas sobre el punto. Fue escrito por Gary W. Cox. Lleva como título y subtítulo La coordinación estratégica de los sistemas electorales del mundo. Como hacer que los votos cuenten. El núcleo, que se sintetiza o canibaliza, es la correlación entre los regímenes electorales y las posibilidades que propician para que los ciudadanos “muevan” sus preferencias, en pos de un voto “útil” o decisivo.
Despojados de esa jerga, militantes y simpatizantes del FpV discutieron cómo pronunciarse hoy. El voto en blanco mejora objetivamente la posición de Rodríguez Larreta, que puntea. Un apoyo a Lousteau tiene el encanto de debilitar relativamente a quien representaría “la contradicción principal” (con perdón de la expresión). Una lectura minuciosa a partir de esta noche insinuará conclusiones acerca de cuántos kirchneristas definieron que ambos postulantes son lo mismo y cuántos se enrolaron con el mal menor.
La sofisticación de algunas polémicas seguramente es ajena a la mayoría de los ciudadanos, incluyendo a los que se inclinaron dos semanas ha por el FpV. También deberán resolver el dilema, en el momento señalado.
Vamos desplazándonos al 9 de agosto.
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Posología de las PASO: Cualquier mesa de arena trabaja con un enigma, que puede ser acicate para la acción. Hablamos de un eventual desplazamiento de las preferencias ciudadanas entre las PASO nacionales y las elecciones de octubre. Las PASO resuelven internas e incluso condicionan el “derecho de admisión” a las listas, supeditado a superar un piso de votos bastante razonable.
También les “contarán las costillas” a los candidatos, lo que puede fomentar tácticas de “voto útil” por parte de los ciudadanos. Una tendencia dominante en la experiencia mundial comparada (lo que no equivale a inexorable) es que el vencedor se embellece e imanta adhesiones.
Otra, más específica y coyuntural, es que los argentinos que aspiran a un cambio de gobierno cambien su voto en favor de quien asome como el principal rival del kirchnerismo. El serio test que proporcionan las PASO puede inducir a “huir hacia la calidad” o, por lo menos, hacia quien resulte más competitivo.
La Constitución de 1994 plasmó un sinuoso sistema de ballottage pensado para cimentar el bipartidismo. O sea, a polarizar y desalentar el apoyo a terceras fuerzas. Las PASO pueden coadyuvar en ese rumbo. Tal es, en gran medida, el núcleo de la estrategia de Macri y también del diputado Sergio Massa. El Frente Renovador está posicionado como tercero, en los pronósticos y los sondeos. Con esa hipótesis se discurre, dejando a salvo que nada está escrito de antemano. Y que lo que dirá sobre Macri sería aplicable a Massa si ganara “la interna de la opo” con gravitación electoral.
La estrategia de Macri y de su asesor Jaime Durán Barba es mostrarse como la alternativa posible al “ciclo K”. Si las PASO los ranquean así, el afán es mostrarse como lo que los futboleros llaman un “faro”. Un delantero de punta alto, buen cabeceador, capaz de marcar goles, al que todos deben tirar centros... o votar, que de eso se trata.
Dentro de ese cuadro de situación subyacen un par de premisas que la realidad verificará o desmentirá. La primera es que las pertenencias partidarias o ideológicas son lábiles y en especial muy minoritarias.
La segunda es que el anti kirchnerismo es muy fuerte y que puede recalar en cualquier opción. La polarización signará la disputa. La inmensa mayoría del padrón no tendrá pruritos de orden ideológico ni tampoco respecto de pertenencias sociales o provinciales de los candidatos. En nada incidirá que la fórmula Macri-Michetti sea porteña pura, tanto que fue binomio gobernante años atrás. El tono de clase alta que aureola a Macri y a Gabriela tampoco sería obstáculo.
El diseño y la perspectiva elegidos contradicen la lógica que prevaleció para conformar fórmulas presidenciales ganadoras en la historia argentina. Durán Barba lo sabe y piensa que la Argentina cambió en detrimento de tradiciones arraigadas.
Es un cuadro de situación meditado y novedoso lo que no sella su certeza o su falibilidad.
Está acechado por eventuales talones de Aquiles. El primero, intuye este cronista, es que en una de esas el antagonismo “kirchnerismo-opo” es menos enérgico de lo que calculan en las tiendas PRO. Que hay en disputa votantes “no tan” embanderados, no tan definidos, no tan reluctantes a ninguna alternativa. Dicho al pasar, esa división binaria es también un diagnóstico que cunde entre partidarios del oficialismo.
Si subsisten sectores importantes que se definirán tomando en cuenta otras variables, tal vez la tonalidad geográfica y de clase del macrismo les interese y eso demarque un techo para el PRO.
Tal advertencia no será tomada en cuenta por las tapas de los diarios dominantes de mañana si el PRO vence en su reducto. Y, sin embargo, puede transformarse en realidad.
La proyección nacional del voto porteño dista de ser lineal y automática en un país federal con identidades firmes y plurales sin negar la fidelización de la que se habló líneas arriba.
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Pruebas en serio: Los cálculos del kirchnerismo parten de otra base, palabra que pude usarse con varias acepciones. El FpV calcula que su fortaleza electoral finca en la clase trabajadora, particularmente en los estamentos más humildes. Y en varios territorios, la mayoría de los cuales no realizó aún sus elecciones locales.
Para fortificar sus vínculos, construidos en años de gestión, se mejoran instituciones como la Asignación Universal por Hijo o se crean programas nuevos como el Qunita. En un caso, se robustece un derecho universal mientras en el otro se acude a la “sintonía fina”, a focalizar en las personas más vulnerables a las que no llegan aún derechos establecidos.
Se alega que las clases sociales se diluyen como núcleos de pertenencia.
Se describe que los partidos políticos se debilitan en todas las latitudes del globo y acá un cachito más. Socialdemocracias que teclean en Europa confirman las lecturas. El ejemplo de Syriza en Grecia trepa a niveles record generando sorpresa y desazón más allá de sus fronteras.
Todo lo real es posible y tangible. Sin embargo, perder potencia no equivale a desaparecer, irremisiblemente. Las elecciones son pruebas de fuego, un laboratorio formidable y digno de estudio.
Todo lo que exprese el pueblo soberano testeará la gravitación de los partidos. Si pesan más los que tiene liderazgos y estrategias nacionales o, meramente, los que aún existen. Si son herramientas en desuso. Otro tanto ocurrirá con las pertenencias, identidades o identificaciones a cosmovisiones o clases sociales.
Se irá develando, paso a paso (con minúscula o mayúscula). Cada elección es una fiesta en la sociedad que viene edificando una democracia estable. La de hoy no hace excepción, tampoco para aquellos que no se identifican (o identificamos) con las opciones que surgieron limpiamente del veredicto popular. Habrá otras y al final del camino el pueblo, con toda su diversidad, delineará parte del futuro común.
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