EL PAíS
› EL GOBIERNO NO TIENE CONFIANZA
EN EL MINISTRO DE SEGURIDAD BONAERENSE
Juanjo en la mira de la Casa Rosada
Kirchner desconfía del hombre que Duhalde le impuso a Solá para manejar a la Bonaerense. Cree que no tiene intenciones de avanzar a fondo con la depuración policial. Solá queda entre dos fuegos. La historia de la bronca con Alvarez, que viene de lejos. Lo que dijo Kirchner en voz alta y en forma reservada.
› Por Diego Schurman
Para decirlo sin eufemismos: a Néstor Kirchner le agradaría que Juan José Alvarez se apartara del Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires. Lo manifestó en las últimas horas en la Casa Rosada y lo insinuó en más de un discurso público: no cree que el hombre que Eduardo Duhalde le impuso al gobernador Felipe Solá avance a fondo con la depuración de la policía bonaerense.
La inquina del Presidente con el responsable de la seguridad en el mayor distrito del país no es nueva. Pero tomó relieve con el desenlace del secuestro de Pablo Belluscio, de tal forma que el Gobierno interpretó la liberación del joven como resultado de la presión pública ejercida por el propio Kirchner.
A pesar de las pocas semanas que Alvarez lleva en el cargo –asumió el 29 de septiembre–, el Presidente no dudó en responsabilizarlo y atacarlo con dureza.
Kirchner suele poner cara de fastidio, condimentada con un espeso silencio, cuando mencionan a Juanjo. La semana pasada, en un discurso realizado en Puerto Madryn, la crítica pareció concentrarse en el gobernador Solá. Pero en los últimos días focalizó, sin mencionarlo, en su ministro de Seguridad.
En rigor, las palabras políticamente incorrectas quedaron en boca de Gustavo Beliz. El ministro de Justicia y Seguridad de la Nación habló de complicidades entre el aparato político bonaerense y la corporación policial. Si alguien creyó que se trataba de un desliz del funcionario, Alberto Fernández se encargó de fortalecer la teoría. El jefe de Gabinete es hoy el que comparte más horas con Kirchner.
Esa sorda disputa es la que explica las recientes visitas de Duhalde y Solá a la Casa Rosada. Si los bonaerenses pidieron bajar el tono político de la pelea, el Presidente no parece tan dispuesto a hacerlo, aún sabiendo que corre el peligro de abrir otra grieta en la relación con su aliado estratégico dentro del peronismo.
Pero el tema es aún más complejo. Los dos bonaerenses tienen sus propias internas. Alvarez llegó al Ministerio de Seguridad de la mano de Duhalde. Y Solá debió bajar la cabeza y aceptar en su gabinete a un hombre con el que se llevaba a las patadas. Ya el día del nombramiento de Alvarez en reemplazo de Juan Pablo Cafiero, Kirchner marcó las diferencias ante un grupo de allegados:
–Es un verdadero retroceso –dijo, disgustado.
Solá lo sabe. Pero se siente entre la espada y la pared. Por un lado la presión del aparato duhaldista, que le fija condiciones y hasta le impone nombres en el gabinete. Por el otro Kirchner, atizando con la necesidad de una “rápida depuración de la policía bonaerense”.
El Presidente volvió ayer sobre el tema, como quien no quiere poner fin a la batalla: “Hay que terminar con la hipocresía y depurar lo que haya que depurar. Todos tenemos que mejorar, pero lo de la policía bonaerense debe mejorar rápidamente”.
Los dichos pueden tener diversos destinatarios. Entre ellos los intendentes que se rasgaron las vestiduras con las palabras de Beliz. El jefe comunal de Lanús, Manuel Quindimil, hasta amenazó con renunciar a la jefatura del PJ bonaerense si el ministro de Justicia y Seguridad no se retractaba (ver recuadro aparte). Habrá que ver si asume el mismo gesto hoy al enterarse que Kirchner repitió prácticamente las mismas palabras.
La bronca con Alvarez trasciende el caso Belluscio. Desconfían de su real intención de desplazar a los uniformados “corruptos e ineficientes”, como prometió en las últimas horas. Esa sospecha se asienta en historias que echaron a rodar con ahínco en la Casa Rosada sobre los manejos del actual ministro con la fuerza policial.
Hubo crónicas de pago chico: como una presunta añeja intervención del ministro a favor de Luis Acuña, actual intendente e Hurlingham, para mejorar su situación procesal en una causa que se instruía por robo.
Pero también hubo relatos de mayor peso. Por ejemplo, los que detallaron la relación de Alvarez con Alberto Sobrado, el comisario procesado por enriquecimiento ilícito. Es vox populi que en el 2001, cuando ejercía el ministro de Seguridad de Carlos Ruckauf en la provincia, Alvarez nombró a Sobrado como responsable de una importante Dirección de esa cartera.
Fuentes del gobierno provincial aseguraron a este diario que Alvarez habría influido para lograr el desembarco de Sobrado en la jefatura policial bonaerense, hecho que ocurrió después de la masacre de Avellaneda, aquella en la que fueron asesinados Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
Cuando el uniformado dio sospechosas muestras de su movilidad social ascendente –le descubrieron cuentas no declaradas por 600.000 dólares–, Juan Pablo Cafiero, por entonces ministro de Seguridad bonaerense, insinuó que Sobrado había hecho su fortuna en su pasado reciente.
La discordia entre Kirchner y Alvarez también tiene su pata política. En el Gobierno recuerdan el momento en que Duhalde bendijo al santacruceño y cómo desde entonces el ministro buscó posicionarse para convertirse en su compañero de fórmula.
Hubo, en el fragor de la campaña, una reunión en la Casa de Santa Cruz, donde Kirchner no sólo descartó esa posibilidad sino también la de llevar en la boleta a Hilda “Chiche” Duhalde. Ese día, Alberto Fernández se mostró sorprendido por la manera despectiva con la que Alvarez habló de los intendentes Julio Alak y Alberto Balestrini. Con ellos había conformado una entente para disputar poder territorial al duhaldismo (“los tres mosqueteros”), un gesto de rebeldía hacia quien los hizo crecer en la provincia.
Alvarez, al igual que Roberto Lavagna, aparecía en las crónicas del momento como potencial candidato a vicepresidente. Estratégicamente, Kirchner disimuló su bronca. Y hasta se dio el lujo de hacer testear por terceros si a Alvarez le interesaba el Ministerio de Defensa. Tiempo después reconoció a quien le encargó la misión que buscaba contenerlo para que no emigrara hacia otro proyecto. Era vox populi que el menemismo lo quería llevar hacia su vereda.
Anoche, un ministro al que Kirchner suele confiar sus secretos reconoció que el Presidente preferiría que Alvarez dé un paso al costado, más allá del conflicto que podría desatarse con Duhalde. El funcionario no abundó sobre los resquemores que generan en la Rosada la relación de Alvarez con los comisarios. Prefirió circunscribirse a una respuesta despectiva. “Es insólito que esté ahí”.
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