Sábado, 15 de agosto de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Gonzalo Arias *
La política es la práctica transformadora de la realidad por excelencia, con una esencia que tiende a poner en equilibrio el pensamiento y la acción. En una campaña política existen momentos para la exposición de ideas, proyectos y programas de gobierno, mientras que en otros, se impone la necesidad de mostrarse más cerca de la gente y con capacidad de resolver los problemas concretos de la población.
Sin realizar un análisis histórico profundo, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que en Argentina quien mejor ha entendido la síntesis entre pensamiento y acción ha sido el general Juan Domingo Perón, traducida luego en el peronismo. Esta mirada ha sido alentada por propios y ajenos y ha sido depositaria –inclusive– de la idea que sostiene que en Argentina solo el peronismo puede gobernar. La sociedad argentina siempre ha valorado la gobernabilidad a juzgar por los resultados de las elecciones ejecutivas de las últimas décadas.
Pensar y hacer son conceptos claves para comprender con mayor profundidad los próximos movimientos de la contienda. Cada paso de los principales referentes políticos en disputa es medido por encuestadores y relatado por periodistas y formadores de opinión que muchas veces dejan su traje habitual de comentaristas de la realidad para transformarse en influenciadores de la realidad. Una prueba de ello son las últimas declaraciones públicas de Beatriz Sarlo que utiliza los medios de comunicación para aconsejar a los candidatos de la oposición para que sean más astutos e inteligentes: “Si Massa baja su candidatura, y Macri la de Vidal, no les gana nadie”.
Lo que sorprende y seguramente llamó la atención a los equipos de campaña de los tres candidatos con mayores posibilidades de llegar a la presidencia es que una intelectual de la talla de Sarlo –siempre rigurosa, afilada y con gran capacidad para comprender y explicar los vaivenes socioculturales de la Argentina–, se despache con tamaña recomendación, más propia de bases militantes eufóricas que de la reflexión de un intelectual.
La receta que plantea Sarlo es una alianza meramente coyuntural con miras a derrotar al kirchnerismo, pero dejando en claro que no es lo que ella quisiera ni votaría. No se dirige a los principales referentes de la oposición para pedirles proyectos superadores a los propuestos por Daniel Scioli, sino que les exige que acuerden para lograr una mayor sumatoria de votos. Una especulación electoralista pensada con un solo objetivo: ganar.
Lo preocupante no es que la escritora seguramente se haya dejado llevar por su ansiedad resultadista y que no disimule su deseo de ver derrotado en las urnas al kirchnerismo (recordemos que un año atrás, expresó su deseo de que gane una fuerza de centroizquierda y no el peronismo), sino el no medir las consecuencias acerca de los fantasmas que alienta con su pretendida mayor astucia opositora.
Si me permiten los lectores y la misma Sarlo, a quien he leído y respeto, la política astuta no es la que cuenta los porotos sin importar los costos, sino la que logre construir una sociedad más justa, inclusiva y desarrollada. La promoción de este modelo social nunca puede surgir de una alianza cuyo único objetivo sea ganar una elección. El análisis vertido por Sarlo, aunque pudiera ser acertado en un contexto de tácticas exitistas, parece impropio para pensar y poner en discusión las alternativas para construir un país más justo.
Más allá de cualquier innovación en materia de la instalación del discurso político, la construcción y consolidación de un espacio político en un determinado escenario electoral mantiene una misma lógica que se muestra inalterable: los políticos deben desplegar una serie de estrategias para convencer al electorado de que son la mejor alternativa y obtener la mayor cantidad de votos.
La idea de aliarse puede mostrarse tentadora desde el punto de vista de los números pero la clase política no debe perder de vista que en sus actos definirán el rumbo de la economía, el empleo, la protección de los salarios, decisiones que tienen su correlato en el destino de los ciudadanos.
Lo que se pierde de vista en planteos como los de la ilustre escritora es que Argentina atraviesa una renovación presidencial que debe ser una oportunidad para consolidar los aciertos y corregir errores pero que no puede ir de la mano de opciones destructivas. No podemos darnos el lujo de volver a empezar de cero cada 10 años. Lo que Sarlo deja de lado cuando llama a juntarse a la oposición es que detrás de los nombres debe haber un proyecto de país.
Ya hemos confirmado con nuestros propios ojos que, ganar por ganar no redunda en una mayor satisfacción para el conjunto de la sociedad, porque las diferencias estructurales terminan saliendo a la luz tarde o temprano. Basta recordar en qué desembocó la alianza en el 2001: los argentinos tenemos muy presente en nuestra memoria reciente el daño que nos ha hecho una alianza política sin un programa de gobierno compartido y producto de un pensamiento similar al que propone la intelectual, que nos dejó al borde del abismo, con las fuerzas productivas devastadas, sin confianza externa y con miles de compatriotas sin trabajo y yéndose del país en busca de una vida mejor.
Sabemos qué es lo que marcan las reglas del juego de una campaña política, pero más que nunca necesitamos actuar con responsabilidad, desde todos los sectores. Podríamos pensar que desde el purismo macrista tomarán con humor estas apreciaciones si les sigue funcionando bien el termómetro que utilizan para medir las expectativas de los argentinos a cada paso. Pero no podemos negar en favor de Sarlo que el “rejunte” de la oposición es una alternativa tentadora para sus filas.
El grado de relevancia y notoriedad que la escritora experimentada es consciente que tiene (y que más que comentar una realidad busca influenciar un comportamiento) hace que sus reflexiones sean todavía mucho más reprochables por la responsabilidad que conlleva hacer este tipo de declaraciones en el contexto político actual.
Sin embargo, si pensamos en el futuro del país, lo que menos necesitamos es alentar alquimias electorales y correr el riesgo de que la mezquindad de algunos nos vuelva a colocar al borde de una crisis. No puede ocultarse lo forzado que puede resultar un acuerdo programático entre Mauricio Macri, Sergio Massa, Elisa Carrió y Ernesto Sanz.
Por el contrario, y si bien aún estamos lejos de saber si Daniel Scioli será el presidente que pondrá en marcha un modelo de país que nos brinde seguridad, estabilidad y crecimiento; desde el sciolismo ofrecen como garantía la capacidad de gobernabilidad, un valor codiciado y estimado por los argentinos a 32 años de la recuperación de la democracia.
* Titular de la cátedra La Comunicación como Herramienta Política (UBA).
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