EL PAíS › OPINION
Orden de preferencias y de posibilidades. El voto peronista, factor esencial. El cordobés, en disputa. Fidelizar, palabra de moda. Un error de Scioli y un exceso de franqueza de Macri. Presiones antipolíticas: el poder fáctico no se rinde. Dos líneas sobre Buenos Aires y sus intendentes.
› Por Mario Wainfeld
Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) dejaron en el camino irreversiblemente a varios de los candidatos y partidos. Fuera de eso, demarcan tendencias que, según los antecedentes, acostumbran ser firmes.
El gobernador Scioli es el favorito para las elecciones de octubre o de noviembre. El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, su principal challenger. El diputado Sergio Massa, el tercero en discordia que todavía puede imaginar un batacazo.
Entre el primero y el segundo median 8,4 por ciento de votos, que es una millonada. Seis coma seis por ciento separan al caudal de Scioli y el 45 por ciento que le garantizaría llegar a la Rosada sin segunda vuelta. Si mejora algo así como el 1,6 por ciento su caudal y en similar medida su gap con Macri podría ganar evitando el ballottage.
Diez puntos median entre Massa y Macri, 17,8 distancian al tigrense del candidato del Frente para la Victoria (FpV).
Si se repitiera el número de votos válidos del domingo, cada punto porcentual tiene un equivalente aproximado de 220.000 votos. Dicho en criollo, cada “puntito” es un montonazo de votos.
Dejamos a quien nos lee hacer sus proyecciones o Prodes.
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Si se repitiera: Los competidores principales aspiran a mejorar, esto es, a cambiar la distribución del padrón. Es muy difícil –aunque no imposible del todo– que dentro de dos meses se produzca un calco de las PASO. Los antecedentes nacionales desde 2011 y los provinciales de 2015 indican que el primero tiende a crecer y que las fluctuaciones, casi siempre, distan de ser tremendas.
Si se mantuvieran las tendencias, el FpV tendría mayoría propia en el Senado nacional y primera minoría en Diputados. Engrosaría la bancada en la Cámara alta, mermaría en la Cámara Baja. Como se reemplazan los legisladores que entraron en 2009 y 2011 respectivamente, el devenir es lógico.
Ni la coalición Cambiemos (comandada por Macri, de PRO) ni UNA (liderada por Massa) pueden fantasear con más que ser segunda minoría en ambas Cámaras aun en el horizonte más propicio.
El FpV contaría con bloques fuertes para gobernar aunque precisaría acumular apoyos para cada proyecto de ley. Su espacio virtual más atractivo, claro, serían los legisladores peronistas de otros palos. Unos pocos podrían alcanzar para conseguir acuerdo senatorial a un nuevo juez de la Corte Suprema. Ese tribunal de cinco miembros que trabaja (por así decir) con tres magistrados activos más uno intermitente.
Si sus rivales accedieran a la presidencia, se verían en figurillas para sostener la gobernabilidad, en minoría parlamentaria y con el FpV pudiendo vetar tranquilo en el Senado.
Una mirada sobre cómo se repartirán las gobernaciones amerita un repaso demasiado largo para esta nota. Consignemos apenas que el FpV conservará la mayoría de ellas. UNA hará honor a su nombre y solo gestionará Córdoba. Dicho de otra forma: el Frente Renovador (FR) no controla ninguna.
PRO mantendrá el bastión porteño, Cambiemos lleva tres. Con toda la furia podría computar cinco o seis si le fuera bomba de acá en más... no es el horizonte más factible, pero nada está sellado hasta el escrutinio definitivo.
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“Fidelizar”: He ahí una palabra en boga, de modo justificado. No es un merecido homenaje al líder cubano Fidel Castro, un ganador en la arena internacional ya en su retiro. Alude al arte de conservar los apoyos logrados hace siete días. Interpela en particular a los que ganaron internas, respecto de los aliados. Demos los ejemplos más conspicuos. Macri y Massa, en lo nacional. También Nicolás del Caño, que desplazó a Jorge Altamira en la primaria del Frente de izquierda y los trabajadores (FIT). También es un desafío para el jefe de Gabinete Aníbal Fernández (y con él Scioli) en Buenos Aires.
Se supone que los apoyos propios son firmes, con fundamentos atendibles. Macri podría proyectar que lo bancarán los contados ciudadanos que acompañan a la diputada Elisa Carrió. El caso del radicalismo es más arduo para vaticinar. Le fue fatal, una catástrofe. El dilema posible de los ciudadanos boinas blancas es volcarse por pertenencia a la diputada Margarita Stolbizer o resaltar su anti kirchnerismo virando a derecha y a PRO. “Margarita” tiene el encanto de la identidad, pero no suele ser muy tentador plegarse a quien contuvo tan pocos votos. Habrá que ver.
Desde ya, el principal reservorio de votos a conquistar tiene otra camiseta que del radicalismo. El presidente Raúl Alfonsín lo supo en 1983, cuando atrajo a justicialistas en su hora más gloriosa. Y también en 2007, cuando urdió la candidatura presidencial del ex ministro Roberto Lavagna para salvar la ropa del “partido”. El senador Ernesto Sanz carece de ambas destrezas, entre otras.
Vamos de partidos con menos de cuatro puntos a identidades que copan muchas más preferencias.
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Pertenencia y obstinación: Desde 2003 el peronismo se alzó con alrededor del 60 por ciento de los votos en las elecciones nacionales. Claro que los más taquilleros agregaron en sus bordes a ciudadanos de otros linajes políticos o “independientes”, pero con bandera y timonel peronistas. El número impacta y se ratificó esta vez. Basta adicionar los apoyos a Scioli, Ma- ssa y el senador Adolfo Rodríguez Saá.
Una interpretación en boga es que será el devenir de ese voto el que sellará el veredicto final. El politólogo Germán Lódola escribió en El Estadista: “lo particular en esta ocasión es que el peronismo tiene en sus manos la decisión sobre el futuro del peronismo. Esto es inédito”. El sociólogo y consultor Eduardo Fidanza razonó de modo similar ayer en La Nación.
El análisis explica por qué el “Gallego” De la Sota está tan de moda. Fue posiblemente el aspirante a la presidencia que se alzó con mejor score relativo en su provincia, por encima de Macri y Scioli, que primaron en sus terruños pero quizá podían aspirar a más. De la Sota no podría ser estigmatizado por la frase del filósofo-arquero José Luis Chilavert: “Tú no has ganado nada”. Revalidó el gobierno provincial de antemano y se cotiza alto en varios mercados. Pero le resta poner en juego mucho: de entrada, dirimir bancas en el Senado y en Diputados. Hasta hoy cuenta con una en la primera, si reiterara su performance sumaría dos. No es tanto comparado con el FpV, pero puede ser central en votaciones con mayoría calificada. Un bloque propio de diputados cotiza mejor: puede valer oro en una cámara dividida. El primer objetivo cordobesista es cimentar esas posiciones, que colocarán a su ex presidenciable en mejores condiciones fuera cual fuera el pronunciamiento de octubre. Pasarse ahora al kirchnerismo hubiera sido un suicidio, lo que no anticipa movidas para el porvenir. De algún modo, la interna de UNA sigue aunque nadie lo exprese así. Si Massa escala, tendrá un aliado de fierro mediterráneo. Si queda en el camino, cada cual tendrá dónde afincarse.
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Más allá de la marchita: Los partidos políticos pierden vigencia y vigor, aunque no han desaparecido. Las identidades atraviesan crisis llamativas que se potencian tras 32 años de democracia. Esto asumido, el potencial del peronismo en las urnas es pertinaz. No se trata –intuye o, mejor, cree este cronista– de preferencias emocionales que se transmiten por pertenencia familiar. Es más atinado observar la modulación entre el voto con las estructuras social y territorial argentinas.
El fenómeno puede ser crucial, en caso de segunda vuelta entre Scioli y Macri. El politólogo Andy Tow repara ese aspecto en su blog. Registra y ratifica con data numérica digna de observar que para la mayoría de los dirigentes peronistas de la etapa: “A menor riqueza, mayor proporción de voto, en tanto los provenientes del radicalismo, el socialismo y más recientemente Macri (...) a mayor riqueza, más votos. (...). Tomando esta asociación espacial entre riqueza y voto como una aproximación al perfil sociodemográfico de los votantes de cada candidatura, cabe preguntarse hacia adónde se inclinarán más probablemente los votantes de Massa, De la Sota y Rodríguez Saá. Los tres se ubican en el lado ‘peronista’ de la tabla, con coeficientes negativos al igual que Scioli, con quien además comparten origen partidario. Independientemente de los alineamientos y maniobras que adopten estos dirigentes, es difícil no advertir la semejanza de sus electorados (...). De la misma manera, parece mucho más probable la agregación de votantes de Macri, Carrió, Sanz y Stolbizer (...) incluso dejando de lado que los tres primeros integran la misma agrupación política”.
El reparto territorial de los apoyos también demarca constantes firmes aunque para nada estáticas. Primacía del FpV en los Conurbanos, Buenos Aires, el NOA, el NEA y la Patagonia. Y de sus rivales en la Ciudad Autónoma, la zona centro (Córdoba y Santa Fe, esta vez contrarrestada) y muchas capitales de provincias. En esta ocasión al FpV le fue pésimo en Córdoba (no sólo a manos del oficialismo local peronista), regular en la CABA y pasable aunque no fantásticamente en “su” conurbano (ver nota aparte).
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Errores y reflejos: Se cumplió la primera semana del nuevo tramo de campaña. Un sólo aspirante cometió un error digno de mención... o por ahí fueron dos.
Scioli se fue del país mientras seguían las inundaciones en Buenos Aires. Es más serio que un error de campaña: es una falla política. El manual, que el gobernador en general cumple bien, indica que su lugar estaba acá, en su territorio. Tuvo el reflejo de volver rápido y ponerse al frente de los operativos, pero se equivocó.
Sus rivales remarcaron la ausencia. Lo peor no es la ofensiva política opositora, que es lógica. Ni la mediática, que figura en el inventario. Es la falla propia, más allá de si la vicejefa de gobierno María Eugenia Vidal añade adhesiones con fotos demasiado posadas y gestualidad poco verosímil. La “opo” sumó un tópico que reiterará hasta el desenlace.
Macri formuló promesas sinceras ante la flor y nata del gran empresariado. Les prometió que “el mercado” (esto es, el establishment) fijará a partir del 11 de diciembre la cotización del dólar, si él gana. Es lo mismo que concederles el manejo de la economía, una constante de los gobiernos de facto de derecha o de los democráticos que viran hacia ahí. El problema, más allá del desquicio que eso desataría, es que “la gente” o “los vecinos” algo entienden sobre el mundo real aunque no sean economistas. Sin la careta nac & pop, Macri se arriesga a apurarse y a mostrar su verdadero rostro. Quizá su techo social y cultural baje o no se mueva, es posible que esa sea una de las claves de los comicios octubre o de noviembre, si hubiera doble vuelta.
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Bajar no es tan simple: El gran empresariado sigue en acción, sin desmayos. La UIA eligió a su futuro presidente, un gerente de Arcor, Adrián Kauffman Brea. Un giro en la cúpula hacia el sector más concentrado de la economía. Al dejar a un lado a empresarios medianos la UIA se mimetiza (aún más) con la ultraelitista Asociación de Empresarios Argentinos (AEA).
Claro que la gran jugada del establishment es política. Se expresa casi en cada columna de las principales plumas de los medios dominantes: Massa tiene que bajarse. Un “pequeño sacrificio” a favor de la República de derechas.
Las opiniones son libres y vaya si se ejercita ese derecho. Las presiones directas sobre el candidato y sus laderos son más cuestionables, vigorosas y menos visibles o directamente invisibles. El diputado Felipe Solá sinceró la avanzada: hizo público que recibió mensajes “extrapolíticos”, “raros”. No son tan raros, ocurren a menudo. Es más preciso calificarlos como antipolíticos porque interfieren en el juego democrático. Pero la denuncia vale y llama la atención.
La dirigencia de UNA soportó y rechazó embates semejantes en los meses previos a las PASO. Ahora Massa es puesto a prueba de nuevo: la ofensiva será tenaz. El poder que la impulsa es tremendo y no repara en límites. Baste mirar lo que pasa en Brasil en estos días.
Massa arriesga su futuro político, desde ese punto de vista es cantado que debe persistir, sea para vencer o para construir futuro.
Amén de la madera de los candidatos, hay otros argumentos contra el virtual éxito de la movida. Por lo pronto, los votantes de Massa distan de ser un colectivo disciplinado que lo seguiría si él toca el clarín (ejem). Muchos consultores y analistas piensan que una fracción importante de sus apoyos es de estirpe peronista, refractaria a acompañar a un dirigente tan porteño y de clase alta como Macri. Una simulación rústica ayuda a imaginar el escenario. Si poco más de un tercio de los votos a Ma- ssa fueran hacia Scioli y un cachito menos de dos tercios hacia Macri el FpV podría llegar al 45 por ciento y ganar “de una”. Ese siete por ciento es, con fluctuaciones, el aporte cordobés del que hablamos.
La otra objeción es que las reglas de las PASO impiden reformular las alianzas o rehacer boletas. Si un presidenciable “se baja” deja en banda, sin boleta insignia, a sus candidatos a diputados o senadores. Otro tanto pasaría a nivel provincial si quien se retira es un aspirante a la gobernación. Pregúntenle al diputado Hermes Binner si es negocio.
Un mecanicismo extremo domina el cálculo de la derecha real. La ensayista Beatriz Sarlo lo convalidó formulando un teorema-profecía: es la llave de la victoria. Los teoremas o apotegmas electorales son complicados, piensa el cronista. Tanto que hasta cuesta darlos por refutados de antemano. Nadie gana en las vísperas, los votantes no son manada... el resto depende de la coyuntura y la destreza de los participantes.
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Primer saldo: Resaltemos algo esencial porque es una verdad que la Vulgata se obstina en ocultar o desmerecer. El domingo se vivió una fiesta democrática, con participación razonable, posiblemente disminuida por la jornada desapacible y tormentosa. Se bartolearon contadas denuncias de “fraude”, casi ninguna efectivizada ante “la Justicia”. El pueblo se expresó libremente, habilitando un final abierto con un favorito.
Quedan por delante dos largos meses de campañas, de denuncias mediáticas al vaivén de las crecientes furia y mendacidad de los medios dominantes. Más el establishment procurando lo que jamás consiguió: torcer una elección a favor de su paladín. Casi nada. Ajústense los cinturones que esto recién empieza.
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