Lun 17.08.2015

EL PAíS  › OPINIóN

Debilidades y fortalezas

› Por Eduardo Aliverti

El ritmo vertiginoso y hasta enloquecedor de la política argentina semeja ser ya una marca de fábrica.

La horrible situación de los inundados bonaerenses que, si se quiere, afronta en estas horas lo peor porque comenzó la vuelta a casa de los evacuados, parece haber corrido del lugar central las repercusiones por el resultado en las urnas. En realidad eso es relativo, porque sucedió que el drama de la inundación fue insuflado, precisamente, por los cálculos de aprovechamiento de campaña electoral. Daniel Scioli cometió un error insólito, tratándose de una figura que para circunstancias de este tipo siempre estuvo atento a la sensibilidad popular, al viajar a Italia –por los motivos que fueren– cuando el pronóstico de sudestada ya era irreversible (y si no lo hubiere sido, tampoco es justificable que se ausentara porque el agua estaba al cuello aunque estuviera bajando). Técnicamente reaccionó a tiempo, por decirlo de alguna manera, siendo que pegó la vuelta apenas aterrizó en Roma. Pero para el análisis político la macana ya estaba hecha y la oposición, en esencia el macrismo, adoptó una postura de demagogia repelente que llegó al extremo de anunciar planes de trabajo –por si ganan en octubre– a fin de evitar la repetición de los hechos. Mientras tanto, se sucedía una serie de denuncias, excusas, argumentos, contradicciones y especulaciones capaces de confundir a casi cualquiera, porque se supone que debe haber una explicación científica por la cual los entendidos brinden un patrón común de las causas. Si la hay no se notó, gracias a un enchastre de datos en el que cada quien pareció jugar sus propios intereses de defensa o perjuicio. Entran en esa lista obras incumplidas, otras efectivizadas y capaces de haber permitido que el drama no fuera peor todavía, otras inconclusas, presupuestos subejecutados, partidas que se usaron como corresponde, el avance sojero a través de la siembra directa que destruye el suelo, la que lo favorece, el cambio climático, la incidencia de los canales clandestinos, los incumplimientos y transgresiones de los desarrolladores privados y así de corrido, incluyendo que con 350 milímetros de lluvia de golpe no hay obra ni previsión que resista y que eso ocurre en todo el mundo.

Esa nómina de señalamientos compitió con cuánto queda afectada la imagen de Scioli y sus chances en octubre. Pareciera una especulación mediocre, porque lo demostrado hasta el hartazgo es que en elecciones presidenciales y de cargos altos el votante promedio evalúa el balance completo de una gestión, así como sus perspectivas junto con la confiabilidad de otras opciones, y no acontecimientos puntuales por mayor impresión coyuntural que produzcan. Más aún, el uso pretendidamente ventajero de episodios que desfavorecen al rival puede redundar en lo contrario o, tan sólo, tener efecto neutro. Que lo digan si no los perpetradores de la opereta contra Aníbal Fernández, justo en la semana previa a las elecciones. No deja de ser asombrosa la cantidad de colegas y analistas detenidos en la foto que promueven, antes que en el conjunto de la película. Por caso, la cantinela de que más de un 60 por ciento de la sociedad votó por la oposición es de una endeblez prodigiosa. ¿Cómo es posible que esa cifra sea tomada cual un todo más o menos homogeneizante (diccionario: transformar una cosa para que tenga características comunes y uniformes con otra u otras), mientras que sí lo es el porcentual de casi 40 que respaldó a la fórmula oficialista, en 20 de los 24 distritos, y en algunos de ellos con diferencias extraordinarias que la oposición no obtuvo en ninguno de los que ganó, con la discutible salvedad de Córdoba? Véaselo por la inversa y con números similares, ya que Mauricio Macri, individualmente considerado, obtuvo un 41 por ciento de los votos porteños a presidente y algo menos en la lista de diputados nacionales. Con la misma lógica, ¿el 59 por ciento de la CABA que no lo votó expresa una fuerte tendencia antimacrista? ¿O lo que se cuenta en política es el grado de cohesión más aglutinado y que la dispersión del resto implica una falta de voluntad común que, a la vez, no muestra destreza para aspirar al poder? En su columna del lunes pasado, en este diario, quien firma remitió a la atmósfera de velorio –profundizada al conocerse el escrutinio final– con que analistas y operadores anti K se lamentaban por la falta de unidad que, según ellos, hubiera producido un resultado bien diferente. Y se hacían algunas preguntas con las que vale la pena insistir, como con qué seguridad puede afirmarse cosa semejante cuando hay de por medio la tendencia nacional a, globalmente, seguir en línea con la gestión de estos doce años. O con sus grandes trazados. Se recordaba que fueron Massa, primero, y Macri, a último momento, quienes asumieron que debían retroceder varios pasos en la propuesta de cambiar. Y que una alianza entre ambos, ya imposible de ser manifestada en listas conjuntas, bien podía ser vista –antes, y ahora de cara a octubre– no como potenciación, sino como un oportunismo con altas o considerables dosis de rechazo.

También pueden apreciarse elementos de los porcentajes más chicos que complejizan, o desmienten, esa suma entre arriesgada y ridícula que le da a la oposición una mayoría de dos tercios del electorado. ¿El casi millón de votos en blanco, que sumados a los nulos estuvieron arriba de un 5 por ciento del total, hay que computarlo como voluntades opositoras? ¿Opositoras a qué, y en cuáles términos de fuerza agrupada si ni siquiera fue planteado como consigna? El 3 por ciento largo de Del Caño y Altamira, que con el agregado de las otras variables de izquierda testimonial supera el 4, ¿se junta con Massa y De la Sota o con Cambiemos? ¿El 2 por ciento de los Rodríguez Saá es antikirchnerista? ¿Los cerca de 800 mil votos a Stolbizer enuncian ideológicamente lo mismo que Macri, e irán en manada hacia él? Oxímoron mediante, ¿el 24 por ciento que se quedó en su casa significa una energía solamente contraria al Gobierno? Y divisemos octubre. En Santa Fe, donde Scioli le ganó a la suma de Macri, Carrió y Sanz, ¿los socialistas van a votar a Cambiemos? En Mendoza, donde Cambiemos ganó raspando, ¿los radicales partirán en masa hacia el líder del PRO? En Córdoba, ¿Massa retiene todos los números de De la Sota o contará que Schiaretti muy probablemente apoyará a Scioli porque, al fin y al cabo, y al igual que los del gobernador, son votos de raíz peronista? En la provincia de Buenos Aires, ¿la muy buena elección de Vidal es equiparable a la suma de Fernández y Domínguez?

La primera tanda es de preguntas retóricas, porque llevan implícita la respuesta de que no se pueden juntar vacas con pomelos. La segunda, hacia octubre, se nutre en cambio con interrogantes de contestación incierta y todavía es muy pronto para sacar conclusiones. Pero hay algo que no varía, incluso sin atender que las primarias siempre tienen, para el cálculo de las elecciones decisivas, el efecto inercial de subir algunos puntos al ganador. Sólo con eso, el Frente para la Victoria superaría el 40 por ciento con cierta comodidad. Y entra en la oportunidad de obtener más de diez puntos sobre el segundo para vencer en primera vuelta, sin necesidad de llegar al 45. Lo que no cambia es eso de que, tras el domingo, el oficialismo quedó mirando el techo mientras que la oposición –con dos candidatos salientes, o uno y medio– tiene inestable el piso. El estado de la economía en octubre jugará su papel clave en el tercio fluctuante del electorado, y tanto Scioli como Macri deberán acertarle a la táctica más adecuada para, en primer lugar, tener capacidad de retención, y después intentar la conquista de los puntos que les faltan. Los votos de Scioli pintan más sólidos y le falta mucho menos que a su rival, pero no puede dormirse ni en medio laurel. Por lo pronto, en las primarias quedó demostrado que los votos son de la Presidenta. Como advierte el sociólogo Artemio López, el gobernador bonaerense sufrió merma de sus expectativas en los sectores populares del conurbano y asomaría como un yerro prenderse a la idea de que lo faltante está entre ese dichoso electorado “independiente” o “moderado”. Hace falta más kirchnerismo, no menos. Además de esto, los protagonistas principales que emergieron –junto con Cristina, desde ya– no son excluyentes. Aunque se quiera pretender que ya se vio todo, las operaciones mediáticas hasta octubre alcanzarán una magnitud probablemente desconocida y es de esperar cualquier cosa. Tampoco cabe descartar, va de suyo, intentos de golpe de mercado y otras delicias.

Sin embargo, después de todo, las anteriores no son más que especulaciones electorales y sujetas a márgenes de error importantes. Cuando se profundiza, lo comprobado es que el Gobierno y el FpV (se) ratificaron una solvencia bien alejada del escenario terminal machacado sin dobleces por los medios. Y esto adquiere relevancia particular en una etapa en que la región tiene tembladerales dificilísimos, en países estratégicos como Brasil y Venezuela. En el primer caso, además, hay una afectación directa para Argentina porque se trata de su socio comercial más importante, en importaciones y exportaciones. Y en Venezuela corre riesgo, muy serio, una experiencia de nacionalismo progresista cuya caída sería un mazazo grave para los buenos vientos que vinieron soplando en Sudamérica hace ya varios años.

Frente a ese panorama, lo subrayado el domingo es que aquí hay un volumen de resistencia –y hasta de ofensiva– que cuenta con votos, cierta capacidad de movilización y un liderazgo político firme aunque no candidateable. No parece que eso vaya a cambiar en octubre, cualquiera fuere el resultado.

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