Lun 12.10.2015

EL PAíS  › OPINIóN

Una pinturita

› Por Eduardo Aliverti

En la campaña no hubo, ni probablemente habrá, una imagen más significativa que la producida el jueves pasado, cuando Mauricio Macri, Hugo Moyano, el Momo Venegas y Eduardo Duhalde se unieron en la foto para inaugurar el primer monumento a Perón en la Ciudad de Buenos Aires.

El aspecto más fácil de resaltar consiste en lo que cada quien representa, en un acto de esa naturaleza, más allá del presunto oportunismo electoral. El (ex) niño bien que aglutina la mayor fortaleza del voto gorila; un sindicalista travestido, quien, por razones de resentimiento personal hasta donde se entiende, resolvió pasar sus últimos años enfrentándose por derecha con el modelo al que supo adherir entusiasta; otro gremialista que es la quintaesencia del capanga, alineado con la Sociedad Rural; un conservador de los llamados “populistas” –en el sentido más denostador del término– que simboliza tras su paso como presidente circunstancial el estallido argentino de comienzos de siglo, producto de la tragedia neoliberal que lo contó entre sus artífices. Lo más sencillo, decíamos, es tomar la fotografía de todos ellos juntos como un acto pornográfico en el miramiento más llano de la figura, que remite a la explicitud; aunque también en su acepción etimológica, que procede del griego y en sentido estricto designa la descripción de una prostituta. La Real Academia Española define a la pornografía como “el carácter obsceno de las obras literarias o artísticas”. Nada dice de su extensión al campo político, es cierto, pero tampoco lo impide. Lo concreto es que la imagen causó impresión entre los propios medios propagandísticos de la candidatura de Macri, que desplazaron la cobertura del hecho a zonas apartadas de sus noticias principales porque, claro está, ¿cómo harían para defender una obscenidad de ese tamaño? Una cosa es sostenerse en valores ideológicos de toda la vida, como es el caso del diario La Nación, y otra bien distinta sería respaldarlos a través de acostarse con el enemigo al precio de aceptar un relato falso que sólo le endilgan al oficialismo.

Desde una perspectiva ortodoxa, clasista, podría decirse que, al fin y al cabo, lo que representan los cuatro de la foto es bien antes complementario que antitético. ¿O acaso no estamos hablando de un liberal furioso que debe articularse con dirigentes sindicales orientados a defender los intereses de la patronal, y una figura política que encarna la necesidad del peronismo que más le conviene a la derecha? Menemismo puro, qué tanta vuelta. Sin embargo, el peso de los signos se antepone a ese razonamiento. La cuenta ideológica descripta no se compadece con los sentimientos profundos de los votantes macristas, que pasan por horrorizarse con los símbolos de corrupción y patoterismo personificados en gente como Moyano, Venegas, Duhalde y siguen las firmas. En la Disneylandia republicanista se supone pecado mortal que su candidato sea amante reconocido de negruzcos choripaneros, históricos extorsionadores de las empresas a las que les importa el país. ¿Dónde quedan las denuncias de Clarín contra Hugo Moyano, por el recurrente bloqueo de los camioneros a la planta de distribución de sus diarios en favor del encuadramiento sindical propio? Sin ir más lejos, también, la doctora Carrió se ha borrado olímpicamente de mayores apreciaciones sobre estos amoríos de Macri con las efigies máximas de lo que debe dejarse atrás. ¿Qué dirán sus compañeras –perdón– de cancioneros ingleses, de la parroquia de San Nicolás de Bari? ¿Y qué tal que Duhalde haya dicho que Macri es “más cerrado que culo de botella”, en declaraciones radiofónicas pocas horas antes de compartir acto con el candidato? ¿Eso viene a ser acabar con la grieta?

Si acaso, en principio, observaciones como éstas pudieran ser estimadas como chicanas, dejan de serlo cuando se abordan desde el cálculo electoralista. Hasta el ballottage porteño, que le pegó al macrismo un susto de novela, el alcalde de la Ciudad respetaba a rajatabla la indicación fundamental de su asesor ecuatoriano: ser in extremis la representación de la “nueva política” y despegarse de toda mímesis con personajes, cotillón y aromas peronistas. Eso varió la noche misma de la segunda vuelta y, entre silbidos del coro que lo acompañaba, Macri se propuso alertar que conservaría los grandes logros de estos años, estatización de YPF incluida. Le sobrevino tener que dar explicaciones sobre semejante giro, y después otras tantas sobre las andanzas de su operador Fernando Niembro. A la salida de esos avatares descubrió o ratificó que la suma no le da para llegar a Casa Rosada. Con sus spots y la pantomima del acto por el monumento a Perón, retoma la táctica de salir a cazar voto peruca porque, como si fuera poco, la comodidad del discurso cualunquista de Massa –quien no tiene nada que perder, sin por eso restarle mérito a su tenacidad– está restándole voluntades en un perfil de votante que despreciaba. En este punto hay que detenerse, porque expresa, en la superficie, contradicciones notorias respecto de las estrategias de campaña sugeridas a unos y otros; pero mucho más que eso, marca obstáculos quizá insalvables en cuestiones ya no formales sino de percepción popular. A Scioli le pedían que se deskirchnerizara para conseguir voto independiente, de clase media de las grandes urbes, refractario a los modos cristinistas. A tiempo, según parece, el gobernador admitió que lo que le falta viene de perderlo en los sectores más populosos del conurbano bonaerense, donde su gestión es muy cuestionable. Muy. Hacia allí, con el concurso decisivo de la Presidenta, Scioli enfoca el tramo final de su campaña. Y ahora le dicen que no es creíble –lo cual puede ser veraz– porque está forzando unas maneras relativamente confrontativas que nada tienen que ver con su estilo y convicciones reales. Pero más irreal todavía es que Macri se preste a una comedia de peronización. La pregunta clave, entonces, es acerca del intríngulis que encierra a la derecha explícita, por fuera de sus operaciones mediáticas con los casos de corruptela oficial y alarmas financieras. Si dice lo que verdaderamente haría, queda fuera de concurso porque una mayoría de la sociedad –o una parte sustantiva– conserva memoria de lo acaecido cuando esa derecha gobernó. Sin embargo, disfrazarse tampoco le resulta. Por lo tanto, entre dos in-auténticos sería preferible el que, por lo menos, tiene detrás el apoyo a regañadientes de una fuerza que ha sabido gobernar con sentido inclusivo y capacidad de mando. Y de la que Scioli no podría carecer, por mucha liga de gobernadores del PJ y referentes “moderados” a que recurriera, porque la jefatura que pasaría por él no es el liderazgo del espacio. En otras y repetidas palabras, todo sigue en disputa y no es que no hay otro destino que el que nos ha tocado, sino el que se pueda construir sobre la base de lo que se pudo, quiso o supo acumular. Podrá discutirse si es mucho, pero no que no es poco aun si se lo viera desde las ópticas monetaristas de los gurkas liberales: Argentina afrontará su próximo período institucional con uno de los endeudamientos en dólares más bajos del mundo. Lo demás es el Estado que se debe plata a sí mismo, y la cantinela de que emisión de papelitos es igual a inflación no resiste ningún análisis serio.

Ya que de terrenos en disputa se trata, acaba de nacer en el Pacífico la mayor zona de “libre comercio” del mundo. Doce países de esa zona, incluidos Chile, México y Perú, sellaron el acuerdo impulsado por Estados Unidos y Japón. El Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (TTP) abarca el 40 por ciento de la economía global y bien puede rotulárselo como una versión ¿remozada? del Consenso de Washington, con los patos creídos de que pueden tirarle a la escopeta aun después de la catástrofe mexicana tras la firma del Nafta. Los voceros del establishment, que en esto no se equivocan, lo ven como un pacto geopolítico estratégico para hacer frente a la competencia y el poderío de China. Son unos 800 millones de personas involucradas en un banquete que beneficiará a los poderosos del orbe, sobre todo en efectos como la propiedad intelectual y la agricultura. Esencialmente en medicinas, como lo dijo la economista colombiana Alicia Puyana, doctora por la Universidad de Oxford y académica de Flacso, al aludir a la extensión de vida de las patentes de las grandes empresas farmacéuticas, los sistemas de salud se perjudicarán porque se afecta la producción y compra de genéricos. En Estambul, a donde viajó el secretario de Comercio argentino, Augusto Costa, para participar de una reunión del G-20 con responsables de comercio exterior, se advirtió que Argentina, Sudáfrica y muy apenas Brasil son las únicas voces disidentes contra la agenda que reclama acabar con el proteccionismo y desregular las inversiones extranjeras. Los países desarrollados protegen sus mercados internos y pregonan la liberalización del resto. Es la perpetuación de la dependencia (ver nota de Tomás Lukin, Página/12, martes pasado).

Desafíos como éstos, que son la necesidad de pensar global y actuar local, se emparientan con las presiones archiconocidas aquí para eliminar retenciones al agro, devaluar y volver a endeudarse con el exterior. Eso apoyan ahora y desde hace algún rato los neoamigos peronistas de Macri, alarmados por el zurdaje que copó o infiltró al movimiento. Linda exageración a fin de justificar sus miserias, tanto como para que se enrosque el pseudo izquierdismo de cafetín al que apuntó recientemente el vicepresidente boliviano, Alvaro Garcia Linera, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en Quito. O para espanto de los republicanos biempensantes que ahora deben tragarse a Mauricio al lado de las banderas del clientelismo.

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