Mar 13.10.2015

EL PAíS  › ENTREVISTA AL ESCRITOR Y PERIODISTA MEMPO GIARDINELLI SOBRE SU NUEVO LIBRO

“Una propuesta para un país mejor”

En El Manifiesto Argentino. Historia de un desafío colectivo, Giardinelli recupera y reflexiona sobre una serie de textos producidos entre la crisis de 2001 y 2003. “El Manifiesto prenunció ideas que en años posteriores se hicieron presentes en la vida nacional”, dice.

› Por Javier Lorca

“La crisis que vive nuestro país está devorando las instituciones republicanas, hoy en manos de una dirigencia suicida y prebendaria.” Así entraba en escena, en enero de 2002, El Manifiesto Argentino, un espacio colectivo convocado por el escritor y periodista Mempo Giardinelli para pensar con rebeldía un modelo alternativo de nación, ante el estallido político, social y económico de las tensiones acumuladas por el régimen neoliberal. Entre otras propuestas, el Manifiesto reclamaba suspender los pagos de la deuda externa hasta discriminar sus aspectos legítimos de los ilegítimos; exigía políticas de Estado para reorganizar y garantizar la educación pública gratuita, el servicio sanitario de toda la población, el sistema de reparto previsional (recuperando la recaudación que estaba en manos de las AFJP); retomar el manejo de los recursos naturales; modificar el sistema impositivo; gravar las transacciones del capital especulativo; reorganizar las empresas estatales y revisar la situación de las privatizadas... En total, hasta agosto de 2003, el espacio produjo seis manifiestos. “Pueden leerse hoy como una propuesta programática para un país mejor en términos de soberanía popular, fortalecimiento del Estado, sometimiento de la economía a la política”, explica Giardinelli, quien se decidió a recuperar aquella experiencia en un libro, El Manifiesto Argentino. Historia de un desafío colectivo (Planeta).

–¿Por qué volver hoy sobre aquellos textos de 2001-2003? ¿Cómo se los puede leer en la particular coyuntura que atraviesa Argentina?

–De pronto un día, mientras escribía una nota para el diario, me encontré pensando en la importancia que tenía, para nuestro presente, recordar la tragedia de los años 2001 y 2002. Después de Nisman y la ferocidad creciente del golpismo blando que empuja cada vez más desembozadamente el entramado mediático-opositor, pensé que no estaría mal recuperar un fragmento de la historia argentina contemporánea como fue El Manifiesto Argentino. Quizá porque en este país la historia siempre se recorta y entonces los discursos resultan tantas veces negadores y sectarios, me pareció que el quijotesco episodio que fue El Manifiesto Argentino se iba a perder a menos que se dejara un modesto testimonio. Ahí nació este libro, de hecho. Y es claro que no sé cómo se leerá en la actual coyuntura, pero sí estoy seguro de que es un libro útil ahora y lo será aún más con el paso del tiempo.

–¿Qué propuestas o reclamos de aquel tiempo siguen teniendo vigencia?

–A mí me parece que El Manifiesto Argentino, en su esencia y conceptualmente, sigue vigente. Absolutamente... In totum, digamos, puede leerse hoy como una propuesta programática para un país mejor en términos de soberanía popular, decencia y docencia cívica, práctica solidaria de vida, fortalecimiento del Estado, sometimiento de la economía a la política... Y lo mismo vale, me parece, para aspectos concretos: la reforma educativa, la reforma judicial, la reforma política, la transparencia activa que tanto falta en la Argentina desde siempre... Quien lea los seis manifiestos sin prejuicios encontrará cursos de acción posibles, y creo que sobre todo una postura ética inclaudicable y necesaria.

–¿Qué cuestiones que les preocupaban a los firmantes del Manifiesto fueron de alguna manera abordadas o superadas por los gobiernos kirchneristas?

–En la primera parte del libro hago mención, de manera indirecta y sutil pero muy clara, a puntos de contacto entre las ideas que proponíamos en los manifiestos y algunas de las políticas aplicadas en la última década. A medida que escribía este libro me sorprendían algunas conexiones evidentes, y así me fui dando cuenta de que varias ideas de aquellos Manifiestos fueron consideradas por Néstor y después Cristina Kirchner, y de hecho hoy están presentes en muchos aspectos de la vida nacional. Por caso, el Manifiesto Argentino prenunció claramente ideas que en estos años se hicieron presentes en la vida nacional, entre ellas el cierre de las AFJP y la recuperación de la previsión social a cargo del Estado; la ley de medios; la política democratizadora de las Fuerzas Armadas; la recuperación ferroviaria; las políticas educativa y de viviendas. Ha de ser por eso que algunos lectores me dicen que leer hoy los manifiestos les resulta por momentos sorprendente.

–De hecho, en la introducción al libro considera al Manifiesto como un “prólogo ideológico del kirchnerismo”.

–No sostengo que el Manifiesto haya ejercido influencia específica sobre Néstor y Cristina, pero sí creo que, en el sentido de la respuesta anterior, nuestros textos contribuyeron ideológicamente en algunas de las mejores decisiones de gobierno de los tres últimos cuatrienios. Y baso mi opinión en la casi certeza que tengo de que ambos presidentes conocieron y leyeron los manifiestos, porque yo personalmente se los envié como a otros dirigentes de la época.

–¿Por qué El Manifiesto Argentino no perduró en el tiempo como espacio de reflexión e intervención pública, más allá de la crisis iniciada en 2001? Si bien en el último texto daban por cumplida una etapa, también dejaban abierta la posibilidad de volver a convocarse...

–Porque no quisimos forzar la continuidad de nuestro colectivo frente a un proceso político que a partir de las elecciones de 2003 se dirigía a la normalización institucional. Además, en cuanto empezamos a reconocer diferentes apreciaciones sobre la coyuntura, entendimos que la misión que nos habíamos autoimpuesto llegaba a su fin, y estaba bien que así fuese. No quisimos avanzar en un debate sobre qué, cómo y a quién apoyar, y nos pareció mejor respetar la decisión que cada uno tomara. Tengo para mí que privilegiamos enaltecer lo pensado, producido y propuesto, disolviéndonos, de manera que cada uno pudiera tomar el camino que mejor considerase. El Manifiesto Argentino nunca se propuso ser una estructura de disputa del poder político, y por eso la disolución fue amistosa y para nada traumática.

–¿Cree que la experiencia del Manifiesto Argentino operó de alguna manera como antecedente de los grupos de intelectuales que, en los años siguientes, decidieron intervenir en los debates públicos, como Carta Abierta, Plataforma y otros?

–Quizá, pero no me atrevería a afirmarlo. Sobre todo teniendo en cuenta que en cada momento histórico de la Argentina hubo colectivos de intelectuales y algunos fueron trascendentes, como el caso de Forja. Es una tradición de la intelectualidad argentina, yo diría, y enhorabuena.

–¿Qué balance hace del rol que han cumplido los intelectuales en los últimos años de democracia?

–Creo que en general ha sido positivo. La producción intelectual en términos políticos, culturales y sociológicos ha sido siempre relevante y útil en nuestra democracia, con algunos aportes muy interesantes. Eso está por encima de oportunismos, disputas y mediocridades que también hay. Pero yo prefiero seguir atento a las producciones individuales y colectivas de calidad, originalidad, rigor y fundamentación, que no nos faltan.

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