EL PAíS
› FERNANDO DE LA RUA TERMINA HOY SU
MANDATO ENTREGANDO EL PODER A NESTOR KIRCHNER
Nadie recuerda eso de que era aburrido
Al entregar la banda a su sucesor, hoy pasará a la historia como el presidente que pudo gambetear la maldición que acompañó a sus tres antecesores radicales. Fernando de la Rúa supo conducir una difícil transición con mano firme aunque lo suceda un peronista, fruto del Pacto de Lomas que pergeñaron Duhalde y Alfonsín.
› Por Mario Wainfeld
Hoy a las 10 de la mañana, ante la Asamblea Legislativa, Fernando de la Rúa le entregará la banda presidencial a su sucesor Néstor Kirchner. Tras un gobierno agitado por turbulencias y habiendo demostrado tener mano firme para el timón, el radical cede el sillón de Rivadavia a un peronista. Logró cumplir su mandato y gambetear la maldición que acompañó a los tres anteriores presidentes radicales: Hipólito Yrigoyen, Arturo Illia y Raúl Alfonsín. Este último, que en los recientes años depuso enconos con el mandatario saliente, fue una figura consular de la ordenada transición que condujo el radicalismo, más allá de su derrota electoral.
La ceremonia será una fiesta de la alternancia y la democracia. Inés Pertiné le ofreció a Cristina Kirchner un cierre simpático: su nuera Shakira cantando la marcha peronista. La entrante Primera Dama rechazó el envite, alegando que no ha de haber símbolos partidarios en la transmisión de mando más amigable de la historia argentina.
El gobierno de De la Rúa será rememorado por sus vaivenes políticos, una retahíla de crisis que remató con su aplastante derrota electoral en octubre de 2001, un año después de la sonada renuncia del vicepresidente Carlos “Chacho” Alvarez. Utilizando una metáfora que ahora luce inadecuada, ese fracaso despabiló al Presidente, quien entendió que debía cambiar el rumbo de su gobierno, en materia política y económica. La claridad que animó al estadista en un momento difícil será sin duda el saldo más destacado que deja su mandato. Supo hacer dos cosas que adornan a un constructor de naciones: amoldarse a los vientos de la historia y sujetar firmemente el timón. La salida de la convertibilidad y el abandono de los devaneos primermundistas en pos de una nueva orientación pro Mercosur son su más nítido legado, que figurará en todos los manuales de Kapelusz que se editen en lo sucesivo.
Claro que hubo dudas y tironeos en esos remotos días de 2001. Recordemos. Fernando de Santibañes, su asesor (hoy exiliado voluntariamente y dueño del hipódromo de Kentucky), le recomendaba que se hiciera el distraído respecto de la paliza electoral, que delarruizara su gabinete, que doblara la apuesta manteniendo la convertibilidad. Domingo Cavallo le sugería dislates tales como el déficit cero y un engendro de puericultura financiera apodado corralito que implicaba el incumplimiento de todos los contratos. Nicolás Gallo aprobaba esas movidas. El Presidente en un momento quizá mágico cruzó el Rubicón, se deshizo de esas influencias y emprendió un camino sin retorno: gobierno de coalición, salida de la convertibilidad, acuerdos macro con el Brasil, giro sensato a la centroizquierda que De la Rúa comenzó a comprender en su asistencia (que muchos creyeron mera formalidad) a los cónclaves de la Internacional Socialista.
Cavallo porfió que la sangría de divisas que venía padeciendo la Argentina cedería como por encanto después de octubre de 2001. Aseguraba que recibiría una nueva ayuda de los organismos internacionales, más fornida que el blindaje y el megacanje juntos. Su megalomanía determinaba que ese engendro se denominaría “el megamingo” y sería el alfa de una nueva etapa de crecimiento. De la Rúa no le creyó y le dio las gracias por los servicios prestados. Fue entonces cuando De Santibañes, acechado por cien escraches callejeros en las calles de Pilar, puso proa al Norte.
Lo demás es cercano y más conocido, Argentina salió de la convertibilidad, pagando costos sociales y económicos siderales pero habiendo conservado parte de sus reservas y su institucionalidad intacta. Se llegó a las elecciones. Dada la feroz división del peronismo y para facilitar la compulsa, De la Rúa homologó el capcioso sistema de neolemas que urdieron Eduardo Duhalde y Alfonsín en la casa del primero, en lo que se conoció como el Pacto de Lomas de Zamora.
Ricardo López Murphy y Elisa Carrió se abrieron del tronco radical. La UCR se presentó con la fórmula Angel Rozas—Juan Pablo Baylac y obtuvo un decoroso 12 por ciento. Tal vez le hubiera ido mejor si De la Rúa no se hubiera empacado en su regresiva política de derechos humanos. Y tal vez el partido de los boinas blancas pagó algún costo por haber confiado la campaña a la dupla Antonio de la Rúa-Ramiro Agulla, quienes parieron un par de jingles muy inadecuados para la época de dificultades y carencias.
Ganó Néstor Kirchner, con lo justo y hoy asume. Recibe un país ordenado, sin déficit fiscal, con dólar a tres pesos, con los pies en la tierra, subsidio al desempleo y cierta armonía política. También un país empobrecido, con millones de desocupados, de indigentes, de trabajadores mal remunerados, de asalariados en negro. Sin embargo, hay quien piensa que lo peor se evitó. Que la transición pudo haber sido peor, con violencia en las calles, presidentes interinos o mandatarios en fuga como ocurrió recientemente en Bolivia.
De la Rúa entregará la banda y luego, aseguró, se retirará a su finca en Villa Rosa. Pocos creen que cumplirá su palabra. Los políticos de raza nunca se retiran y el presidente de salida tiene un cargo que lo espera. Kirchner piensa ofrecerle ser presidente de la Comisión de Representantes Permanentes del Mercosur. Eduardo Duhalde aspiraba a esa representación, pero no queda duda de que De la Rúa se la ganado en buena ley.
Hasta acá, lectora o lector amable y consecuente, la broma.
La dureza de los hechos
Porque, claro está, lo antedicho se trata de una broma, una ironía acaso acerca de lo que no pasó en los últimos años. Una broma de las que este diario suele reservar para sus lectores fieles para fin de año. Lo que se cuenta no sucedió y, seguramente, no podía suceder.
El relato de la historia que no fue, que algunos literatos llaman ucronía y algunos científicos sociales contrafactualismo, sirve para reflexionar acerca de si lo que ocurrió era inexorable. La historia de los hombres nunca lo es plenamente y ése es el desafío a la voluntad de los protagonistas, la sal misma de la política. Pero si la voluntad existe, la voluntad no todo lo puede.
La historia narrada no sucedió... ni podía suceder. De la Rúa no estaba capacitado para sobrevivir, adaptarse a las circunstancias, cumplir su mandato, sencillamente porque lo suyo era la inviabilidad. Inviable se demostró la coalición que lo llevó al gobierno, inviable era (a la altura de su gestión) la convertibilidad, inviable era la prolongación del modelo neoliberal en la Argentina. Nuestro país, al calor de una coyuntura que lo posibilitaba, adoptó (ya tardíamente) el paradigma neo conservador y lo completó con el ridículo esquema de la convertibilidad. Un disparate que ataba la débil moneda de un pequeño país a la principal divisa del mundo. El país renunció a tener política monetaria y se ató tanto que dejó de tener política económica que no fuera la propuesta por los organismos financieros internacionales. Ese esquema naturalmente explosivo pudo conservarse merced a la vergonzosa venta de los activos públicos y de una etapa feraz en flujo de capitales, hasta fin de la primera presidencia de Carlos Menem. Allá, ya se veía, había que encontrar la salida. Adorador de ese régimen como si fuera un tótem, De la Rúa intentó conservarlo contra viento y marea, contra la gente, contra sus propios votantes. Así le fue. Tributario necio de una etapa en la que se creyó que Argentina había entrado al primer Mundo porque cambiaba un peso por un dólar no supo escuchar ni la voz del pueblo ni registrar la salida de los capitales.
A veces la historia se afana en ser didáctica y hasta obvia. Que el último presidente y el último ministro de Economía de gobiernos que prorrogaron un esquema ajeno a la sociedad y contrario a los intereses de las mayorías hayan sido un psicótico y un autista fue un subrayado casi innecesario.
Menem creyó descubrir que la política la imponían los mercados y pudo disciplinarse a ellos con una reelección mediante. De la Rúa, que llegó en la parte baja del ciclo, nunca entendió lo que le decía la sociedad, se sintió permanentemente un acreedor de las mayorías, un constante incomprendido. Ofrendó todo a los mercados y lo volteó la gente.
Los presidentes sucesivos aprendieron, sobre su piel, que la sociedad argentina puede defenestrarlos bajándoles el pulgar. Adolfo Rodríguez Saá duró lo que un suspiro. Duhalde siempre lo supo y lo tuvo en cuenta. Kirchner también lo conoce.
Terminados los devaneos primermundistas, la infantilización colectiva que obró la convertibilidad, el cepo que significó una demente paridad cambiaria establecida para la eternidad, la Argentina atraviesa hoy una situación horrible pero discute mejor sus problemas.
Sabe que su destino está en el Mercosur, que no es una gran nación con ínfulas de grandeza sino apenas un pequeño país en el Sur. Sabe que sólo la actividad industrial y el trabajo comenzarán a sacarla de la crisis, y que el capital financiero nada de bueno trae para la mayoría de las personas de a pie. Los argentinos hoy cuestionan al imperio, a los banqueros. A veces los maltratan con histeria o con brutalidad pero, al menos, entienden mejor dónde está su enemigo.
El país está más en sincronía con sus vecinos y su presidente, algo que lo emparenta con el vecino Lula, vive siempre pendiente de lo que piensa “la gente”. Quizá se equivoque pero no mide la salud de su gobierno sólo por el pulso de los mercados.
Argentina es un país injusto, desigual, donde cien injusticias claman por prontas mejoras. Pero ya no es un conjunto autista que sigue recetas escritas por otros. La madurez no equivale a la felicidad pero es mucho mejor que la sordera de los necios.
Parte de esta auto conciencia se debe a las sufridas luchas populares. Parte a los errores y barbaridades cometidos por líderes de la derecha mundial, exitosos como George W. Bush o desdichados como De la Rúa. Solo eso, su involuntario aporte a la recuperación de la autoconciencia nacional, cabe agradecerles.
De la Rúa está donde le compete, en el desván de la historia. Hoy Kir-chner comienza la formalidad de su mandato sin pompa, sin circunstancia y sin Shakira. Le toca una sociedad más arisca y más sensata que la que se dejó arrear en los noventa. Una sociedad que conoce mejor sus límites, sus aliados, sus enemigos, que ha recuperado el manejo de sus monedas y sus recetas. Lo demás, la historia, está por escribirse. Y por suerte, por estar en democracia, no depende sólo de un hombre, así sea el que tiene el honor y el mandato de representar por cuatro años al pueblo y a la nación argentinos.
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