EL PAíS › OPINION
› Por Ana Clara Camarotti *
La sostenida búsqueda de los Estados nacionales por regular los consumos de drogas arroja como saldo una escalada cada vez mayor en su prohibición y reglamentación. En contraposición con los objetivos que persiguen las políticas nacionales e internacionales de “lucha contra las drogas”, los resultados evidencian que cada vez más personas de diversos perfiles socio económicos y culturales eligen consumirlas.
En Argentina, en las últimas décadas el consumo de drogas ha adquirido como característica principal la masificación y la popularización a niveles no observados hasta el momento. Ejemplo de ello son el incremento del consumo de drogas legales (alcohol, tabaco y psicofármacos) y el consumo de marihuana, principalmente entre los jóvenes, sosteniéndose una progresiva feminización en estos consumos; el aumento de la medicalización de la vida cotidiana y la consolidación de un modelo de consumo de drogas cada vez más diferenciado. Por un lado, encontramos a jóvenes de sectores vulnerabilizados que acceden a drogas baratas y de mala calidad produciendo un alto índice de consumos que rápidamente se convierten en abusivos y dependientes; y, por otro, a jóvenes de sectores mejor posicionados socialmente que consumen drogas de síntesis, cuyos usos en la mayoría de los casos se denominan consumos recreativos. No obstante, como todo consumo de sustancias ilegales siempre conlleva un riesgo como así lo demuestra el desafortunado evento del sábado en Costa Salguero.
Abordar los consumos de los sectores medios en particular de jóvenes que concurren a fiestas electrónicas y participan de la movida dance, nos permite visibilizar y comprender los sentidos que los consumos de drogas adquieren en sectores sociales menos tematizados públicamente.
Los jóvenes que consumen éxtasis experimentan con esta sustancia ya no como una respuesta contracultural sino, por el contrario, para poder cumplir con las exigencias que la sociedad demanda, y es en este sentido que el éxtasis resulta ser un insumo efectivo para lograr la diversión y aguantar largas jornadas de baile. Así, el consumo de drogas de síntesis, al igual que lo que ocurre con los medicamentos psicotrópicos, lejos de caracterizarse por la desocialización y la decadencia, se definirá por los efectos positivos que se consiguen en la socialización y porque permite una performance social adecuada. Asimismo, ambas sustancias comparten una alta tolerancia social ya que funcionan como “pastillas para sentirse mejor”.
En el marco de una sociedad en donde las instituciones que regulaban la vida social se encuentran en crisis, será el individuo el que deberá “hacerse cargo” de dicho malestar social. La dificultad que deben enfrentar los sujetos es producto del desplazamiento de la crisis originada en la esfera de lo social, pero su solución debe encararse a nivel individual y para ello se requiere de personas con autocontrol e iniciativa individuales. Es en este sentido que tanto los psicotrópicos para la vida laboral y familiar como las drogas recreativas para los momentos de distensión y entretenimiento se vuelven herramientas adecuadas y funcionales para conseguir el control de sí mismo en pos de la vida “que se espera”: disfrutable, sociable, exitosa, plena, confortable.
Las “pastillas” de éxtasis serán consumidas por sujetos no enfermos sino incómodos, insuficientes, en constante búsqueda por lograr el bienestar, y ya no una cura. En este sentido, las pastillas de éxtasis presentan un tratamiento y cumplen una finalidad más cercana a la de los medicamentos psicotrópicos que a la de las drogas ilegales. La denominación que recibe el éxtasis como droga del amor o droga de la felicidad no es un calificativo menor para los tiempos que corren, en los que ser feliz e “inteligente emocionalmente” se ha vuelto un imperativo, una exigencia más en la vida de las personas.
Las presiones que impone cada vez más el mundo del trabajo a los sujetos (ser exitosos, creativos, activos, amigables), transcendieron dicho ámbito prolongándose al del placer y del tiempo recreativo. En términos de imposición, los sujetos redescubren el ámbito de la diversión como una obligación más en donde deben mostrarse plenos, manteniendo el ritmo de una actividad laboral cada vez más exigente y de una vida recreativa que debe ser interminable, con jornadas cada vez más intensivas de “fiestas”, diversión, encuentro, éxtasis, baile. En síntesis, los jóvenes viven cada vez más como un imperativo el hecho de tener que ser felices, poder disfrutar de la vida, conectar/se con uno y con los otros, en síntesis poder lograr una vida plena laboral, social y sexualmente.
Las drogas están en nuestra sociedad porque satisfacen necesidades de las personas que las consumen. Pretender que desaparezcan y creer que con ello se va a solucionar el problema es sólo una ilusión. Asimismo, si reflexionamos sobre las consecuencias negativas que produjeron las regulaciones sociales que se proponían resolver el problema de las drogas encontramos que en muchos casos son más perjudiciales que los consumos en sí. Por otra parte, necesitamos políticas de drogas diferenciadas y específicas, que se encuentren a la altura de las circunstancias. Es decir, el tratamiento en torno a los consumos de drogas debe ser específico a las particularidades de cada sector que las consume y del contexto en el que se lleva a cabo dicho consumo. No se puede seguir hablando de droga en singular, las sustancias son muchas, sus efectos y consecuencias son muy variados y su tratamiento debe ser también específico. En suma, estamos en un momento crucial en la historia del consumo masivo de drogas psicoactivas, lo que impone un cambio de paradigma en lo que respecta a las políticas, las estrategias y las instituciones que trabajan en estos temas. Para ello, es necesario un cambio de actitudes y representaciones sociales de los expertos y los profesionales que abordan estas temáticas.
* Socióloga. Doctora en Ciencias Sociales. Investigadora adjunta del Conicet/Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
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