Lun 25.04.2016

EL PAíS  › OPINIóN

“Nueva diplomacia”, viejas mañas

› Por Mempo Giardinelli

El apoyo a muchas políticas públicas del gobierno anterior no dio ni tiene por qué dar patente K. Simplemente fue y sigue siendo el caso de muchísimos ciudadanos/as que aplaudimos y sostuvimos decisiones que favorecían a sectores sociales históricamente marginados y a las clases medias bajas.

Esas políticas fomentaron y protegieron el empleo, la industria nacional, la educación consciente, los derechos humanos, la equidad y la libertad de expresión verdadera, es decir no sometida a los intereses de mezquinos dueños de la información que generalizaron la malignización de una letra del abecedario, cuya sola pronunciación es mañosamente acusatoria, infamante y sobrada de ignorancia y de prejuicios.

Curiosamente, meses después del cambio copernicano de gobierno y de ideología, sigue siendo necesaria la docencia democrática de clarificar a los que prefieren creer en lugar de pensar, mientras aplauden cualquier cosa.

Por algún raro misterio que la Sociología y las Ciencias Políticas todavía no saben explicar, las derechas, en todo el mundo, ganan elecciones con los votos de los explotados. Un fenómeno similar al de las personas maltratadas que reeligen a sus maltratadores. Ahí están los casos Trump, Le Pen, Fujimori y ahora el suicidio político de las clases medias brasileñas.

Para Voltaire, “el arte de gobernar consiste en tomar la mayor cantidad de dinero de una parte de los ciudadanos, para dársela a otros”. Verdad evidente que niegan tozudamente tanto despojados como explotadores, quienes suelen hermanarse también al repetir frases remanidas como “todos los políticos son corruptos por igual” o “no hay demasiadas diferencias entre las políticas de izquierda y las de derecha”.

Es obvio: quienes repiten esas zonceras son gentes de derechas. Y decirlo viene a cuento de macaneos contemporáneos como algunos que circulan en nuestra política exterior, donde muchos diplomáticos de carrera (y es una ardua carrera, la más exigente del funcionariado público argentino) soñaron durante años con las políticas PRO y las promesas de la Fundación Pensar.

Ellos alentaban la “profesionalización” de la diplomacia para “volver a tener” una política exterior “seria” que nos recolocara en el mundo. Ministros y consejeros con o sin destino se relamían con el “regreso” a los Estados Unidos y Europa y con la ilusión de la idoneidad como calificación fundamental para nuestras representaciones en el mundo. Estos profesionales, con hasta dos o tres décadas de servicios en “la Casa” o en decenas de embajadas y consulados, detestaban la así llamada “Diplomacia K” porque designaba embajadores políticos o “de confianza”, sobre todo en nuestra vecindad estratégica: América latina.

Olvidaban que esa costumbre no la inventaron Néstor ni Cristina sino que tiene un largo arraigo en la diplomacia de casi todos los países, pero les era funcional para acumular resentimiento. El cual quién sabe dónde se lo pondrán ahora, porque la diplomacia “Cambiemos”, por llamarla de algún modo, les hizo un perfecto pito catalán.

De entrada la canciller Malcorra declaró que la suya sería “una gestión mixta”, es decir, con políticos... Pero fue a fondo: en sólo cuatro meses de gobierno el macrismo designó embajadores de extracción política en toda América latina, salvo en Paraguay. En Panamá se cambió a un embajador de carrera por el incalificable Sr. Del Sel. En Venezuela ahora no tenemos embajador, debido al irracional odio al presidente Maduro. Y tampoco en Perú, quién sabe por qué. Todas las demás legaciones argentinas están a cargo de amigos del Sr. Macri.

Y hay incluso casos indigeribles. Como el deseo presidencial de nombrar embajador en Suiza al médico mediático y ex ministro sciolista Claudio Zin, quien es senador de la República Italiana y, lo que en términos de la diplomacia argentina es un dato descalificante, no nació en nuestro país sino en Bolzano, Italia.

Algunos diplomáticos explican así el empeño del Sr. Macri: Zin clamó ante el parlamento y la clase política italiana que no era aplicable la inmunidad parlamentaria para Milagro Sala, diputada del Parlasur. El Presidente quiere pagarle ese favor.

Mientras digieren todo esto forzadamente, los diplomáticos pro “Cambiemos” guardan silencio ante el desguace de una de las mejores decisiones de política exterior del anterior gobierno: el Programa Sur, que tal como hacen los países que apuestan a la universalización de su cultura, contribuyó a la difusión de la literatura argentina mediante el pago directo de traducciones a editoriales de todo el mundo que se interesaban por libros de autores argentinos. Gracias a esa política pública del para ellos repugnante kirchnerismo fueron centenares los libros de autores nacionales que lograron una presencia extraordinaria en las ferias de Frankfurt, París, Londres y otras, y hoy están en librerías de muchos países.

Sordos rumores de “la Casa” aseguran que hay más de 70 libros detenidos en espera de una hipotética reanimación del Programa Sur. Este columnista conoce bien un caso: el propio. Mi laureada novela Santo Oficio de la Memoria se publicó en Italia en diciembre pasado. Los editores, de buena fe, reconocieron en la primera página el apoyo del Programa Sur. Pero ese apoyo no existió porque –supo este columnista– desde el 10 de diciembre “algunos autores fueron excluidos y esas traducciones no se pagarán”.

Si eso no es censura o castigo, seguro es estupidez. Y una que daña, diplomáticamente, el nombre de nuestro país.

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