Jueves, 5 de mayo de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario de Casas *
“Quiero decirles que siempre voy a ser sincero con ustedes.” Mauricio Macri, ante la Asamblea Legislativa, 10 de diciembre de 2015.
“Voy a construir un inmenso puente que nos lleve de las frustraciones y de las amarguras del pasado a la alegría de construir ese futuro maravilloso.” Mauricio Macri, ante la Asamblea Legislativa, 1º de marzo de 2016.
La contundente movilización sindical en vísperas del Día de los Trabajadores puso una vez más en evidencia el inocultable divorcio entre la palabra presidencial y la realidad que sus decisiones políticas están generando.
Hay quienes atribuyen ciertos compromisos y apelaciones infaltables en el discurso de Macri, como las del epígrafe, y otras: [Para que se cumplan, MdC] “Nuestros sueños”, “Vamos a cuidar a todos”, “Vamos a cuidar los trabajos que hoy existen”, “Quiero un país en el que todos podamos conseguir nuestra forma felicidad”, a una estrategia publicitaria con reminiscencias posmodernas. Es probable que algo de eso haya; sin embargo, estoy convencido de que no es tanto el discurso filosófico de la posmodernidad como el añejo discurso político de la derecha lo que tiene un peso decisivo en esos devaneos del Presidente.
Para decodificar las ideologías de derecha contemporáneas, conviene no dejarse seducir por enunciados edulcorados, que nadie cuestionaría si no fuera porque no son otra cosa que el nuevo envoltorio de una vieja sustancia.
Por una parte, mantienen una característica que ya denunciaba Marx y que explica la impactante perseverancia del Presidente y su jefe de Gabinete en sostener afirmaciones que se oponen frontalmente a la experiencia diaria (“No aumentó el desempleo desde que asumió Macri”, Marcos Peña): el idealismo. Separada, por su trabajo y su tipo de vida, de casi todo contacto con la materia, y a buen resguardo de las necesidades elementales, la elite de derecha ignora las resistencias del mundo real: es idealista con la misma naturalidad con que respira.
Asimismo, la sistemática negación del conflicto social (“Tenemos que sacar el enfrentamiento del centro de la escena y poner en ese lugar el encuentro”. Macri) no es sólo consecuencia del idealismo, es también un imperativo. La nobleza combatía por sus privilegios y poco le importaba legitimarlos. “Toda nueva clase –escribe Marx, refiriéndose a la burguesía– está obligada a dar a sus ideas la forma de universalidad, representarlas como únicas, razonables y universalmente válidas”. Su pretensión –agrega– es justificada en la medida en que se subleva, en que actúa revolucionariamente. Pero la elite que nos gobierna forma parte de los sectores dominantes, y en lugar de luchar contra privilegios ajenos, defiende hoy sus propios privilegios contra el resto de la sociedad. ¿Cómo justificar universalmente el reclamo por estas ventajas?, porque es común que cada cual priorice las suyas, pero es imposible erigir la prioridad de esas ventajas ominosas en un sistema válido para todos, es decir legitimarlas socialmente.
Pues bien, como señaló S. de Beauvoir, para eludir este obstáculo, no sólo se niega el conflicto de intereses, también se recurre a un exacerbado cinismo, como el que surge de las expresiones que encabezan estas líneas, a las que pueden añadirse las declaraciones de Peña después de la movilización de los trabajadores: “Coincidimos con las preocupaciones del sindicalismo”. Así, cualquiera podría pensar que quienes hoy conducen (y destruyen) el Estado han leído a Sade: “Todas las pasiones tienen dos sentidos, Juliette, uno muy injusto, relativo a la víctima, y el otro, singularmente justo, para quien la ejerce”. Pero es difícil que los CEO de Macri hayan tenido tiempo y/o interés en este tipo de lecturas.
En cambio, es evidente que identifican necesidad y deseo, para lo cual hay que vaciar ambas nociones de todo contenido real: se reducen a un mismo estatus la exigencia del hambriento y la fantasía del sibarita. Esta confusión interesada, de un cinismo seudorrealista con la abstracción idealista, está en el ADN de la derecha. Realismo y autenticidad conducirían al reconocimiento del conflicto, que es precisamente lo que a toda costa se quiere evitar.
* Docente universitario, FpV.
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