EL PAíS › OPINIóN
› Por Jorge Auat *
Una vez más, en una nota editorial publicada el 3 de abril pasado, el diario La Nación asoció capciosamente los derechos humanos a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, con la evidente finalidad de torpedear en el hecho político más preciado de los últimos tiempos. Para lograr su objetivo, amalgama y funde derechos humanos con corrupción, utilizando esto último como coartada para denigrar la política de derechos humanos que fue una construcción fecunda del pueblo argentino en su conjunto.
¿En qué consiste la maniobra y cuál es su clave? La primera cuestión pasa, como se dijo antes, por vincular a los derechos humanos con el kirchnerismo y el supuesto uso vil que se hizo de aquellos: “Algunas entidades pasaron por alto la corrupción kirchnerista”, sostiene el editorial. ¿Que rédito deja esa afirmación? Que las políticas de derechos humanos fueron un instrumento de un proyecto económico corrupto, por lo que quedan en un espacio de complicidad de esa corrupción. Se trata de un ataque que golpea de lleno en el centro de gravedad de los derechos humanos, esto es, en su contenido moral.
La segunda cuestión es la incansable insistencia con la teoría de los dos demonios. Es decir, volver a justificar y legitimar a ese Estado terrorista y clandestino. Pero ya Ernesto Sábato en el Nunca Más había zanjado la cuestión cuando mencionó la manera en la que Italia respondió a la violencia con el derecho: “Italia puede permitirse perder a Aldo Moro. No, en cambio, implantar la tortura”.
Luego, el editorial de La Nación también reclama una simetría de la memoria. Ello es imposible por el concepto mismo de los derechos humanos, vinculado siempre a la relación de fuerza con el poder del Estado y a su abyecta conversión en maquinaria criminal. La propia base jurídica define claramente los contornos del crimen y sus autores, como bien ha quedado reflejado tanto en los dictámenes del ex procurador general Esteban Righi, como de la actual procuradora general de la Nación, Alejandra Gils Carbó. A eso, además, se le debe sumar el fundamental aporte de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que acompañó esta política de Estado con sus fallos
Pese a esto, la nota del diario también pone en cuestión a la memoria colectiva cuando alude a su asimetría. Esta asimetría no es producto de ninguna manipulación política, sino que es parte del compromiso universal de perseguir los crímenes del terrorismo de Estado. Esa selectividad de la memoria es compartida por toda la humanidad. Tanto es así que, en consonancia con ese principio, quienes machacaron con el olvido de lo que pasó fueron los propios victimarios de ese horror y allí estaban incluidas obviamente sus propias víctimas. Esto también lo dice el prólogo del Nunca Más. En rigor y por imperio de la propia lógica que señalo, la mirada que ellos tenían de sí mismos no era la de víctimas, por lo que la primera contribución a esa asimetría de la memoria fueron los mismos que hoy reclaman simetría. Y lo pudimos ver en los juicios, como dice Malamud Goti en Crímenes de Estado, cuando se pavoneaban como “vencedores”.
La segunda cuestión surge entonces del propio discurso convalidante de la represión antes, durante y después del horror. Lo que hace la memoria, y de ahí el alboroto, es mirar a la víctima, que es el vencido, y no al vencedor que, como se dijo, no se relaciona de ningún modo con la idea de víctima, por lo que resulta inevitable que sea ésta la que reclame justicia. Ese es el nudo gordiano: la interpelación al vencedor. Reyes Mate sintetiza: la memoria es justicia y el olvido es injusticia. Los desaparecidos regresan en la memoria colectiva, del mismo modo que los bebés apropiados que las abuelas siguen buscando. No hay simetría posible. No puede haber un Nunca Más sin memoria, es esta su razón de ser, porque no habría registro de lo que sucedió y consecuentemente no se podría hablar de no repetición.
Finalmente, dice el diario que no hay que confundir justicia con venganza, en una clara maniobra para desprestigiar los juicios. Venganza y Justicia no son lo mismo de ningún modo; la justicia mira a la víctima y la venganza al verdugo, para que -como dice Reyes Mate- sufra lo que sufrió su víctima. Y tampoco es lo mismo -como dice Foucault- el concepto de justicia para el opresor que para el oprimido; para aquél es convalidación, legitimación, mientras que para el oprimido es reivindicación.
En definitiva, corriendo el velo se ve claramente que el reclamo de La Nación no es otra cosa que una ingeniosa estrategia de ocultación. Es la coartada.
* Fiscal general a cargo de la Procuraduría de Crímenes Contra la Humanidad.
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