Jueves, 26 de mayo de 2016 | Hoy
Por Diego Conno *
Los acontecimientos recientes han sido y son motivo de angustia, temor y dolor; pero también deben constituir un estímulo para una paciente reflexión teórica y una prudente práctica política. Al menos implícitamente, dichos acontecimientos planten la pregunta sobre qué formas de pensamiento y de comunicación, de oposiciones y de luchas, de resistencia y de organización hay que adoptar para que la derrota electoral del campo nacional-popular no se convierta sin más en una derrota política. Dicho de otra manera, ¿cómo hacer para conservar y profundizar todo lo que se hizo en estos años en términos de democratización, inclusión social, redistribución del ingreso y ampliación de derechos?
La tarea en este sentido debe ser doble. Por un lado, es imprescindible conocer muy bien la identidad y las prácticas del nuevo Gobierno, no alcanza con las usuales caracterizaciones como “derecha”, “oligarquía”, “neoliberalismo”. La fuerza gobernante contiene todos estos elementos, que enhebran las fibras más dramáticas de la historia nacional; pero a su vez ellos deben ser analizados en la coyuntura actual. Se deberá reconocer –aunque las primeras medidas no lo demuestren– que las derechas también aprenden de sus experiencias políticas. Esto implica, fundamentalmente, un modo distinto de relacionarse con el Estado y con la sociedad.
Por otro lado, también se deberá conocer las diversas modalidades que van asumiendo las distintas luchas sociales y sus posibilidades de articulación; y cómo las subjetividades pueden vivir y constituirse en ese proceso. De ahí que el problema no parece ser tanto el de la conciencia política (cómo saber algo que no se sabe), sino un problema ético-político acerca de cómo se conforman los deseos individuales y colectivos. El neoliberalismo contemporáneo no es solo una ideología política o un sistema de creencias acerca del funcionamiento de la economía y del Estado; es una tecnología de gobierno que moldea nuestras subjetividades. Por eso, la resistencia no puede ser solo política en el sentido clásico, debe ser una apuesta ética y moral. Se deberá trabajar para constituir otras formas de subjetividades, donde la palabra ciudadanía o “Frente Ciudadano” ya parece empezar a tomar consistencia. Contra un tipo de ciudadanía abstracta de individualidades en competencia, un proyecto nacional-popular exige una ciudadanía activa. Desde esta perspectiva, la ciudadanía deja de ser solo un status jurídico-político y se convierte en práctica de subjetivación política, cuyo carácter performativo implica la realización de derechos en el mismo momento en que se los enuncia o ejerce.
Se requiere un trabajo de articulación de las diferentes luchas sociales, donde puedan converger las experiencias diversas de movimientos y organizaciones sociales, partidos políticos, sindicatos, docentes y estudiantes, científicos, artistas y artesanos, trabajadores de la cultura en general. Se deberán ensayar formas novedosas de pensamiento y acción, para que cada ciudadano se transforme en legislador, en jurista, en intelectual, en comunicador, en político. Solo así las fuerzas nacional-populares podrán sostener su poder instituyente.
Se deberá conformar también un pensamiento colectivo y una práctica común de resistencia y organización, mucho más creativas e imaginativas, que no nieguen las mediaciones, las representaciones o los liderazgos, pero que tampoco las acepten como ya dadas, sino como compuestas día a día en la inmanencia de la vida social y productiva del país.
Política es el nombre de una potencia de afección. Las fuerzas democráticas deben recuperar la capacidad política de afectar y ser afectados por otros, por los que piensan distinto. Poder llegar a otros sectores y otras fuerzas sociales que en algún momento acompañaron el proyecto que se inició en 2003, y que por distintos motivos se fueron alejando. Pero también convocar a otros sectores y fuerzas sociales que quizás nunca se sintieron conmovidos. El kirchnerismo, como (des)borde del peronismo, deberá ampliar su núcleo duro. Esto también le cabe al peronismo. Y ese proceso tiene que venir no de arriba hacia abajo, o no tan solo, sino también y al mismo tiempo de abajo hacia arriba. Gramsci llamaba a este proceso de irradiación o ampliación político-cultural con el nombre de “hegemonía”.
Pero, fundamentalmente, lo que tenemos que hacer es algo que sabemos hacer y muy bien, porque es el lugar de donde venimos muchos de los que hemos apoyado el proyecto democratizador de los gobiernos kirchneristas, que no es el de las grandes empresas ni las corporaciones mediáticas, no es el de las consultoras ni las universidades privadas, no es el de los grandes estudios jurídicos ni las multinacionales, sino el de la lucha y la organización popular. Lucha y organización popular en cada uno de los espacios que habitamos, en las fábricas, las universidades, los sindicatos, los talleres, las organizaciones sociales, los partidos políticos, pero también en los barrios, las plazas, las calles, y en todas y cada una de las formas de la cultura: lucha y organización popular.
Tenemos que poder encontrarnos y saber reconocernos en estos espacios, para empezar a construir desde ahora un proyecto político alternativo, que pueda disputar el poder en cada proceso electoral, en legislativas, intendencias y gobernaciones, y desde ya, en las próximas elecciones presidenciales, pero también en cada uno de los resquicios donde se ponen en juego las formas de lo común. Nunca se toma el poder del Estado, se deviene Estado. El trabajo es arduo, lo sabemos. Pero solo así las fuerzas progresistas, democráticas, populares, emancipatorias, libertarias, que parecen estar de repliegue en América Latina, podrán encontrar cada una de ellas, pero también todas juntas, sus formas de volver.
* Politólogo.
Por Mario Toer *
Desde hace varios años, el vicepresidente de Bolivia suele retomar una afirmación de Marx para relacionarla con los procesos que está viviendo nuestra región. Nos dice que los grandes cambios suelen producirse como oleadas; avanzan hasta cierto punto y después deben retroceder. Y no lo hace con afán poético, porque queda bien la metáfora. Está describiendo algo notablemente real. Cuándo se produce un avance de masas, no se establece hasta dónde debe llegar. Saben contra quién lo hacen y quieren llegar lo más lejos posible. Pero hay un momento en que las fuerzas no alcanzan, sentimos que el que estaba unido a mi brazo ya no está, y se asume que hay que retroceder. La costa vuelve a emerger y reconstruye algunas de sus defensas. Entonces nos reencontramos en un lugar en el que se puede cerrar filas. Y allí se deben sacar enseñanzas para que la ola que viene sea más profunda, resienta más aún las defensas de la costa. Porque la próxima ola va a venir. Vamos a volver. Por la sencilla razón de que no está entre las virtudes de quienes se encuentran en la costa resolver los problemas, las demandas de las mayorías. Cómo en la fábula del escorpión, es inherente a su naturaleza agravarlos, hacerlos más evidentes. Álvaro García Linera sale al paso, así, de aquellos que imaginan que puede construirse de manera indefinida, sin interrupciones, de la mano de la voluntad, un presunto socialismo periférico. Son los que confunden el movimiento de lo real con sus deseos. A todos nos puede pasar en alguna medida. Pero están los contumaces, recalcitrantes, que como no todo ocurre según lo imaginan, les echan la culpa a los dirigentes. Están presentes, casi siempre, desde un inicio. Su soberbia les impide ver el entramado y las complejidades del conflicto. Desprecian las razones por las que los pueblos reconocen a sus líderes. Aunque nunca son seguidos por más de un puñado, suelen crear confusión y desaliento. Errores existen a granel. Máxime cuando transitamos algo nuevo. Hay un aprendizaje obligado. Pero cuando nos referimos a quienes han venido estando a la cabeza de los procesos actuales en la región, tenemos que decir que, a lo principal, lo han hecho bien. A los errores debemos criticarlos en su contexto. Hoy contamos con protagonistas que hace quince años no existían. Y están para quedarse. No son una mera pueblada descontenta que se dispersa. No se pudo consolidar el bloque regional que aspirábamos. Hubo dificultades estructurales y otras propias del período de crisis que atravesamos. Pero hemos establecido códigos que resuenan en otras latitudes. Son más los que empiezan a comprender las diferencias entre el socialismo utópico y el socialismo científico. Y también los que entienden que esta época no es la del siglo XIX que entreveía el enfrentamiento decisivo en las principales metrópolis “clase contra clase”. Ni lo que signó al siglo XX, que llegó a soñar con una periferia unida que llevara a la implosión del centro. Nuestra época requiere de la confluencia de la rebeldía de la periferia con los avances de las mayorías del llamado “primer mundo”. En esta ola hemos dejado una señal que escucharon Iglesias, Mélenchon, Tsipras y otros. Y lo que es bastante más decir, en los últimos imperios surgen voces como las de Sanders y Corbyn, ya no les basta el discurso bien pensante o meramente solidario. Y por tanto convocan juventudes antes escépticas y legitiman que se trata de unirse contra el 1 por ciento. Comienzan a llamar a las cosas por su nombre. Y, seguramente también, esas señales fueron captadas por los Manning, Assange, Snowden y como se llame el de los “paraísos fiscales” (no son estrellas fugaces, son signos de nuevos tiempos).
La contraofensiva derechista sacó sus conclusiones y extrema una estrategia con cuatro vectores: (1) acallar la voz rebelde por todos los “medios”; (2) desprestigiar e ilegalizar a quienes han emergido como liderazgos populares; (3) cerrar el grifo de los recursos posibles para el armado político del campo popular (“si inventan tres burgueses generosos, los metemos presos; nosotros tenemos a todos los demás”); (4) extremar el camuflaje propio para pasar por conciliadores, generosos, alegres, dispuestos a “conservar lo bueno”. Por poco tiempo puede funcionar. Máxime cuando la crisis potencia las dificultades. Pero el maquillaje no tarda en estropearse y asoma el grotesco. Las enseñanzas para la próxima ola tienen que devenir de madurar estas circunstancias. Los medios alternativos tienen que aprender a ser sutiles, irónicos y profundos. No ayuda la retórica reiterada. El aporte popular tiene que ser el centro de nuestros recursos. Si lo hace Sanders ¿por qué no nosotros? (a escala propia, se entiende). Que sea bien distintivo que hacemos política desde abajo, de una manera diferente (en las mayorías tiene que dejar de resonar el “son todos lo mismo”). Nunca más les tiene que resultar sencillo apropiarse de los temas de “seguridad”, “corrupción” y “eficiencia” ¡si ellos son los inventores de la desgracia! El intercambio, la reciprocidad, con las fuerzas alternativas de las metrópolis tiene que ser prioritario. Cuando cantemos “el que no salta es un inglés”, tenemos que agregarle un asterisco “excepto los que votan Labour”… Y todo “desde el pie”. También el humor tiene que ser nuestro, porque si hay algo que nos pertenece y debe nutrir la próxima ola es la alegría de vivir.
* Profesor de Política Latinoamericana (UBA).
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