Mié 20.03.2002

EL PAíS  › ESPONTANEO, REAVIVO UNA POLEMICA EN TODA LA SOCIEDAD Y EN EL GOBIERNO

De la Sota tuvo su propio escrache

El escrache de Alfonsín fue claramente organizado por una asamblea barrial. El de Alemann fue casual. Pasaba por ahí. Asís sospecha de un plan para atacarlo. Ayer, a De la Sota le tocó el suyo en un territorio que quisiera pacífico: Córdoba.

› Por Martín Granovsky

Por segunda vez en este año el gobernador José Manuel de la Sota sufrió un escrache antes de subir al avión. El ballotage fue malo para el precandidato peronista, categoría eventuales. El primer escrache había sucedido en Aeroparque. El de ayer, en cambio, en Córdoba. La crítica abierta y a los gritos contra un político de primer nivel reactivó una polémica que se hizo más aguda desde los escraches a Raúl Alfonsín y los ataques a Roberto Alemann y Jorge Asís. La cuestión es si sí, si no, cómo y hasta dónde. Y sobre todo, si vale la pena perder la libertad en favor de la seguridad.
“Borombombóm, borombombóm, por De la Sota, que es un ladrón”, le gritaron al gobernador casi a las 10 de la mañana, cuando ya había cumplido con el check in y comprado los diarios nacionales. Empezaron cinco o seis chicas de entre 20 y 25 años, y muy pronto se sumaron varios de los presentes. Aquella vez, en Aeroparque, De la Sota enfrentó a quien lo acusaba. Usó, él también, una acusación: “Usted seguro debe ser uno de los que evadió dinero del país”. Y cortó el episodio. Ayer no atacó. Fue hasta las chicas y las encaró.
–Acepto que pueda no gustarles mi forma de gobernar, pero no puedo aceptar imputaciones de tipo ético o moral que creo no merecer –dijo–. ¿Qué les parecería a ustedes si yo hablo así del padre de alguna porque no paga los impuestos, o por otra conducta reprochable?
En medio de la discusión llegó el llamado a embarcar. Y adiós. Y después, en Buenos Aires, De la Sota negaría, casi, la escaramuza verbal.
–No hubo ningún escrache, simplemente fue una situación que es reflejo de lo que estamos viviendo hoy –dijo, como si los escraches no lo fueran.
Luego dijo que a cualquier político le podía pasar lo mismo que a él (o sea, un reflejo) y siguió con una recomendación en tono papal:
–Yo creo que tenemos que firmar la paz entre los argentinos. Todos nos sentimos muy mal, porque yo no encuentro ni un argentino, joven o viejo, pobre o rico, que diga que está conforme con vivir en el país como está hoy.
De la Sota no hizo otra cosa que actuar políticamente frente a un escrache, con lo cual le quitó violencia. Fue también la tónica del Gobierno nacional, tal como se reconstruye aparte.
Una columna de opinión de Joaquín Morales Solá, en La Nación de ayer, fue parte del debate. “Una banda de salteadores callejeros, o una pandilla de amigos prepotentes en un bar, dispuesta a agraviar, empujar y golpear a hombres que por lo general están solos, recuerda las imágenes de Alemania en las vísperas del nazismo”, dice el texto. Recuerda que los nazis insultaban o golpeaban a sus enemigos, sostiene que no puede cargarse la culpa solamente sobre la clase política, alerta contra la “sinrazón” y, en su costado más institucional, marcado por el título, lamenta: “Llamativa pasividad en la violencia contra figuras públicas”.
En rigor, para avanzar en la polémica conviene precisar que salvo el empujón contra Alemann y las agresiones contra Asís la mayoría de los escraches fue absolutamente pacífica. Sin duda se trata de un método fastidioso para muchos políticos, porque personalizar las cosas siempre lo es, pero ni siquiera el principal político argentino por definición, el Presidente, quiso dramatizar los hechos. “Poco a poco deben ir cediendo, aunque la gente está mal, muy enojada, y es parte de esta depresión en que vivimos”, dijo. Le molestó, sí, el empujón al ex ministro de la dictadura Roberto Alemann. Eso ya es “no anarquía, porque sería exagerar, pero sí una actitud que es muy, muy mala”. Lo de Alemann, a Duhalde, le da “una vergüenza enorme como argentino”. Sin embargo, la realidad es que los escraches son estadísticamente inevitables, porque Alemann, por ejemplo, pasaba por ahí justo cuando se topó con ahorristas y manifestantes, y por eso imposibles de reprimir. Incluso si reprimirlos fuera justo –no loes, porque molestos y todo si no caen en la violencia son parte de la libertad de expresión–, ¿cómo crear una policía especial?
Y un punto más: la democracia es básicamente representativa, pero admite formas de representación directa y de protesta sin que por ello pueda hablarse de sedición o de nazismo, que en verdad acecha mucho más por la continua depresión económico, como en los ‘30, que por la crítica en la calle a los políticos. Toda acción más o menos directa, aun la más pacífica, cruza derechos y bordea límites. Sin embargo, si ahora se admite popularmente que los piquetes son un derecho superior a la libertad de circulación, no se advierte por qué no habría que soportar los escraches, a pesar de que algunos puedan ser injustos.
Que ésa no es la forma suprema y más constructiva de actividad política parece fuera de duda, pero los partidos no atinan a reformar la política y, menos, la economía, con lo cual solo alimentan los escraches, que a su vez afectan la vida cotidiana de sus dirigentes.
Otra cosa es que sea cierta una denuncia de Asís. Según él, “se mezcla una desaprobación, expresiones discutiblemente legítimas de disconformidad, con operativos minuciosamente espontáneos, cuidadosamente improvisados, sigilosamente casuales”.
¿Los servicios de inteligencia alimentan los escraches? ¿O los escrachadores son ciudadanos espontáneos? El único ministro que habló ayer ignoró el tema planteado por Asís. El ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, aseguró que “las fuerzas policiales van a estar en condiciones de controlar estas situaciones”, es decir los escraches con alguna derivación tenuemente violenta. “La acción directa que se ejerce por parte de algunas personas ha demostrado en el mundo que no sirve para nada sino simplemente para sembrar más violencia”, dijo. Y advirtió: “Creo que se están sembrando vientos y después vamos a cosechar tempestades con consecuencias que la Argentina tuvo y que no quisiera que se volviera a repetir”.

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