EL PAíS › LA ESTRATEGIA DE KIRCHNER ANTE EL ASESINATO DE CISNEROS

En la Muralla, desdramatizando

En Pekín, busca –y espera– una semana más tranquila. Mientras se invierta en la relación con China, se trata de bajar la tensión en Buenos Aires y evitar más contradicciones internas.

 Por Martín Granovsky

Página/12
en China
Desde Beijing

El certificado, escrito en chino y en inglés, con el formato de un pequeño título universitario, decía: “Néstor Carlos Kirchner escaló a lo alto de la Gran Muralla”. El Presidente lo exhibió (un librito de tapas negras doblado en dos) y sonrió con cierto orgullo. Había llegado al punto más elevado de la Muralla china a la altura de Badaling, en una trepada dura. Era domingo por la tarde, todavía de madrugada en Buenos Aires. Hoy, Kirchner comenzará en Beijing una semana en busca de un doble certificado. Por un lado, la apertura de una relación política y comercial con China. Por otro, una semana más pacífica que la anterior, que terminó con un dirigente social muerto, dos ministros mostrando diferencias públicas con el Ejecutivo y un bolsón policial de podredumbre en la Comisaría 24ª.
Igual que el sábado en Praga y Moscú, Kirchner eligió no hablar en público sobre la situación argentina. El objetivo del Gobierno es desdramatizar, apostando a que la crisis mayor pasó el fin de semana y que desde hoy habrá más calma. Es una meta audaz a la que nadie jugaría todo su dinero ante un cuadro complicado:
- Roberto Lavagna apareció ayer sonriente, en buen estado físico y cerca de Kirchner en la visita a la Gran Muralla, pero quedó registrado como un dato que se quejó ante el Financial Times de los problemas que tiene el Gobierno que integra para aplicar las leyes, o en todo caso de los problemas que tienen los jueces para aplicar la ley. Allegados a Kirchner dijeron que cuando el Presidente insiste en que no reprimirá a los piqueteros no significa que no esté de acuerdo con montar operativos de prevención o que dificultará el trabajo de un juez que quiera procesar a quien ocupe una empresa. Pero no es este matiz el que quedó de las opiniones de Lavagna, importantes por el lugar donde aparecieron y por la necesidad de diferenciación pública que indican.
- José Pampuro debió desmentir su presunta apreciación sobre que la Argentina es un país violento, pero quedó una estela de duda por la impresión inicial.
- El jefe de la Policía Federal, Eduardo Héctor Prados, hizo declaraciones por primera vez desde que asumió en octubre del año pasado, en reemplazo de Roberto Giacomino. Dijo: “Este hecho no le hace nada bien a la unión de todos los argentinos. La violencia genera más violencia”. Prados habló con La Nación en una línea de clara disidencia con el Presidente. Como informó este diario, la posición que transmitieron allegados a Kirchner es que el Gobierno considera que si el dirigente piquetero Luis D’Elía no hubiera intervenido en el caso de la Comisaría 24ª todo hubiera terminado mucho peor.
- Al mismo tiempo el Ministerio de Justicia dejó trascender que el comisario Cayetano Greco, jefe de la comisaría, ya estaba bajo examen por su presunta participación en la reventa de entradas de Boca. El hecho tiene un parecido con el caso del comisario Jorge Palacios. También en ese momento, cuando Kirchner lo pasó a retiro, la Secretaría de Seguridad deslizó que Beliz iba a pasar a Palacios a disponibilidad. Sin embargo, como en el caso de Greco, no lo hizo.
- La Nación describe a la Argentina como un país en estado de caos inenarrable, donde estaría en peligro el derecho de propiedad. Igual que hace dos años, cuando en una nota de fondo omitió que el hecho más importante del 26 de junio del 2002 no fue la rotura de vidrios de algunos autos sino dos asesinatos, el columnista Fernando Laborda volvió a escribir una larga columna sin mencionar el homicidio del dirigente de la Federación Tierra y Vivienda. En cambio, alertó sobre la vuelta de lo que llamó “violencia política”.
- El clima parece preparar una semana aún más dura que la anterior. A pesar de ese panorama, ayer el Presidente siguió las noticias de la Argentina pero quiso mostrarse dispuesto a cumplir el compromiso de su visita de Estado a China, un mercado potencial de 1300 millones de personas con 40 millones de ricos y unos 140 millones de clase media.
China es una mezcla de control político severo, donde el ejército pesa tanto como el Partido Comunista, con la expansión de zonas económicas nuevas y la apertura de franjas basadas en el sistema de mercado.
Los chinos toman una visita de Estado con toda su formalidad. El Presidente y la comitiva llegaron a la Gran Muralla luego de una hora de viaje, cuando hubieran sido dos si no fuera por los retenes en las salidas de Beijing. Las visitas turísticas a la Gran Muralla, construida para que no pasaran los mongoles, que igual la traspasaron sobre la base de dividir el frente chino, fueron interrumpidas por el ejército, que ayer bloqueó las dos puntas del paseo.
Ningún visitante protestó. Y al final de la visita, la liberación pareció una estampida. Eran argentinos provocando una película italiana en la Gran Muralla. Una película protagonizada por chinos. Cuando la comitiva dejó el lugar y el ejército se retiró, estalló una carrera donde un hombre llevaba corriendo calle abajo el camello que se usa para que los turistas se tomen fotos remedando mercaderes de la ruta de la seda, otro arrastraba un caballo sin montura, motos viejas salían con estruendo por el escape roto, también las bicicletas y gente caminando rápido o apilada en camionetas de turismo.
Antes, la carrera había corrido por cuenta de la comitiva. Kirchner, de camisa amarilla y mocasines negros, poco aptos para la ocasión, trepó primero a la ondulación más alta de la muralla. Con él llegó Felipe Solá y poco después Lavagna y el vocero Miguel Núñez. Uno fuma sólo puros, otro nada y el tercero cigarrillos. Cristina Kirchner, de zapatillas, anduvo rápido pero paró más para mirar el paisaje por las almenas de donde se veía un sol anaranjado detrás de la bruma, las montañas boscosas y el serpenteo de la construcción que se terminó en el siglo XVI.
Además de Solá, el mendocino Cobos, que corre maratones, demostró buen estado físico. José Manuel de la Sota llegó luego de que Lavagna prometiera ayuda fiscal a quien trepara más rápido. Pero en la meta Lavagna cambió: “No era esta colina, es aquella que se ve allá”, dijo marcando un punto inalcanzable en medio de los 30 grados de la tarde china.
Abajo quedaron José Luis Gioja (“Desde acá ya veo la Muralla entera, ¿para qué voy a seguir?”, decía el sanjuanino) y el jefe del bloque peronista de diputados, José María Díaz Bancalari.
Fue un entrenamiento para las actividades oficiales que empiezan hoy, con una presentación de Kir-chner en un seminario de turismo y otra en un seminario económico, y una reunión con el presidente y secretario general del PC, Hu Jintao. El día remata con un banquete, verdadera prueba para un presidente acostumbrado al pescado o al pollo a la parrilla con verduras hervidas.
La comitiva oficial está alojada en la residencia para huéspedes, en una zona con jardines y estanques cerrada y sembrada de construcciones donde el kitsch brilla.
No es el único brillo. También refulgen los metales de los hoteles construidos en los últimos cinco años y cambió el paisaje urbano. Siete años atrás, cuando los chinos festejaron la recuperación de Hong Kong, que en 1997 dejó de ser colonia británica, Beijing era una ciudad con un 80 por ciento de bicicletas y un 20 por ciento de autos. Hoy los autos son el 90 por ciento, por la expansión del mercado de clase media que llenó también el McDonald’s (el combo con Big Mac, dos dólares). Donde no había carteles luminosos de publicidad ya hay. La población parece más joven, o quizá sea el efecto de la mutación en la ropa, el corte de pelo y el tipode anteojos. Y en toda Beijing abundan las plumas, las grúas gigantescas que colocan bloque por bloque en los nuevos rascacielos.
El problema, para los chinos es la población rural, que representa el 15 por ciento del total. Los expertos señalan que los campesinos están entrando en un proceso de abandono relativo y de desorganización política por las migraciones y la ampliación de la brecha entre el nivel de vida en el campo y el nivel de vida en la ciudad. Esa desorganización podría agravar la desocupación, que oficialmente no supera el 5 por ciento, pero también desestabilizaría el control de la natalidad, sin el cual la presión demográfica sería aún mayor.
Hu Jintao es el hombre de la cuarta generación de dirigentes, donde importan Mao por la Revolución de 1949 y Deng Siaoping por las reformas económicas, que no muestra dudas a la hora de imponer el orden necesario. A fines de los años ‘80 fue el que aplastó la última revuelta del Tíbet.
Sin embargo, un informe público sobre China de la propia CIA apunta algunas características del nuevo liderazgo, necesariamente colectivo porque Hu no es un dirigente carismático.
Se trata de la generación que está entre los 50 y los 60 años.
Vivió la caída del socialismo al estilo soviético.
Conoce la experiencia socialdemócrata europea, aunque no esté dispuesta a cambiar de régimen político.
Y estudiaba cuando la Revolución Cultural de 1967 produjo los graves daños contra la ciencia y la preservación de la historia china.

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Kirchner y la delegación recorrieron la Muralla y treparon a su punto más alto, en Badaling.
Los chinos recibieron la visita con toda pompa y cortaron el tránsito hasta la Muralla para la caravana.
 
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