Dom 11.07.2004

EL PAíS  › EL GOBIERNO Y LA IGLESIA CATOLICA BUSCAN UNA FORMA DE CONVIVIR

A Dios rogando, y en la tierra negociando

A Kirchner no le gustan las homilías sin historia. La Iglesia quisiera más atención. Antes de la posible cumbre de los próximos días, cómo es la trastienda de las relaciones entre el Presidente y una jerarquía católica cuya conducción no integran las viejas figuras del ultraconservadorismo. El papel de Bergoglio y Mirás. Las diferencias con Aguer.

› Por Martín Granovsky

En conflicto no están, pero tampoco logran estar cómodos uno con el otro. A poco más de un año de Kirchner presidente, el Gobierno y la Iglesia Católica no terminan de adaptarse. La relación no cuaja, aunque tampoco hay guerra. Al Presidente lo irritan los ultraconservadores como el arzobispo platense Héctor Aguer o las críticas sin historia de los obispos centristas sobre la situación social. A la corriente mayoritaria de la Iglesia le gustaría recibir mayor atención por parte del propio Kirchner.
Parte de los malentendidos podría solucionarse en los próximos días cuando Kirchner reciba a la mesa ejecutiva del Episcopado, según anunció ayer el secretario de Culto, Guillermo Oliveri, un kirchnerista que cultiva buenas relaciones con los obispos a pesar de haber apoyado como legislador porteño las uniones civiles.
“Una segunda reunión va a ayudar a limar algunas situaciones”, dijo Oliveri, enigmático. Agregó que “la Iglesia adoptó una posición importante, muy prudente ante una situación que me parece todos los ciudadanos criticamos”, en mención a la desigualdad social, y explicó que “el presidente de la Comisión Episcopal también hizo alusión a que no era problema de toda la Iglesia”.
La última frase parece remitirse a las críticas del arzobispo platense Héctor Aguer contra el manejo de la cuestión piquetera por parte del Gobierno. Eduardo Mirás, presidente de la Comisión Episcopal, habló del riesgo de que la Argentina termine como Colombia. Kirchner le respondió a Aguer, recordando que había sido fiador del banquero Francisco Trusso. El ministro del Interior, Aníbal Fernández, se dedicó a contestarle a Mirás.
Nadie en el Gobierno criticó a Kirchner ni siquiera en privado, sobre todo luego de que el mismo Ejecutivo se preocupara por destacar que el Presidente no había cuestionado a la Iglesia en su conjunto sino sólo a Aguer, que el lunes fue tapa de La Nación.
En cambio, las declaraciones de Fernández despertaron recelos internos en los funcionarios que venían tejiendo un acercamiento con la Iglesia.
“Mirás se equivocó en su comparación con Colombia, pero no convenía atacar justo al presidente de la Comisión porque se corre el riesgo de provocar una defensa corporativa”, fue el argumento.
Más allá de los escarceos de la última semana, la relación con la Iglesia está dominada por el temor de Kirchner de quedar preso de una de las grandes corporaciones de la Argentina. Un reflejo que Kirchner no tiene sólo con la Iglesia Católica. Desde comienzos de su gobierno no se sacó una foto con la conducción de la Confederación General del Trabajo, esperó meses hasta asistir a un encuentro empresario y en su última visita a China habló ante 270 ejecutivos pero no incluyó a ninguno ni en la comitiva del Tango 01 ni en las reuniones bilaterales con la nomenklatura china. Al Gobierno también lo fastidian los mensajes episcopales cuando tienen un tono demasiado político y describen pecados pero no pecadores. “Cuando no se hace historia todos quedamos iguales”, dijo un funcionario.
La situación es paradójica. Por primera vez en 20 años de democracia desaparecieron de la cúpula eclesiástica los obispos que reúnen a la vez gran peso político personal dentro del Episcopado y una adhesión a las corrientes más conservadoras. Tampoco esas líneas ocupan los arzobispados de Buenos Aires y Córdoba, donde se rompió la herencia. Sólo La Plata y Mercedes marcan una continuidad bien en la extrema derecha.
Durante muchos años el hombre fuerte fue Juan Carlos Aramburu, un liberal conservador que apoyó a la dictadura.
Luego lo superó en poder personal Juan Carlos Primatesta, arzobispo de Córdoba, próximo a Carlos Menem y a Alfredo Yabrán, de excelentes relaciones con el ex director de Migraciones y actual diputado por el riquismo Hugo Franco. Antonio Quarracino, un ex progresista del Celam vuelto converso de la Iglesia más conservadora, hizo carrera en Mar del Plata, La Plata y Buenos Aires y se convirtió en otro de los grandes apoyos de Menem.
Tanto Primatesta como Quarracino querían jugar un papel protagónico. Y lo consiguieron mezclando, al mismo tiempo, una relación estrecha con la curia romana y con el gobierno de Menem.
Siguieron sin vueltas las posiciones duras de Roma en materia de vida cotidiana: género, aborto, discriminación, oposición a las uniones civiles.
Apoyaron internamente al secretario de Estado Angelo Sodano en los juegos de poder del Vaticano.
Respaldaron a Menem.
Y articularon doctrina con poder en Buenos Aires y en Roma.
En los foros internacionales, la Argentina terminó votando junto con los países islámicos más atrasados, como Arabia Saudita e Irán.
Es lo que el secretario Oliveri acaba de denominar “alineamiento automático”. No sólo hubo automatismo con los Estados Unidos. También con el Vaticano.
Ese toma y daca tuvo una figura destacada en Esteban “Cacho” Caselli, primero subsecretario general de la Presidencia con Eduardo Bauzá, después embajador en el Vaticano y al final, con Carlos Ruckauf, primero su secretario general en la gobernación bonaerense y al final su secretario de Culto en la Cancillería.
Caselli se jacta de su buena llegada a Sodano y suele hostilizar al actual arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, el único cardenal dentro de la jerarquía eclesiástica, en beneficio del platense Héctor Aguer.
Bergoglio, un jesuita, es el número dos de la mesa ejecutiva del Episcopado. El número uno es Eduardo Mirás, de Rosario, el mismo que irritó al Gobierno alertando que la situación argentina podría derivar en una nueva Colombia. El pronóstico es absurdo, porque en la Argentina no se libra una guerra civil y el Estado no recibe el desafío de dos grandes grupos guerrilleros, la red de narcotráfico más organizada del mundo y los paramilitares, ni está en juego la integridad del control territorial, pero de todos modos Mirás no puede ser ubicado en la misma línea que Aguer. Sigue, más bien, el instinto de un imaginario partido del orden que recela de los piqueteros como si éstos fueran milicias populares. Sin embargo, no busca ni la vuelta del alineamiento automático con Roma ni el nivel de protagonismo que tuvo la Iglesia Católica durante el menemismo.
En cuanto a Bergoglio, el cardenal tampoco quiere una Iglesia en simbiosis con el Estado. Dos actitudes de los últimos tiempos pintan su actitud concreta:

- Cuando se realizó la primera concentración de Juan Carlos Blumberg en el Congreso ordenó a su vocero Guillermo Marcó que no se subiera al palco. De esa manera el Arzobispado no bendijo una política determinada de seguridad, justo la que propiciaba la baja de la imputabilidad penal de los menores y cifraba esperanzas en el aumento de las penas como solución de la crisis de la inseguridad.
- Ante la discusión del pliego de Carmen Argibay, una ex alumna de un colegio de monjas alemanas que declaró su “ateísmo militante” y despertó un ataque confesional en Eduardo Menem, Bergoglio no llamó a ninguna movilización activa, por ejemplo de los colegios católicos. Así, las críticas de Marcó a Argibay y Eugenio Raúl Zaffaroni no lograron convertirse en una fuerza organizada que produjera un costo al Gobierno y lo obligara a renovar la Corte Suprema como si fuese una batalla con muertos y heridos.
Esa actitud de Bergoglio es la que alguna vez hizo que Caselli lo criticara porque presuntamente tiene demasiada preocupación social y poca preocupación moral.
El Gobierno no define a Bergoglio como kirchnerista, pero Kirchner se abstuvo de atacarlo cuando escuchó su homilía sobre la crisis social en el Tedéum del 25 de Mayo. Los dos tienen un enemigo común en Caselli. A ninguno de los dos le conviene que, otra vez, Roma pese más en la jerarquía eclesiástica que la situación interna de la Argentina.
Funcionarios del Gobierno saben que Bergoglio está conforme con que Kirchner evitara que protegidos de Caselli se instalaran en la embajada en el Vaticano o en Berna, donde fueron el dirigente de la CTA Carlos Custer y el diplomático de carrera Antonio Seward. Cada uno de esos movimientos resta protagonismo a Caselli y al arzobispo de La Plata y fortalece indirectamente a Bergoglio.
“El integrismo no le conviene a él y no nos conviene a nosotros”, dijo a Página/12 un funcionario del Gobierno que pidió reserva de su identidad.
–¿Cómo definen ustedes la línea predominante en el Episcopado? –quiso saber este diario.
–Están con al democracia y son institucionalistas y moderados. Quieren influir pero no meterse en cada una de las decisiones del Gobierno. Incluso nos lo dijeron.
–¿Qué dijeron?
–Textualmente eso: “Nuestra función no es meternos en el manejo del Estado, porque será malo para el Estado y para la Iglesia”. Es que en la etapa anterior, la de Primatesta, también los obispos sufrieron mucho, porque perdieron la relación con el Papa a manos de dos o tres obispos y de Caselli. Hoy, los obispos que mandan no son integristas, salvo unos pocos, y eso es bueno para la democracia.
Uno de los funcionarios consultados mencionó que hoy los principales obispos no están jugando el papel de activistas dentro de las Fuerzas Armadas o de seguridad.

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