Vie 12.08.2005

EL PAíS  › OPINION

La negociación del salario

Por Luis Bruschtein

En una película italiana de los años ’70, los músicos de una orquesta terminaban enredados en una lógica histérica de un solo sentido que los llevaba a un camino de delirio total y terminaban perdiendo lo que querían mejorar. Los medios han encañonado al conflicto del Garrahan como si verdaderamente se tratara de esta película de Fellini en otro escenario. Pero esta reacción mediática resulta a su vez tan histérica, unívoca y gritona como las escenas de Ensayo de orquesta. Es más, la película termina con una gran bola de demolición –que simboliza al fascismo– destruyendo el teatro donde trabajaban los músicos.
En esta visión fellinesca y escéptica, solamente habría lugar para nihilistas bien intencionados y fascistas enojados. La metáfora resulta tentadora porque toma elementos de la realidad y los simplifica al extremo. Y justamente por esos motivos, también resulta la mejor forma de equivocarse.
La asamblea de los trabajadores no médicos del Garrahan no equivale a un grupo de músicos nihilistas que discuten si los violines son el sujeto revolucionario de la orquesta. Porque el conflicto se inscribe en un contexto de puja salarial que involucra a toda la sociedad, tiene un motivo concreto. Un conflicto sindical, sobre todo un reclamo salarial, tiene una lógica concreta, donde intervienen factores como la necesidad, las razones y la relación de fuerzas. Ninguno de esos factores vale por sí solo, porque del otro lado hay otra parte que también argumenta necesidades, razones y fuerza. De todos modos, el factor decisivo es la relación de fuerzas, porque define en la mesa de negociación qué lado hace más concesiones.
Pero si un conflicto se desconecta del balance de esos tres factores, se introduce en un plano político donde la resolución deriva hacia quién le tuerce al brazo a quién para demostrar la debilidad de unos o el fascismo de los otros o para dejar sentado un principio de autoridad o de preeminencia. En cualquiera de estos casos, los trabajadores siempre pierden porque su reivindicación concreta pasa a un segundo plano. Si el conflicto del Garrahan entra en esa lógica, los trabajadores correrán el riesgo de inmolarse como los músicos de Fellini.
Que las negociaciones hayan sido duras no constituye una señal de que se haya convertido en un conflicto político. La señal más clara es cuando se queman los puentes y se rompe la negociación desde una posición intransigente. Porque negociación o puja salarial implica propuestas y concesiones mutuas.
Por otra parte, no todos los conflictos son iguales. Una fábrica metalúrgica no es lo mismo que un hospital. Cuando un conflicto involucra a un hospital de niños, los trabajadores tienen una ventaja porque su función les permite contar de partida con la simpatía de la sociedad. Pero esa ventaja tiene un tiempo, antes de convertirse en todo lo contrario.
Más allá de la campaña mediática que crucifica a los huelguistas, lo cierto es que a medida que el conflicto se prolonga y afecta la atención de los niños, esa simpatía podría transformarse en rechazo. O sea que el tiempo que demora la confrontación puede correr en contra de los intereses de los trabajadores porque la legitimidad social del conflicto incide con mucha fuerza en la mesa de negociación.

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