EL PAíS
› LOS ESCENARIOS IMAGINABLES A MENOS DE UN MES
Qué dirán las urnas y qué hacer con eso
La dificultad de la predicción electoral no inhibe el ejercicio de intentarla. Cómo andaría el plebiscito. Y algo sobre la cosecha de diputados. Un vistazo sobre la diáspora opositora y un par de paradojas que puede deparar el voto peronista. Apuntes sobre reformas necesarias e inconclusas.
Opinion
Por Mario Wainfeld
Un resultado electoral no está sellado hasta que se terminan de escrutar los votos, ésa es una verdad perdurable. Cabe añadirle que, en los tiempos que corren, los escenarios políticos acostumbran ser muy volátiles. Las recientes elecciones alemanas son bien ilustrativas al respecto. La transformación de la derrota socialdemócrata en algo similar a un empate logrado sobre la hora remite (más que a una conjura de los encuestadores) a la labilidad de pareceres de los ciudadanos que viran, muy repentinos, incluso en función de su conocimiento de los sondeos.
Sucesos como el Katrina, la tragedia de Cromañón o los atentados de Atocha sugieren que gobiernos de todo calibre no se bastan para prevenir desastres ni para manejar con suficiencia sus secuelas, aptas para suscitar efectos políticos contundentes.
Con todas esas salvaguardas, puede tímidamente postularse que el escenario electoral argentino da la impresión de haberse amesetado. Los principales contendientes han elegido sus tácticas básicas y su perfil. Las posibilidades de cambios de rumbo y de conejos sacados de la galera parecen remotas. Al oficialismo le queda una ofensiva final anunciada en dos distritos grandes que le son bichocos, Santa Fe y Capital. Es un dato que Néstor Kirchner se volcará a esos distritos en las semanas finales para resaltar que su gobierno necesita ser revalidado allí. Y es casi un dato que ese sprint (que incluye un acto masivo en Lugano el 19 de octubre para potenciar a Bielsa) será un valor agregado para sus paladines. Pero su medida cabal es, Dios sea loado, imposible de mensurar con antelación.
La elección se leerá como nacional, lo que no es un mero designio oficial sino la traducción de lo que ocurrió en 1987, 1993, 1997 y 2001, cuando el resultado final anticipó la suerte ulterior del oficialismo de turno. Un segundo hecho sustantivo será analizar la composición del futuro Congreso, en especial de la Cámara de Diputados.
Vamos, pues, por partes.
La eliminatoria para el 2007
Si las encuestas que vienen trascendiendo se confirman, el oficialismo será una fuerza nacional que triplicará, como poco, a la que venga detrás. Cierto es que la coalición Frente para la Victoria-PJ es variopinta e inestable. Pero su implantación es nacional, su proyección futura alta y la situación comparativa de sus adversarios es mucho peor.
La mayoría de los partidos más o menos competitivos de oposición sólo tienen perspectivas de quedar muy bien parados en un distrito. Los de Elisa Carrió y Mauricio Macri seguramente sólo podrían ganar en Capital. El ARI acaso tenga cierta presencia en otras dos o tres provincias, el PRO ni eso.
El socialismo de Hermes Binner no transgrederá, con vigor, los márgenes de la bota santafesina, donde pugna por primar.
Jorge Sobisch tiene como ambición real de máxima conservar su hegemonía en Neuquén.
El radicalismo puede prosperar en todas las provincias que gobierna, aunque alguna encuesta reciente sugiere que el PJ lo jaquea en Mendoza. Pero en los otros da la impresión de que le irá muy mal. Por añadidura, tanto en Corrientes como en Santiago del Estero va coaligado con el oficialismo nacional. Si a eso se agrega que la UCR carece de una figura presidenciable, cuesta augurarle un desempeño despampanante.
Con la fragmentación de los partidos, la creatividad en materia de alianzas y la proliferación de sublemas oficialistas en muchas provincias, será peliagudo convenir una sumatoria de votos nacionales el 24 de octubre. Con esta salvedad y aun atribuyendo al radicalismo la totalidad de los sufragios que lo acompañen en Santiago y Corrientes, puede ser que el duhaldismo lo supere en el total de votos.
Que el duhaldismo, atrincherado defensivamente en su provincia, sea un antagonista nacional es un paradojal signo de los tiempos. Hay en ciernes una paradoja mayor. Si las encuestas sobre Buenos Aires son certeras, no sólo el peronismo y el Frente para la Victoria se llevarán el 60 por ciento de los votos de esa provincia, también rondarán la mitad del padrón nacional, un montante excesivo si se evalúa la performance del justicialismo en los últimos veinte años de historia.
Tal parece que tres candidatos que sacaron carradas de votos en las presidenciales de 2003 –Carlos Menem, Ricardo López Murphy y Adolfo Rodríguez Saá– quedarán entre muy machucados y eliminados para el 2007. Nada es un paraíso para el oficialismo, pero la oposición tiene como factor común la dispersión. De los guarismos del 23 de octubre dependerá cómo se (y quién la) reagrupa. Pero no serán muchos los que puedan hacer pie en una convocatoria más o menos exitosa.
Poroteando diputados
Las elecciones legislativas locales son intrincadas e insusceptibles de ser reducidas a cualquier diseño general. La composición del Congreso nacional a partir de diciembre no es sencilla de extrapolar. Kirchner ha hecho un trabajo de zapa en el interior, armando listas alternativas o colando candidatos en las de aliados recientes. Su apuesta fuerte en número es, claro, Buenos Aires, donde aspira a entrar un pequeño batallón de legisladores.
La elección porteña tiene un peso simbólico innegable e incidirá mucho en el futuro de tres dirigentes con virtualidades: Rafael Bielsa, Carrió y Macri. Pero su eventual peso en la Cámara será módico si se confirman las profecías. Al fin y al cabo, el ARI, el PJ y el PRO parecen estar compitiendo por entrar el cuarto diputado, olfateándose que tienen más o menos amarrados los tres primeros. Para el afán de Kirchner de mejorar su dotación de diputados “del palo”, dispuestos a acompañar sin cortapisas al Ejecutivo, se trataría de la presencia o ausencia de Claudio Morgado, un legislador que no da la traza de comportarse como un soldado. Desde ese ángulo, al oficialismo le resulta más relevante crecer en Córdoba, donde, según una encuesta reciente de la consultora Levisman y Asociados, anda por el 40 por ciento de los sufragios, cifra que duplica aproximadamente a la UCR y al Frente Nuevo de Luis Juez, que dirimen un lejano segundo puesto. Con esas cifras, Kirchner tendría cuatro diputados seguros y uno más en duda, más de lo que podría garantizarle un repunte de Rafael Bielsa.
El distrito metropolitano suma a la presencia de candidatos muy fuertes, la sal de la incerteza acerca del resultado. Actualmente, ningún protagonista duda de que Carrió puntea, Macri la sigue y Bielsa está no menos de seis puntos detrás. En el oficialismo dicen confiar en descontar esa ventaja. En los pisos altos de Cancillería cuentan que Kirchner le profetizó a Bielsa que ganaría por seis puntos, un pálpito que hoy suena muy voluntarista.
Sin hablar de eso en voz audible, los estrategas oficiales prefieren en caso de derrota del canciller que Carrió supere a Macri, a quien ven como el prospecto opositor más viable y más ominoso. Es llamativo y hasta pintoresco escuchar cuánto se elogia en la Rosada a López Murphy, a quien se pinta como eventual representante de una derecha más ilustrada, más ideológica y menos contaminada que la que encarnaría el presidente de Boca. Claro que la alabanza se enuncia en medio del responso al Bull Dog quien, se presupone, saldrá con suerte cuarto y pegando, como decía Angel Labruna.
Qué hacer con el resultado
Si el oficialismo doblega por un margen vasto al duhaldismo, gana varias provincias y picotea diputados en todo el mapa nacional, alcanzará el triunfo que descuenta. Kirchner podrá declararse ganador del plebiscito. El veredicto podrá motivar polémica, habida cuenta de la confusión del mapa electoral, pero cuesta suponer que alguna otra voz pueda reclamar la victoria o proponer, el mismo 24 de octubre, un camino certero hacia el 2007.
Si así sucediera, si alcanzara una revalidación, cabe preguntarse qué hará el Gobierno con el resultado electoral. Una pregunta básica, fácilmente susceptible de complejizar, es si se propondrá seguir con su estilo, su escasa institucionalidad y sus alianzas o si se propondrá un cambio cualitativo. El diseño del nuevo Gabinete, que según comentan en la Rosada se diferiría hasta diciembre, puede ser una señal de cambio o de conformidad (ver nota aparte).
Pero, además, puede consignarse que hay, para empezar, tres ejes en los que el Gobierno podría innovar o mejorar mucho en un sentido progresista y popular: el esquema impositivo, las políticas sociales y la reforma política.
Una reforma tributaria más progresiva es una necesidad y una deuda. Dos argumentos tienen Kirchner y Roberto Lavagna para justificar su diferimiento. El primero es que el sistema actual, por el peso de las retenciones y el impuesto a las ganancias, es menos regresivo que el que regía en 2002. Algo de eso hay pero es ostensible que las retenciones (o al menos su rinde hoy fastuoso) tienen un límite impreciso pero inevitable en el futuro. Y, en cualquier caso, la alícuota del IVA es injusta y sideral. El segundo punto, que el ministro enfatiza más que el Presidente, es que las reformas impositivas son una variante de la Caja de Pandora, que no obran los resultados que prevén los libros. No cambiar, no arriesgar, aunque arriesgar sea sinónimo de mejorar es, por ahora, la conclusión oficial.
Una política integral tendiente a la protección contra la pobreza, el desempleo y el trabajo mal remunerado (problemas que integran un mestizo conjunto) es una asignatura que el Gobierno también adeuda. También en este supuesto algo se ha avanzado con remiendos asistenciales y merced a la relativa bonanza imperante. Pero la garantía de prestaciones universales, así sean mínimas, y de un seguro de empleo y capacitación, una necesidad patente, no están en la primera línea de la agenda gubernamental. En mala hora.
En ambos casos cunde en el oficialismo una tendencia a preguntarse por qué no seguir así, mejorando “paso a paso”. Por qué “saltar al vacío” explorando cambios más ambiciosos, más novedosos y (postulan) más complejos de implementar y de predecir en sus consecuencias. Una respuesta imaginable es que eso debe hacerse porque la Argentina, tras tres años de alto crecimiento del PBI, sigue siendo muy desigual aún en el reparto de los frutos del repunte. No se trata apenas de un tema contable sino ideológico, de preguntarse si se quiere someter a algo así como a la mitad de la población a un tránsito lento y muy desigual o se intenta (a favor de coyunturas políticas y económicas propicias) pegar un salto de calidad. Que comporta también una convocatoria al conjunto de la sociedad a ser más solidario y asumir que un Estado no es tal si no garantiza a quienes habitan su territorio standards mínimos de bienestar que le aseguren ejercitar de veras los atributos de la ciudadanía. Se trata de movilizar a la sociedad, de traccionarla, algo que un gobierno relegitimado puede intentar superando valorativamente la pulsión de administrar el superávit o lograr recaudaciones record.
La reforma política está igualmente relegada que los items. El financiamiento espurio de los partidos, de los que el oficialismo es, por definición, el principal beneficiario, está intacto. Y hay una formidable falta de promoción de canales de participación popular en un país donde “la gente” se moviliza mucho pero cualquier modo organizado de consulta popular es una quimera. Los debates públicos son patéticos y en eso un gobierno muy centrado en un modelo delegativo de democracia cuasi directa tiene una responsabilidad importante, que no exclusiva.
Valga abrir de nuevo el paraguas respecto de las estimaciones previas. Pero, si éstas tienen algo de verdad, lo que puede ponerse en juego a partir del 24 de octubre es si un gobierno cuyo primer año de mandato fue mucho más innovador y audaz que el siguiente, se dedica a administrar lo que acumuló o si se propone recuperar su élan inicial y consolidar con institucionalidad una etapa superior.
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