EL PAíS › OPINION

Fraude informativo

 Por Eduardo Aliverti

La semana pasada dejó algunas lecciones que gustaríamos en llamar de educación democrática o instrucción cívica, como en la vieja secundaria. Pero en sentido casi exactamente inverso al que le dio la impresionante cantidad de charlatanes, maestros ciruela y llamantes radiofónicos que se escucharon por estas horas.
El episodio de Patti es el más patético, a propósito de ignorancia constitucional y reglamentación parlamentaria. Y después, en cuanto a apresuramiento analítico. Una abrumadora mayoría de la prensa, de los analistas en general y –lo más increíble– de los constitucionalistas consultados, olvidaron advertir que la Cámara es soberana sobre sus títulos; y que desde 1999, cuando se rechazó el diploma del criminal Antonio Bussi, quedó fijada la doctrina de que quienes hayan cometido hechos atroces y aberrantes en la dictadura militar (los cuales son a su vez delitos imprescriptibles, según la reforma constitucional de 1994), no pueden formar parte del Parlamento, aun cuando hubieran sido aceptados por la justicia electoral. Patti tiene el legajo 2530 en el informe de la Conadep, y ya estuvo encarcelado en 1990 por una causa en la que no resultó absuelto sino que prescribió. Con todas las letras: la voluntad popular no es irrestricta ni siquiera después de manifestada, si es que median circunstancias de delitos de lesa humanidad como aquellos en los que Luis Patti está inmerso de modo irrebatible. Lo escandaloso, así, no es que los votantes de Patti hayan sido políticamente estafados sino que no se hagan cargo de los antecedentes delictivos del candidato que votaron, y que constitucionalmente están en perfectas condiciones de impedirle asumir. Se está hablando de fraude post-electoral y en verdad asistimos a un impresionante fraude informativo, respecto de cuáles son los mecanismos parlamentarios y constitucionales para estos casos.
En la tabla de posiciones sigue el punto de Rafael Bielsa. En primer término, cabe llamar la atención acerca de que la medida del escándalo y la indignación la da el grado de fama o presencia en los medios de quien esté involucrado, y no el hecho mismo. Jorge Taiana dejó su banca de diputado para ser canciller. Angel Maza, electo senador por La Rioja, decidió seguir como gobernador y en la Cámara alta lo reemplazará su hermana. Y Sergio Massa encabeza la Anses y allí seguirá, sin asumir como diputado. No se consignarán, por supuesto, todos los casos similares desde la reinstauración democrática, porque el volumen de citas implicaría algo así como el tamaño de un libro voluminoso. ¿Qué tanta sorpresa y afrenta moral, entonces, por la actitud de Bielsa antes de arrepentirse? Recién más tarde, la tontería del análisis generalizado. El autor de estas líneas escuchó el mensaje de una oyente, que bien puede ser tomado como símbolo del analfabetismo democrático y electoral reinante: “Yo lo voté a Bielsa, no a Morgado”. No, Doña Rosa, no. A ver si lo entiende: usted votó a Bielsa y a Morgado. Las listas son sábana, Doña Rosa, y tienen un orden de ingreso junto con una lista de suplentes que usted vota en conjunto. Y ese orden, tanto por la realidad del funcionamiento político si es que una urgencia o conveniencia determina echarle mano, como por eventualidades de muerte, incapacidad u otros factores de los ingresados, es algo que usted vota en paquete, Doña. Usted vota lo que se le canta, pero dentro de una prelación a la que avala con su sufragio, y si no le gusta váyase a participar en política para modificarla. Pero no diga boludeces, ¿sí?
Al cabo de este tipo de marcaciones de muy poco más que escuela primaria, aparecen o pueden aparecer los cuestionamientos de opinión que ocupan con exclusividad el centro de la escena. Por ejemplo, que los propios duhaldistas de cuya falda se colgó Patti, a invitación de ellos mismos, le votaron en contra. Una canallada, sin duda, digna de la catadura de esa clase de tipos. Pero nunca una ilicitud. Por ejemplo, que Bielsa se cansó de jurar que su único destino era el de legislador; que al parecer hacía rato que había pedido ser ubicado en una embajada; y que la indecisión es un rasgo sobresaliente de su personalidad, de lo cual más debería dar cuenta un psicólogo que un analista político. Por ejemplo, que el Poder Ejecutivo mide con una vara la idoneidad de Patti y con otra la de Borocotó. Y por ejemplo, que efectivamente hay tránsfugas bizarros, como el pediatra (pero no más tránsfugas que todos o cualquiera de los que el pueblo viene votando hace más de 20 años; más pornográficos puede ser, pero más tránsfugas es por lo menos dudoso). Lo que no debe hacerse es montar a esa opinión en omisiones y tergiversaciones de ley y normativas.
La dirigencia política se tiene que hacer cargo cuando traiciona el mandato popular, sí señor. Pero antes, mucho antes que eso, la sociedad se tiene que hacer cargo de a quiénes vota.

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