Dom 08.04.2007

EL PAíS  › LOS VECINOS Y LOS ALUMNOS HABLAN DE CARLOS FUENTEALBA, EL PROFESOR ASESINADO

“Hay un vacío grande adentro de la escuela”

En su modesto barrio y en la escuela donde era un favorito “no pueden hablar de otra cosa”. La tristeza es palpable y el sentimiento de pérdida por alguien que resultaba más que un maestro. Sus colegas sostienen como “cuestión de honor” continuarle un sueño, el de alfabetizar a los albañiles locales.

› Por Miguel Jorquera

Desde Neuquén

Cuenca 15 es uno de los suburbios más pobres de la capital neuquina. En la CPEN 69, una escuela secundaria, enseñaba el profesor de química y física Carlos Fuentealba, asesinado por los Grupos Especiales de la policía de Neuquén en la ruta 22. Entre las pequeñas montañas está el barrio que nació con una sucesión de toma de tierras sobre la cuenca hídrica que hace estragos en cada lluvia fuerte. En sus casas, algunas muy pequeñas, de planes habitacionales, y otras muy humildes, vive la mayoría de los que fueron sus alumnos. Los mismos que ahora quieren en medio del dolor ponerle el “nombre del maestro” a la escuela. Mientras sus compañeros, los docentes, ya se propusieron poner en marcha un proyecto que Fuentealba quería cumplir este año, cuando volvieran a las aulas: alfabetizar a los trabajadores de la construcción, donde también supo manejar la cuchara y el fratacho, para que terminaran la escuela primaria.

A Santiago, de apenas quince años, Página/12 lo encontró este sábado de Pascua merodeando la escuela a la que todavía no pudo asistir este año. “Lo tuve el año pasado. Era muy buena persona, como un segundo padre, lo queríamos mucho. Carlos, el profesor, era muy querido, más que un amigo, como un hermano mayor. Nos aconsejaba, lo que más quería era que no dejáramos la escuela. Compartía muchas cosas en clase, hacía chistes, se reía con nosotros. A veces sacaba plata de su bolsillo y compartía”, dijo casi todo de corrido, con ojos vidriosos, tratando de frenar las lágrimas.

Al lado, Jeremías, de 17, y alumno de Fuentealba en 2005, continuó el relato. “Nos respetaba a todos, nos aconsejaba y daba apoyo. Contábamos con él para lo que nosotros quisiéramos. Siempre nos decía que cualquier cosita que necesitáramos se la pidiéramos a él, que él iba a estar con nosotros. Estuvimos mal, tuvimos bronca. Todavía no podemos creer que no esté entre nosotros. Hay un vacío muy grande dentro de la escuela. Eso va a ser lo más duro de afrontar, que no va a estar acompañándonos dentro del curso”, agregó y abrazó a su compañero.

Recuperaron la sonrisa cuando una de las docentes les recordó la fama de “buen mozo” que arrastraba entre sus alumnas. Santiago y Jeremías son apenas dos de los alumnos que lanzaron la idea de ponerle el nombre de Carlos Fuentealba a la escuela. “Estuvimos hablando con unos compañeros, nos juntamos, organizamos una junta y tenemos como idea ponerle el nombre del profesor”, contó Jeremías. Una idea que motorizó a sus alumnos en medio del dolor y una tragedia que aún no alcanzan a comprender. Mientras tanto se preparan para no faltar a la marcha del lunes, que organizan los docentes.

Parada frente a la escuela, que tiene un cartel en la entrada que dice “Sobisch asesino”, Patricia Varela, directora del colegio, confunde pasado y presente cada vez que habla de Carlos. “No lo puedo evitar. Todavía no lo puedo creer”, se disculpa. Señala enfrente de la escuela un nuevo asentamiento precario, donde asoman las casas de madera, cartón y chapa. “Esas son las cosas que lo indignaban. No quería que la gente viviera así”, repite.

A dos kilómetros se vuelca toda la basura de la capital. El camino lo señalan dos grandes camiones de Cliba que van a dejar su carga. Muchos de los chicos de la zona van a revolver en busca de algo que pueda servir. “Un día discutían en el aula –recuerda Patricia– porque uno de los chicos acusaba a otro de cheto por las zapatillas de marca que llevaba. El otro le respondió que eran de marca basu, que las había encontrado en el basural.” Otra de sus compañeras de colegio y de la actividad gremial, Mónica Braza –profesora de contabilidad– también recuerda cómo Carlos, “que tenía un perfil bajo para todo”, compartía sus proyectos para mejorar la escuela. “El quería enseñarles a los albañiles, era uno de sus deseos. El sabía bien, porque lo había hecho mientras estudiaba, que el trabajo en el andamio era muy duro.”

Ya había hablado con Patricia y Mónica en las asambleas del gremio, que este año quería empezar a trabajar en completar la alfabetización de la gente de la Uocra, gremio al que perteneció por varios años. “Hay que ir a hablar al sindicato y con la gente en las obras. Hay que convencerlos de que estudien”, les repetía. Quería que completaran la escuela primaria y luego siguieran la secundaria.

Ese será el proyecto que harán ahora sus compañeras. “Es un compromiso de honor”, repiten casi a dúo. Aun en medio del dolor que les provoca su ausencia, de las tareas gremiales a las que tampoco les sacan el cuerpo, ya empezaron a pensar cómo lo llevarían adelante. Apenas algunos comentarios bastaron para que varios, aun desde distintos sectores de la comunidad neuquina, empezaran a sumarse o a ofrecerse para realizarlo. A pocos minutos de la escuela a la que Carlos “más le gustaba ir” está su casa, en el Gran Neuquén. El barrio, donde también sus vecinos lo conocían bien, no hay consuelo. La mayoría de sus casas tienen el cartel con la foto que lo recuerda y pide “justicia”. El mismo que ayer todos los docentes empezaron a repartir en los puentes cortados, los automovilistas, los negocios y los barrios, mientras preparan la “gran marcha” que el lunes atravesará las calles de la ciudad para reclamar “el encarcelamiento de todos los responsables directos y la renuncia de los funcionarios que tuvieron responsabilidades políticas en ordenar la represión, incluido el gobernador”.

La foto de Carlos está en todos lados, la promesa que repiten los docentes y muchos neuquinos es “no olvidarlo”. Casi nadie puede dejar de hablar de eso.

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